El sentimiento que produce la inmerecida eliminación de la Copa diferirá entre quienes se identifican con el Athletic. Perplejidad, resignación, frustración, decepción o rabia, serían algunos de los estados anímicos más extendidos dentro de una amplia gama de similar signo. Negativo. De entre los enumerados, acaso la decepción esté menos justificada que cualquiera de los otros. Al fin y al cabo, uno se siente decepcionado cuando no se materializa aquello que espera, en este caso un marcador favorable que presumía factible.

Sin cuestionar ni por asomo que el Athletic debió eludir la prórroga (fase donde llegaría el gol que decantó la semifinal) por cuanto generó con su propuesta y las oportunidades fabricadas en el área de Osasuna, conviene detenerse en la dinámica que protagoniza en los últimos tiempos, desde enero. Tres meses que certifican la persistencia de una serie de deficiencias que se repiten como el ajo, sin que se perciban visos de reacción, salvo en partidos sueltos.

Tantas actuaciones cortadas por el mismo patrón constituyen la prueba palpable de que los jugadores viven inmersos en un proceso involutivo que Ernesto Valverde no ha podido enderezar. Los números, una vez más, son elocuentes. Es posible que la tendencia se haya maquillado con las rondas coperas y la euforizante expectativa que alimenta el torneo en cuestión. Los sucesivos cruces con Eldense, Espanyol, Valencia y el guiño de la fortuna al evitar a Barcelona y Real Madrid en la antesala de la final, no pueden tapar que en dicho período el Athletic ha sumado once puntos en doce jornadas de liga.

Un registro propio de equipo que habita en el fondo de la clasificación y, por tanto, un balance paradójico, dado que a fecha de hoy el equipo aparece instalado en el séptimo puesto. La explicación únicamente puede obedecer a que la mayoría de los rivales tampoco ha dado la talla. Lo cual conduce a una conclusión: Europa está más barata que nunca. A ello ha contribuido de modo singular la horrible campaña del Sevilla, un habitual de la zona noble que acaba de contratar a su tercer técnico.

Así todo, el Athletic ha visto cómo el Villarreal, que arrancó mal, le adelantaba y se le iba (cuenta con un colchón de siete puntos), pero se ha beneficiado de la irregularidad de Rayo, Osasuna, Mallorca o Girona, con los que se está codeando, mientras que el Celta se ha rehecho y colocado a dos puntos.

Las consecuencias del mazazo del martes se verán con el paso de las semanas, pero por de pronto la Copa ha dejado de ser esa pantalla a la que la gente permanecía pegada, enganchada, ante la perspectiva de vivir un desembarco en masa en la capital andaluza a principios de mayo. Ahora toca centrarse en la liga y, por supuesto, desde Lezama se insistirá en que van a levantar la cabeza y dar el máximo en los once partidos que restan. La cuestión (pregunta que se hace con intención dialéctica para averiguar la verdad de algo, según reza el diccionario) es si las buenas intenciones se sustentan en argumentos sólidos o se reducen a una declaración de manual sin un enganche cierto.

A día de hoy, el Athletic necesita una transformación en sus hábitos competitivos o no podrá sacudirse los defectos que le lastran. De entrada, no estaría de más borrar del discurso oficial eso de que “el equipo hace muchas cosas bien”. De ser verdad la frase, una de las favoritas del entrenador, hoy la afición del Athletic no estaría cabizbaja, dolida. Cuando en tres enfrentamientos con Osasuna, el de liga en San Mamés y los dos de la semifinal, uno en enero, otro en marzo y otro en abril, que suponen la disputa de un total de 300 minutos, el equipo marca un solo gol, a balón parado además, esta clase de valoraciones son de difícil digestión.

Más que nada porque rezuman una autocomplacencia objetivamente carente de sentido. Lo apuntado en relación a los duelos con Osasuna es un exponente, no un hecho aislado ni infrecuente. Seguro que se puede articular algún factor corrector que palie las limitaciones del fútbol que practica el Athletic, y que esencialmente se sustancian en un índice de resolución deficiente, que no casa con la voluntad ofensiva y el desgaste físico invertido. ¿Cuáles? El reparto de tareas, la distribución de minutos, distintas alternativas tácticas, perfeccionamiento de la estrategia, etc. Claro que, si todo o casi todo se hace bien…

Pretender una mejora sin tocar nada del modelo ya conocido se antoja utópico. Y en este punto del calendario, es imposible obviar el riesgo de que la temporada se salde con un suspenso. Si en la Copa, el Athletic ha gozado de un itinerario favorable por la entidad de los contrincantes, en la liga se medirá a enemigos de toda condición, casi todos con asuntos importantes que resolver. Como corresponde al esprint final del campeonato. Abre fuego en casa de un Espanyol con el agua al cuello.