Todo le vino grande al Athletic en la presentación ante su público. El partido y el rival le sobrepasaron. Pese al sudor invertido, su propuesta se reveló muy insuficiente para opositar a los puntos en juego. Para la media hora, su suerte estuvo echada. Aún con frescura en las piernas, le faltó empaque, personalidad, audacia, para importunar a un adversario que ofreció una actuación sobria y eficaz. Es difícil rendir a satisfacción y frente al Madrid el primer día de competición, pero, como se temía, los de Ernesto Valverde carecen del tono que reclamaba cita tan exigente. Así que la derrota se gestó por pura inercia. Tal como está el Athletic a fecha de hoy, pretender codearse con un candidato al título era una quimera.

Lo más que logró el Athletic fue frenar al contrario durante un rato, pero ya en ese tramo inicial se percibió que carecía de argumentos para discutir el mando y generar dudas en un bloque donde prevalece el poderío físico y la solidaridad. Carlo Ancelotti ha dispuesto un Madrid sin parecido al de años previos, con un dibujo que no engaña: cuatro centrocampistas que son cuatro animales capaces de recorrer muchísimos kilómetros y machacar a quien se les ponga enfrente. Anoche, la víctima fue un grupo alejado de un estado de forma no ya óptimo, sino aceptable, lastrado además por ausencias muy significativas.

Es posible que el nuevo plan de los blancos no seduzca, pero no paran quietos y despliegan un fútbol práctico. Son un rodillo. Es posible que el Athletic impidiese su lucimiento, pero no que prevaleciese su ley, la del más fuerte. Se cumplió el pronóstico y quedó la impresión de que Valverde tiene tarea por delante para conseguir que su equipo juegue con auténticas posibilidades de éxito.

Valverde y Ancelotti se ciñeron a lo previsto en sus onces, aunque el primero reservó un espacio para lo inesperado con la presencia de Unai Gómez. Su debut obedecería a un criterio de prudencia, dado el escaso rodaje de Sancet, quien de paso se proyectaba como una baza de cara a la fase decisiva del clásico. Un cálculo demasiado optimista, toda vez que el Madrid liquidó el pleito antes del descanso. Con esa sensación se dirigieron los jugadores a la caseta y dieron cuenta del bocadillo los espectadores.

Más allá de la losa que suponían los dos goles recibidos, sucedió que el Athletic dio muestras de una neta inferioridad. El desarrollo del primer acto selló todo un resquicio para la esperanza. El poderío físico de la media del Madrid desequilibró por completo la contienda. La briosa salida del Athletic duró apenas un suspiro, pronto se apreció que los locales debían amoldarse a una versión presidida por el trabajo a destajo, siempre orientado a frenar la distribución del rival.

En suma, la historia iba de aguantar y buscar la sorpresa en alguna carrera de los Williams. Lo segundo no pasó de una mera intención. La iniciativa del Madrid careció de fluidez al principio, pero la disposición del Athletic no invitaba a esperar que la noche se convirtiese en un intercambio de golpes. Con todos los hombres ubicados en terreno propio, las líneas muy juntas y la habitual generosidad en la presión, el Athletic se centró en eludir apuros.

Tras un par de visitas al área de Simón, nada reseñable, paulatinamente el Madrid fue sintiéndose más cómodo. Entendió que el anfitrión no estaba en condiciones de inquietar a su zaga. Con Bellingham omnipresente y la amenaza latente de los agazapados Vinicius y Rodrygo, era cuestión de tiempo que tanto dominio cristalizase en peligro. Y llegó, cerca de la media hora, en una pared algo forzada de Carvajal y Rodrygo en el área que este resolvió de puntera por el palo corto.

En adelante se asistió a un vendaval, con el Athletic muy afectado. Simón abortó el segundo, un cabezazo de Alaba en un córner que palmeó al poste y segundos después, al repeler un remate franco de Vinicius, que se marchó de De Marcos y Vivian. La siguiente fue la vencida: en otro córner, Bellingham, sin oposición, empalmó una volea que se coló tras un dar un bote exagerado que hizo inútil la estirada del portero.

Un robo con remate flojo de Unai Gómez agitó levemente un panorama preocupante. Sirvió para conducir el partido hacia el intermedio sin mayores padecimientos. Como no podía ser de otro modo, Valverde reaccionó con tres cambios de golpe: Sancet, Berenguer y Guruzeta, a escena. El decorado cambió. Dirigido por un hábil Sancet, el Athletic ganó metros y forzó el repliegue y las precauciones del Madrid.

Concediendo grandes espacios, el Athletic asumía enormes riesgos, pero qué otra cosa podía hacer para buscar el gol que le metiese de verdad en el partido. Después de tres latigazos, solo uno de Vinicius con veneno, por fin cazó el Athletic una ocasión nítida, pero Alaba despejó la volea de Sancet que parecía ir para adentro. Casi seguido, dispuso Berenguer de otro balón ideal para acortar distancias, pero Alaba se lanzó en plancha y le ahorró el esfuerzo a su portero.

Para entonces el partido estaba roto en el plano táctico y el cansancio de los protagonistas resultaba evidente. Trataba de percutir el Athletic, mientras el Madrid se mantenía firme y amagaba con la contra, sin excesiva convicción, fiado a la ventaja. Eran minutos intrascendentes en realidad porque las opciones de modificar el signo del marcador fueron muy contadas. El Athletic, orgulloso, echó el resto en su afán por adecentar el resultado, pero voltear las consecuencias de lo vivido en la primera mitad era misión imposible. El Madrid no perdió nunca la compostura y ganó con total merecimiento.

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