El Athletic ha completado su mejor campaña en mucho tiempo. Hay que remontarse diez años atrás exactamente (2013-14) para hallar una edición liguera con registros que superen a los recién obtenidos. Entonces, también con Ernesto Valverde al timón, el equipo se clasificó en la cuarta posición y accedió a la Champions. Dos años después, con el mismo técnico, acabó quinto, como ahora, con unas estadísticas muy similares a las actuales. Lo que marca la gran diferencia con respecto a este par de precedentes sería la capacidad para haber compaginado un excelente rendimiento en el torneo de la regularidad con la conquista del ansiado título de Copa, logro que se ha hecho esperar cuatro décadas.
Levantar de nuevo, por vigesimoquinta vez, el trofeo que más ha contribuido a prestigiar el nombre del Athletic a lo largo de su historia, posee una trascendencia que acaso no se pueda medir con exactitud a día de hoy. Es posible que más adelante, mirado con cierta perspectiva, se aprecie el alcance real de un éxito tan perseguido como esquivo en un deporte que ha experimentado una mercantilización extrema en su era moderna. De momento, el título ha permitido constatar la penetración social del club, confirmar el exagerado grado de identificación del pueblo con el escudo. Un fenómeno que no estando en cuestión recibe un impulso anímico que se manifestó en una celebración colosal.
Después de una serie de intentos baldíos, con una presencia constante en finales y semifinales en los últimos años, el equipo acreditó que la Copa es su competición favorita al plantarse en el partido cumbre tras eliminar a Barcelona y Atlético de Madrid. Finalista merecido por ello y favorito ante el Mallorca, acusó el peso de la responsabilidad en La Cartuja: estuvo por detrás en el marcador y se la jugó en una tanda de penaltis que no consiguió eludir. Ahí, en ese trance que se suele catalogar de lotería y los seguidores vivieron con el corazón encogido, sacó a relucir su versión más contundente para abrazar un premio que, por sí mismo, hace que el balance de la temporada resplandezca.
Así se garantizó el regreso a Europa tras seis años instalado en el quiero y no puedo. No obstante, igualmente hubiese amarrado a través de la liga un objetivo fundamental para corregir la tendencia negativa de su economía.
Por fin, el equipo funcionó como corresponde a un aspirante al cuadro de honor del campeonato liguero. A este respecto, se ha de reconocer que las expectativas no invitaban al optimismo. Se partía de la decepción del año anterior, donde se repitieron las deficiencias de cursos previos: un arranque potente, al que siguió un paulatino decaimiento desde diciembre que derivó en un fiasco en la recta final. La meta estuvo más asequible que nunca, pero el Athletic falló en exceso.
La transformación observada desde agosto fue sorprendente, radical. Digerido el sopapo de la visita del Madrid, el equipo cogió carrerilla y mantuvo un alto ritmo de puntuación mes a mes, sin desfallecer, lo cual le sirvió para permanecer siempre instalado en el grupo de los destacados. No hubo que apretar en la recta final, en realidad se asistió a una bajada en el rendimiento, pero es que se había garantizado figurar en el cuadro de honor con suficiente antelación.
El equilibrio
A la hora de desmenuzar las claves de esta dinámica, resulta obligado mencionar el encaje de los jugadores en una propuesta basada en la intensidad física, la valentía y el equilibrio. Si la pegada del Athletic ha merecido el reconocimiento general, sobre todo por un índice de eficacia sin parangón en ejercicios recientes, no menos importante ha sido el rigor en la contención.
En el modo en que el grupo ha acompasado ambas facetas, defensa y ataque, descansa el secreto de los resultados. Una cualidad que implica a la totalidad de las líneas y las demarcaciones. Uno a uno los futbolistas se han volcado con y sin balón, formando así un bloque compacto que ha entendido y aceptado que ganar con asiduidad requiere emplearse a fondo en cada zona del campo. A nadie se le escapaba que al Athletic le faltaban doce o quince goles más para opositar a premio y ahí están. Una década ha costado llegar a los 60, pero no se olvide que por tercera ocasión en ese tiempo los recibidos han bajado de los 40.
Valverde dio en el clavo al devolver a Iñaki Williams a la banda. Un retoque básico para diversificar el repertorio ofensivo y beneficiar a los emergentes Sancet y Nico Williams y, desde luego, al tapado, un Guruzeta que se ha convertido en la pieza que faltaba en el puzle. Galarreta, el único fichaje, sería otro elemento a resaltar por su encaje en un fútbol empeñado en buscar atajos hacia el área rival. En el amplísimo apartado de destacados, merece nombrarse a los centrales, que han apechugado con una responsabilidad inmensa con absoluta naturalidad. Y cómo no, a Simón y, de paso, a su colega Agirrezabala.
El factor campo
En el plano estadístico, lo nuclear son los números en San Mamés. Opositar al éxito en 38 jornadas exige fiabilidad en campo propio. ’Sin dicho requisito, Europa no deja de ser una quimera. La cuenta sale muy fácil: mientras las cifras como visitante han sido muy similares a las de la liga anterior, en casa se observa una diferencia radical. En la liga 22-23, la afición asistió en directo a ocho triunfos, tres empates y ocho derrotas; en la 23-24, fueron doce triunfos, seis empates y una derrota. Quince puntos más al saco. Un abismo que aconseja ahorrarse la tentación de comparar ambos ejercicios.
En síntesis, el trabajo realizado ha expuesto con nitidez un afán de superación encomiable. El Athletic, junto al campeón, el Madrid, y la revelación, el Girona, ha brillado por encima del resto. Ningún conjunto más puede equipararse a este trío en términos de competitividad, constancia y acierto.
Y, por supuesto, el hecho de que los rivales teóricamente directos no hayan dado la talla no rebaja un ápice el valor de sus conquistas. Los rojiblancos no tienen la culpa de que Barcelona, Atlético, Real, Betis, Villarreal o Sevilla hayan defraudado a sus seguidores. Al contrario, si con su energía y ambición el Athletic les ha dejado en evidencia, no se olvide la eliminación en Copa de culés y colchoneros, obedece simplemente a que ha protagonizado un curso para enmarcar. Felicidades.