la hora de hacer balance de la temporada del Athletic uno puede atenerse solo a los datos o, además, también, a las sensaciones, y ante éxitos y fracasos concurrentes acudir al manido luces y sombras, o ir un poco más allá. Pues bien, el sentimiento reinante entre los athleticzales es sin duda el de la frustración: no se sienten en absoluto satisfechos con lo vivido, por encima de la situación de pandemia de general afectación.

Es cierto que ha habido logros, principalmente la consecución contra pronóstico de la Supercopa, superando con brillantez a Real Madrid y Barcelona, un título revalorizado y deseado hoy por todos los participantes. En ese momento de euforia se abría además el panorama de dos finales coperas a disputar en pocas fechas, pero la decepción llegó pronto con la derrota en ambas y sobre todo por el cómo se perdieron, tras pésimos partidos ante Real Sociedad y Barcelona, sin dar siquiera talla competitiva. Un auténtico fiasco el del mes de abril, que se convierte en auténtica maldición en relación con el histórico de las finales del torneo del K.O. perdidas, nada menos que las últimas seis disputadas por el club en busca, alguna vez, de la Copa 25.

La trayectoria en la liga ha sido errática y en general también insuficiente (así la ha calificado el propio Marcelino) si asumimos que el objetivo era y es jugar en Europa. Del deficiente fútbol y resultados en la inicial etapa liguera de Garitano, que iba a costar el puesto al de Derio, se pasó a la reacción con el asturiano, coincidente con el título de Supercopa y las meritorias rondas coperas ante Betis y Levante, pero el esfuerzo parece pasó factura en la liga, donde se sucedieron machacones empates frente a los equipos en principio más accesibles. Una cuesta abajo que se ha precipitado en las jornadas postreras, a pesar de los espejismos ante Atlético y Sevilla. No se han pasado apuros clasificatorios, de acuerdo, pero vistas las prestaciones de enero y febrero se puede pedir algo más al Athletic que el mediocre décimo puesto obtenido y un dejarse ir final realmente lamentable.

De lo más positivo de la temporada ha sido la aparición y consolidación de valores de Lezama como Sancet, Vencedor, Morcillo o Villalibre, y la aportación del fichado Berenguer. Junto a ello, las decepciones han sido bastantes más: futbolistas que o no han dado el paso adelante que se les esperaba, como los tres Unais restantes, o no han justificado su caché (Willliams, preocupante), o no han cumplido con el papel de líderes que se les supone, como Muniain, Yuri, e incluso los pundonorosos Raúl o Iñigo.

Con la existencia de lesiones, sobreesfuerzos físicos (común a la mayoría de los equipos) y la incidencia del covid, no se entiende sin embargo la flojera mental y la falta de entereza de ánimo a la hora de afrontar partidos decisivos. No sabemos si eso se entrena, porque quizás haya que acudir al apartado psicológico. Y ojo que el miedo escénico parece heredarse en sucesivas generaciones de jugadores del Athletic. Hay que enseñar a competir, a concentrarse y a sobreponerse a la presión y a la responsabilidad de las grandes citas. Si no es así, la escuela de Lezama no cumple su objetivo.

En lo meramente futbolístico, el equipo tiene carencias claras en determinadas zonas, singularmente en la creadora del centro del campo y en la de definición, y se ve necesario tanto el paso al primer equipo de meritorios que han destacado con el Bilbao Athletic de Joseba Etxeberria (gran temporada la suya), como pueden ser Nico Williams, Prados o Artola, con la vuelta del cedido y prometedor Vivian, como los refuerzos externos que aporten valor añadido y sean asequibles, siempre dentro de la filosofía del club (Javi Martínez, Moncayola). Es difícil materializarlo, pero la plantilla necesita un buen meneo, y sus integrantes, presentes y futuros, han de someterse a la asignación clara de objetivos, sin que las renovaciones puedan regalarse como parece. Faltan explicaciones sobre algunas de las recientemente producidas, en sus términos y en su extensión temporal. La dirección deportiva tiene que justificar muchas cosas. El socio y el aficionado lo merecen, y con la nueva temporada, esperemos que por fin con el público en las gradas de San Mamés, la exigencia va a volver. Apoyo sí, pero crítica también.