En la imponente marcha del Athletic puede que lo mejor de todo, por encima incluso de marcadores y clasificación, sea la manera en que ha aprendido a gestionar toda clase de compromisos. El sábado dejó otra muestra de fiabilidad a partir de su adaptación a unas exigencias singulares. En el repaso de la temporada cuesta hallar un precedente equiparable al partido vivido contra la Real Sociedad: un reto tan condicionado por el ardor, tan trabado y duro, donde la fluidez en el juego se convirtió en algo excepcional y pasajero ante el derroche de energía de ambos contendientes. Ernesto Valverde e Imanol Alguacil coincidieron en su análisis al destacar que los equipos se emplearon a fondo en la conquista de cada balón, como si no existiera un mañana. Disputas, caídas, presión, competido, duelos individuales, pelea, fueron los términos que utilizaron en sala de prensa para transmitir su lectura de lo acontecido. Lo vieron bien. En efecto, el derbi fue una batalla campal, en la mejor acepción posible, aunque sea cierto que sobró un puñado de acciones descontroladas y algunos jugadores, por momentos, se calentasen en exceso. Cada equipo dio de sí cuanto tenía dentro para obstaculizar las maniobras ajenas, también tácticamente, pero sobre todo a través de la intensidad. 

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El Athletic-Real Sociedad, en imágenes Borja Guerrero

Pero en un contexto sin margen para el respiro, áspero, solo el Athletic mostró capacidad para ofrecer soltura con la pelota. Además de no desfallecer y replicar al brío visitante con idéntica o superior eficacia en el cuerpo a cuerpo y no ser menos en número de kilómetros recorridos, en la media hora previa al descanso tiró de repertorio para decantar el derbi. Con su estilo característico para proyectarse en ataque, monopolizó todo el fútbol preciso y al mismo tiempo profundo que pudo verse en San Mamés.

Ahí ganó el encuentro, obtuvo dos goles, estuvo cerca de que Vesga hiciese el tercero y se expresó como le gusta. Concentró en dicha fase el poder disuasorio del que se ha valido para acumular doce triunfos y cinco empates en veinte jornadas. Tiene mérito que una vez más impusiera sus argumentos más vistosos, que rentabilizase su gran pegada, en el típico duelo enfocado a dejarse la piel y confiar en un lance aislado que desequilibrase.

Porque por esos derroteros discurrió la tarde. Defender, no achantarse y vaciar el depósito. Sirva para ilustrar lo que fue el derbi un par de detalles. Uno, lo mencionó de pasada Imanol al recordar que el debutante Marrero no realizó una sola parada y añadir que la Real tampoco dio trabajo a Unai Simón. Muy cierto, pues este tampoco necesitó hacer una sola parada. Aparte de los tres goles, inevitables para los porteros, un cabezazo de Vesga que se marchó alto fue cuanto constaría como oportunidad nítida de gol. Un derbi con solo cuatro intentos merecedores de tal calificativo, certifica la impresión de los entrenadores. Confirma el mayor peso de las defensas sobre las delanteras, salvo en el tramo citado correspondiente al primer acto.

Otro detalle: casi cuarenta faltas señaladas por el árbitro. Es decir, un montón de interrupciones, apartado en el que no faltaron lesionados atendidos, los segundos consumidos en la ejecución de cada balón parado, faltas, saques de banda y de esquina, los diez cambios y las enganchadas de los protagonistas en los minutos finales. En suma, demasiada pega para favorecer un ritmo sostenido o, si se prefiere, la continuidad en el juego.

Gen competitivo

Y todo lo apuntado no evitó que el Athletic impusiera su ley y sacara a relucir su creatividad y eficacia en las dosis precisas para invalidar la propuesta de la Real. En buena medida, la clave del derbi radicó en que ese gen competitivo que siempre se le ha adjudicado a la Real a la hora de afrontar este evento, se celebre en Donostia o en Bilbao, y que suele esgrimirse como un reproche hacia los rojiblancos en caso de derrota, quedó anulado. El Athletic nada tuvo que envidiar a su oponente en una faceta que se identifica con mentalidad, espíritu, ambición, etc.

En realidad, la diferencia básica entre los equipos estuvo conectada a sus trayectorias recientes, que no admiten comparación. El Athletic está de dulce y no así la Real. Antes del derbi, el Athletic había encadenado en liga seis victorias y tres empates, que hacen 21 puntos; mientras el balance de la Real era de tres victorias, cinco empates y una derrota, que valen 14 puntos, que tampoco está mal. Pero no es lo mismo y algo significa. Exactamente lo que se observó en La Catedral y que supuso la ampliación de la distancia entre puntuaciones: 24 contra 14.

Resulta evidente que la Real no atraviesa un momento óptimo, que sí lo ha disfrutado en meses anteriores. En el Athletic ocurre que hasta mediados de octubre anduvo bien y posteriormente ha elevado el nivel, funciona a tope, no acusa las bajas, está inspirado y hasta la fortuna le acompaña en situaciones puntuales. Fortuna que busca con el ahínco que ante el vecino desparramó sobre la hierba.