SER la persona que más veces ha defendido los colores del Athletic Club, habiendo jugado en una época de calendarios bastante más cortos que los actuales, constituye el gran logro deportivo de José Ángel Iribar. Junto a su excepcional calidad como portero, no existe mejor indicativo para dimensionar su figura y entender el aura que le ha distinguido desde su debut hasta el día de hoy. Desde luego, el mito no se construyó a partir del palmarés que adorna su hoja de servicios, que cabría catalogar de conciso. Ello responde a que la mayor parte de su carrera coincidió con una época de transición en el equipo y tampoco es que la fortuna estuviese de su lado.

Iribar militó en las plantillas que hicieron de puente entre el equipo de la década de los cincuenta, conocido como “los once aldeanos”, y el que en los ochenta a las órdenes de Javier Clemente conquistó los últimos trofeos que entraron en el Museo de San Mamés. Así se explica que el número de subcampeonatos que acumuló supere holgadamente al de los títulos. Estos son solo dos, correspondientes a las ediciones de la Copa de 1969 y 1973. Por el camino se escurrieron tres copas más, así como una Liga y una Copa de la UEFA. Reveses que ni cuestionaron su valoración profesional ni mermaron su fama.

Lo cierto es que desde muy joven gozó de un estatus de estrella, pese a que tal consideración en absoluto sea extrapolable a la actualidad. Y no es preciso descender al terreno económico para comprender el abismo existente. Sin duda, haberse proclamado campeón de Europa con España recién cumplidos los 21 años despejó cualquier posible recelo en torno a la calidad de un portero sin contraste en la élite. Apenas sumaba una treintena de titularidades desde que tomó el testigo al gran Carmelo Cedrún; sin embargo, el seleccionador Pepe Villalonga, militar de profesión y con pasado exitoso en el Madrid y en el Atlético de Madrid, apostó por el novato Iribar y acertó de pleno. Rodeado de un grupo experimentado y de calidad que no sufrió derrota alguna en los ocho partidos disputados, el chaval no desentonó en el escaparate continental.

‘El Txopo’, en una instantánea de sus inicios en la portería del Athletic.

Fue el arranque de una dilatada carrera internacional, constreñida a su vez por una agenda sin apenas contenido, por lo que Iribar básicamente se dedicó a exhibir en la portería del Athletic sus extraordinarias cualidades. Un protagonismo que a menudo se reveló vital para sostener al conjunto que, en el marco de la final de Copa de 1966, se vio desbordado por la alineación más brillante de siempre en el Zaragoza. Hay quien sitúa en aquella inapelable derrota el nacimiento de la leyenda. Los aficionados saltaron al césped entusiasmados por la actuación del portero, le pasearon en hombros, como si el resultado no importase, y se escuchó por vez primera la tonadilla que le acompañó hasta su retirada y más.

No pudo resarcirse un año después, frente al Valencia, pero a la tercera (1969) fue la vencida, a costa del Elche, con un once que se recitaba de carrerilla: Iribar, Sáez, Etxeberria, Aranguren, Igartua, Larrauri, Argoitia, Uriarte, Arieta II, Clemente y Rojo I. Seguido el Athletic acarició el título de liga, ganado por el Atlético de Madrid con el margen mínimo. En 1973, Iribar pudo celebrar su segunda Copa (2-0, al Castellón). El punto final a su palmarés.

El duelo contra la Juve

No obstante, es obligado detenerse en la temporada 76-77, según Iribar la mejor que recuerda. De la etapa antigua solo quedaban Txetxu Rojo y él. Dirigidos por Koldo Agirre, ofrecieron un fútbol muy dinámico, ofensivo, gustoso para el espectador, con la aportación de piezas como Txurruka o Irureta, exponentes de la operación retorno que incluyó a Zabalza, Tirapu, Lasa y otros. Aquel Athletic hizo tercero en la liga y fue salpicando de éxitos el camino en la Copa y en la UEFA. En ambos torneos escaló hasta la final.

A doble partido la europea y frente a la Juventus, un calco de la selección azzurra. Cayó el Athletic por el valor doble del gol a domicilio en caso de empate: 1-0 en el Comunale de Turín; 2-1 en San Mamés. Cruel, aunque no más que el desenlace unas semanas después de la cita cumbre con el Betis: los rojiblancos no rentabilizaron dos ventajas en los 120 minutos y la tanda de penaltis se interrumpió en el octavo turno, tras el lanzamiento de Iribar, detenido por Esnaola.

Hasta aquí algunos de los hitos de una trayectoria marcada por la regularidad en la excelencia. Son 18 campañas, casi testimoniales la primera y la última, la del novato y la de un veterano al que el cuerpo le dijo que era suficiente. Por medio, también una grave enfermedad que mantuvo en vilo a la calle y un sinfín de anécdotas que fueron tejiendo la memoria de la afición. Por desgracia, no abundan los testimonios gráficos; pocas y de mala calidad son las imágenes grabadas. Peajes de un tiempo donde el papel y las ondas concentraban la atención del aficionado.

Momento en el que Iribar sale con la ikurriña en Atotxa. DEIA

A su retirada, Iribar fue homenajeado en San Mamés. Quiso que el conjunto invitado fuese la Real Sociedad y destinó la taquilla a una serie de iniciativas de fomento del euskara. La cita pudo evocar el 5 de diciembre de 1976, cuando en el viejo Atocha los capitanes Kortabarria e Iribar portaron hasta el centro del campo una ikurriña, símbolo prohibido. El Txopo está convencido de que el impacto de aquella emocionante iniciativa aceleró la legalización de la enseña vasca.

En adelante, Iribar se dedicó a entrenar en categorías inferiores, ascendió al filial y llegó al primer equipo; asimismo dirigió durante años a la selección y sobre todo se volcó para que los porteros del club dejasen de ser autodidactas, como él a lo largo de su carrera. Quienes le sucedieron disfrutaron del mejor maestro posible.