Durante sus primeros cinco meses en el Athletic, Marcelino García alternó alabanzas y censuras en las múltiples ocasiones en que le tocó valorar ante los medios el quehacer de su plantilla. Del mismo modo en que expresaba su agradecimiento por la aplicación que observaba en el día a día en las sesiones de Lezama o se enorgullecía ante la capacidad de sufrimiento que el equipo mostraba en cada encuentro, exteriorizaba su malestar por el errático comportamiento del colectivo, reflejado este en el desproporcionado cupo de empates y la imposibilidad de lograr un objetivo tan elemental al cabo de una temporada como enlazar dos victorias en el campeonato liguero. Un dato insuperable para calibrar el grado de competitividad y, por ende, un ejemplo paradigmático de irregularidad.

En cuestión de pocas horas, el Athletic se habrá puesto en marcha para encarar el curso 2021-22. Por venir de donde viene, el futuro inmediato invita a la prudencia o, cuando menos, desaconseja construir expectativas sugerentes. Es inevitable que de entrada las dudas se impongan a las certezas a la espera de comprobar el funcionamiento del equipo. Son muchos los aspectos a revisar y corregir a fin de superar las inercias que marcaron una temporada que se vendió como ilusionante y se cerró con un balance descorazonador. En suma, Marcelino tiene ante sí el reto de profundizar en el amplio margen de mejora que se detecta si quiere que su primera campaña completa en Bilbao discurra por cauces más amables.

Es evidente que debe articular fórmulas para reactivar las virtudes del grupo y que de paso sirvan para aparcar tendencias muy arraigadas que han supuesto un lastre con él y con sus antecesores en el cargo. De lo contrario, una vez más y ya serán demasiadas de forma consecutiva, el Athletic no opositará de verdad a plaza europea, meta crucial para el club por su significado deportivo y su traducción económica.

Por una mera cuestión de prestigio personal, el propio Marcelino será consciente de que ha de acertar más en sus decisiones. El plazo de gracia que se suele otorgar al nuevo ya ha expirado. La posibilidad de planificar el curso desde cero, sin la limitación que implicó tomar las riendas en mitad de un calendario que se apretó coincidiendo con su llegada, le sitúan bajo el foco con todas las consecuencias. En adelante dejan de computar los atenuantes que sin ningún género de dudas complicaron su labor. Empezando por la serie de compromisos de alto copete, con la Supercopa en enero, un trámite cuya inesperada resolución contrastó severamente con el rotundo fracaso de las dos finales coperas de abril y con la flojera que arrastró el equipo a lo largo de la segunda vuelta liguera.

El retorno de la afición a San Mamés se convertirá en una interesante novedad para el entrenador asturiano, quien lamentó reiteradamente el silencio que presidía las citas caseras. Ahora deberá, junto al equipo, rendir cuentas en vivo y en directo a un público que se ha pasado meses hundido en el sofá rumiando un cúmulo de decepciones. Pero por encima de la incidencia que pueda adjudicarse del factor ambiental, está la respuesta de los que pisan la hierba. Y ahí es donde Marcelino tiene mucho que decir. Como se ha apuntado, su principal reto consiste en superar tanta irregularidad en el comportamiento porque el Athletic no puede permitirse el lujo de vivir del éxito efímero de un título inflado artificialmente o apostarlo todo a la carta de la final de Copa, aunque este torneo le sepa a gloria a la gente y a la entidad.

El gol y más cosas

Este tipo de aspiraciones deberían ser la prolongación de un comportamiento fiable en la liga. La prioridad descansa en las 38 jornadas que van de agosto a mayo. Es donde un equipo demuestra de qué pasta está hecho y el Athletic, por potencial, no desmerece de bastantes de los rivales que lograron antecederle en la clasificación en la pasada edición del campeonato. Se dirá que la faceta a mejorar para evitar la mediocridad es la referida al gol y sin negar su importancia para sumar puntos y que, en efecto, ahí se localiza una de las deficiencias de los rojiblancos, no deberían cerrarse los ojos ante otras carencias que no solo afectan a la culminación del juego. Así, la solidez defensiva no puede estar tan expuesta al influjo de acciones puntuales. No es normal que el Athletic sea de los que menos remates concede en la categoría y sin embargo se le tuerzan tantas citas por despistes, errores gruesos, pifias que llevan multitud de nombres y apellidos. Pero acaso donde haya que poner el acento sea en la creación y en el equilibrio en la zona ancha, ello sin cargar las tintas en los centrocampistas. Laterales, interiores, medias puntas, los centrales en la salida, todos participan en las transiciones y orientan de un modo u otro el gobierno de los partidos.

Antes de aterrizar en el Athletic, se destacaba de Marcelino su fidelidad al 4-4-2 o la obsesión por imprimir la máxima velocidad a las acciones de ataque partiendo de un repliegue prudente. Según llegó tuvo que variar este último concepto para amoldarse al equipo, aleccionado para presionar arriba y que nunca ha sobresalido por su eficacia defendiendo cerca de su área. Este detalle luego se fue difuminando y es posible que sea el momento de establecer unas pautas claras, que hagan reconocible a su Athletic. Al respecto de este tema concreto, cómo pasar por alto la actitud pusilánime de las finales de Copa. O las oscilaciones en el rendimiento, con su correspondiente traducción táctica, que marcaron negativamente un montón de compromisos, aunque no todos acabasen en derrota.