Al margen de lo que suceda en el resto de los encuentros de la jornada, la victoria en el Estadio José Zorrilla concede un respiro que el Athletic necesitaba con urgencia. Avance o no en la clasificación, estos tres puntos interrumpen una tendencia que empezaba a ser inquietante. Tampoco es cuestión de sobredimensionar el logro porque esto va de sumar con cierta frecuencia, pero cuando de 33 puntos posibles únicamente se conquistan nueve resulta comprensible que el simple hecho de ganar, sin reparar en nada más, se celebre con entusiasmo. Semanas atrás nadie hubiese considerado este partido como una final, cosa que hizo Ernesto Valverde la víspera de su celebración, pero es que las cuentas en caso de derrota eran desoladoras: el equipo de Pacheta se hubiera situado a solo dos puntos del Athletic, con lo que no hay más que decir.

El detalle impacta y revela la auténtica gravedad de lo que estaba ocurriendo y quizás aún no haya remitido. El tiempo dirá. Lo cierto es que mientras la plantilla disfruta de cuatro días de vacaciones, resulta complicado precisar cuál es el momento por el que atraviesa. La liga se detiene hoy y se reanuda el 1 de abril, con la visita del Getafe a San Mamés. El 4, de nuevo en casa, llega el turno de la Copa, la semifinal con Osasuna, que dispone de un gol de ventaja. Las consecuencias de estos paréntesis son imposibles de prever y casi mejor no ponerse a tirar de hemeroteca. La vez anterior en que la liga se detuvo, al Athletic le sentó fatal. Fue con motivo del Mundial. Marchó al parón con una sonrisa de oreja a oreja y transcurrido un mes largo, con una especie de pretemporada en formato reducido por medio, no se sabe muy bien por qué, empezaron a surgir las dudas, los tropiezos y las preocupaciones.

Por capricho del destino, el partido previo al evento de Catar fue frente al Valladolid y se saldó con un 3-0 incontestable que ubicó al Athletic en la cuarta posición. Cuatro meses después, antes de medirse al mismo adversario, el Athletic era noveno. Un retroceso al que ha puesto freno con una actuación solvente, si bien no cabe obviar la flojera del rival. De modo que cualquiera se aventura a anticipar la versión del Athletic que asomará el mes que viene.

Valverde insiste en resaltar las bondades de su propuesta y del quehacer de sus jugadores, de ahí que hablase de “premio” al referirse al 1-3 del viernes. Utiliza un éxito concreto a modo de reivindicación, como si el fútbol estuviese en deuda con el Athletic, cuando la realidad es que en las once jornadas previas ni la inspiración ni las fuerzas alcanzaron para lograr unos resultados acordes a la autoproclamada condición de candidato a Europa. Tampoco en los triunfos sobre Cádiz y Valencia (los dos únicos en una serie completada con tres empates y seis derrotas) se proyectó una imagen convincente. Por supuesto que también hubo encuentros donde el marcador pudo ser más favorable, pero un bache tan prolongado nunca es casual.

Cada cual es libre de interpretar los acontecimientos según estime oportuno, pero la impresión general extraída de los últimos meses no fomenta, en principio, una expectativa optimista. Menos aún si se establece una comparación con el comienzo de la temporada, período donde la modesta entidad de los oponentes y el factor campo asfaltaron el camino. En octubre, el Athletic llegó a encaramarse a la tercera plaza y un mes más tarde, como se ha apuntado, era cuarto.

Cuanto se ha vivido posteriormente pone en cuarentena el potencial del equipo o la idoneidad de las directrices del cuerpo técnico. O ambos aspectos. Y no será por ausencia de alternativas. Valverde ha introducido diversas variantes, que han durado más o menos, ha recuperado algunas ya probadas y la magnitud de las deficiencias (básicamente en la creación y finalización) ha ido oscilando sin que en ocasiones fuese sencillo entender los argumentos que le impulsaban a retocar o a no hacerlo.

Por todo ello, de cara a lo que está por venir, que es el tercio del calendario que determina la suerte de los equipos, se antoja apropiado abonarse a la prudencia. Es legítimo afirmar que, a expensas de que el equipo vuelva a coger la onda, el panorama está sujeto con alfileres, en Copa y en liga.

Las alineaciones recientes ofrecen pistas sobre lo que preocupa al entrenador. Dado que el índice de eficacia en ataque es insuficiente, ha optado por cargar la mano en la contención. No quiere decirse que el equipo renuncie a ser ambicioso, pero Valverde parece persuadido de que a estas alturas la prioridad pasa por reforzar la estructura. Si el gol está caro, que lo esté más todavía para los contrarios. Así se entiende que en cuatro de los seis últimos compromisos haya apostado por reunir a Dani García y Vesga en la zona ancha. En los veintiséis anteriores, solo coincidieron de salida en una oportunidad.

En esto de protegerse, el alta médica de Iñigo Martínez se traduce en un refuerzo de lujo. “Ha jugado partidos comprometidos tras una lesión larga. Estamos muy contentos con él y con su internacionalidad”. No es para menos. Será interesante ver qué sucede con este trío a la vuelta del parón.