Ni la lluvia quiso perderse el acto de despedida de Iker Muniain. Pareció que el cielo llorara su adiós mientras recordaba -¡cómo olvidarlo!- la noche del 6 de abril en Sevilla, en la que el Athletic volvió a proclamarse campeón de Copa. Un título que levantó el navarro, cogiendo el testigo, 40 largos años después, de Daniel Ruiz Bazán. Alegría y un sol radiante durante los festejos ría arriba sobre la gabarra; cielo plomizo y lluvia en el acto de despedida del segundo jugador con más partidos en la historia del club, con 559 encuentros a sus espaldas, a los que aún queda algún capítulo más por añadir. 15 temporadas en el primer equipo, 20 años en Lezama, más de media vida defendiendo con orgullo la zamarra rojiblanca. Y tres títulos, dos Supercopas y la tan añorada Copa. Con ese bagaje, convertido en leyenda del Athletic, el niño de once años que lloraba desconsolado por las noches en la residencia del club la ausencia de sus padres, que seguían en su querido barrio de la Txantrea, se va convertido en un hombre. Se va en paz. “Me voy en tranquilo porque dejo el club en buenas manos”, lanzó Muniain.
En un acto sin parangón, ideado con mimo entre distintos miembros del club y el propio Muniain, que solo quedó deslucido por algunos problemas de sonido y la irrupción de un espontáneo, el navarro se dio un baño de masas ante más de 27.000 personas, muchos de ellos niños y niñas que ni siquiera habían nacido cuando, siendo un adolescente de solo 16 años, Joaquín Caparrós le hizo debutar como león en una noche europea frente al Young Boys en el viejo San Mamés, el equipo ante el que una semana después, aún en 2009, se estrenó como goleador. Jóvenes y no tan jóvenes que han crecido a la par que Muniain, que ha ido dejando atrás esa imagen de diablillo, de niño travieso, siempre con una sonrisa cosida a la cara, hasta convertirse en capitán e icono de dos generaciones, que cerraron con la consecución del título de Copa en el estadio de La Cartuja una herida que llevaba tiempo abierta.
El navarro se rodeó de sus seres queridos, la familia que siempre le ha acompañado. No faltaron su madre, Nuria, su padre, Fernando, y tampoco su hermano, su inseparable Andoni. Tampoco sus amigos -llegaron dos autobuses desde la Txantrea-, aquellos con los que comenzó a dar patadas al balón en las calles y parques del populoso barrio de Iruñea donde se crio Muniain.
Trajeado, elegantemente vestido y con sus hijos, Iker y Claudia, de su mano, Muniain saltó al verde de San Mamés en medio de una sonora ovación. Cruzó un pasillo realizado por sus compañeros en el primer equipo y varias representantes de la plantilla del femenino, todos ellos luciendo camisetas del Athletic con su apellido y el 10 a la espalda, además de un joven ataviado con la equipación de la Txantrea, besó los tres trofeos de los tres títulos que ha conseguido con el Athletic y cogió asiento junto al punto de penalti de la Tribuna Norte.
Durante el acto, que tuvo una duración de poco más de una hora, Muniain se rodeó de muchos amigos, algunos de ellos llegados a su vida a través del fútbol; otros, como consecuencia de distintas experiencias. Habló de él Jon Uriarte, el presidente del Athletic, quien no dudó en darle las gracias. “Gracias de parte de toda la Junta Directiva por todo lo que nos has dado. Por tu compañerismo, liderazgo y por todo lo que me has ayudado en estos dos años. No te marcharás nunca, esta siempre será tu casa”.
José Ángel Iribar le dedicó una carta manuscrita con una fotografía de ambos; la peña Piratak Athletic le obsequió con su icónica camiseta; hablaron sobre él algunos de sus exentrenadores: Joaquín Caparros, que no se perdió el acto, Gaizka Garitano o Marcelino García Toral; el cantante Baby G presentó una canción con él como protagonista y el actor y monologuista Julián López puso la nota de humor. Después, Iker Muniain se marchó llorando, desconsolado, superado por la emoción del momento. Bajó las escaleras camino del vestuario por penúltima vez, la última será este domingo, y se despidió de San Mamés. Un hasta luego.