Casi nunca es fácil consensuar las conclusiones que deja un partido. Menos aún, si como en el caso del Athletic-Sevilla, está presidido por el equilibrio de fuerzas de principio a fin, con alternativas más sutiles que evidentes, y el signo del mismo se decide en una acción aislada, sin opción a réplica, con el tiempo ya agotado, en una de las poquísimas jugadas registradas en las zonas donde se cocina el gol. Tanta igualdad da pie a afirmar que el enorme empeño invertido por ambos equipos debería haberse reflejado en un empate. Prácticamente lo ha suscrito todo el que siguió el encuentro, incluidos los protagonistas de uno y otro bando, pero la realidad es que el Sevilla ganó y el Athletic se fue a la ducha con un palmo de narices.

A partir de la injusticia del desenlace y reconociendo que este no se hubiese producido de no mediar el infortunio, aderezado con una pequeña dosis de imprudencia, parece improcedente ponerse a buscar argumentos que ayuden a entender lo ocurrido. Pero nunca está de más profundizar en algunos aspectos que son parte del juego y ayudan a entender por qué hablamos de un duelo que debió resolverse con un punto para cada equipo.

En los análisis se ha ponderado la ambición mostrada por el Athletic, así como la capacidad de resistencia de un Sevilla que, utilizando recursos futbolísticos similares, logró paulatinamente frenar el ímpetu del rival al que, durante muchos minutos, en especial en la media hora final mantuvo a raya, sin concederle la más mínima opción de victoria.

Probablemente, las claves descansen en cuestiones que son previas al propio partido, pero que inciden claramente en su desarrollo. Descontado el accidente que originó el 0-1, asunto central de buena parte de las valoraciones por su fatal consecuencia, algunos análisis insisten en el superior potencial del Sevilla en razón de la plantilla que posee. Se esgrime como motivo capital del revés sufrido por el Athletic. No falta quien ve en ello la justificación perfecta.

No se discute que el Sevilla posee mimbres contrastados en la liga y en el plano internacional, de sobra para completar una convocatoria de 23 hombres. Son, por cierto, los que ya había antes del aterrizaje de Mendilibar y acumulaban meses de decepciones. El técnico vizcaino les ha transformado y ahora compiten con un ardor y un orden que combinados con la calidad que atesoran ha obrado el milagro de abril: cuatro triunfos y un empate. Por otro lado, casualmente, el Athletic se presentó el jueves con las bajas de Iñigo Martínez, Vesga, Muniain y Zarraga, unos más y otros menos, todos susceptibles de ser alineados en razón a su participación del verano para acá. Ello no fue óbice para que Valverde diseñase un once perfectamente reconocible. Al Sevilla le faltaban Marcao, Nianzou y Jordán.

El problema de Valverde era que en el banquillo solo figuraban tres jugadores que están conectados a la competición: Agirrezabala, Berenguer y Raúl García, asiduo en las segundas partes. Los demás fueron Iru, otro portero, Capa, Vencedor, Balenziaga, Paredes y dos chavalitos del filial, Adu Ares y Gómez.

La diferencia se estableció en la gestión de los cambios. Aparte de que Mendilibar podía emplear a gente de nivel para refrescar posiciones, para el minuto 55 ya había recurrido a cuatro suplentes, de lo que se valió el Sevilla para enfriar la briosa salida del Athletic tras el descanso, compensar el tremendo desgaste físico y así ganar enteros para, al menos amarrar el empate. Agotaría el cupo en el 83 para retirar a un futbolista lesionado.

Valverde no tocó nada hasta pasada la hora de partido. Metió un punta por otro y pese a que se percibía con nitidez que el Sevilla crecía y controlaba el duelo con mayor energía en la zona ancha, no retocó nada hasta el minuto 80. Hacía un buen rato que el cansancio se dejaba sentir, pero esperó mucho para contar con Raúl García, su recambio favorito, y Vencedor, el único centrocampista específico disponible. El ratito de Adu Ares, cuarto cambio y último pues no usó el quinto, no merece más comentario.

Vencedor se incorporó tardísimo, con Herrera muy desgastado, porque el entrenador considera que no le sirve. Desde agosto nunca le encuentra un hueco, por lo que carece de confianza y de ritmo. La constatación sería extensible a más jugadores, hasta afecta a uno de los fichajes, Capa. Es una tónica invariable a lo largo de la temporada. Valverde potencia el protagonismo de catorce o quince elementos, pero deja en la recámara a los demás. Y acostumbra a apurar el cronómetro antes de relevar a los titulares. Dos detalles que encajan mal con los resultados obtenidos (trece victorias, once derrotas y siete empates), así como con la exigencia física que conlleva el fútbol tan sacrificado que alienta.

Tampoco en el Sevilla los minutos se repartían con la generosidad actual, pero Mendilibar ha entendido que enchufando a todo el personal a su disposición el equipo se beneficia. Hoy es uno de los secretos del éxito del cuadro andaluz, movilidad constante de piezas y celeridad para ejecutarla.