Marcelino ha caído de pie en el Athletic. Se conoce su propuesta de juego, pero no tanto su lado íntimo, el que no se aprecia en las cámaras y en las fotografías. “Soy más de hablar, soy reflexivo, más de hacer un análisis detallado de la situación que de abroncar”, expresa.¿Es consciente de la que se puede liar si ganan las dos finales?

—No soy consciente. Porque, como me preguntaba anteriormente sobre la decepción que puede generar la derrota, tampoco soy consciente de la euforia que pueda generar la victoria. ¿Por qué? Porque me ciño al juego, me ciño al trabajo, a lo que tenemos que analizar para que eso sea posible. Lo importante es el juego, cómo conseguirlo.

No me dirá que el entrenador no es ambicioso, que no quiere títulos.

—Cuando eres entrenador tienes ese sueño, te das cuenta de lo difícil que es jugar una final. Como tiene tanto mérito, no me planteo el después, sino disfrutar lo que supone jugar una final. ¿Que luego ganas y llegan esos momentos de exaltación? Claro que sí. Pero de momento te tienes que centrar en jugarla y qué intentar para ganarla.

Precisamente el 3 de abril se cumplen tres meses de su compromiso con el Athletic. ¿En qué le ha sorprendido el club más allá de lo que ya presagiaba?

—No me ha sorprendido prácticamente en nada, sino que ha reafirmado todo lo que pensábamos cuando nos ofrecieron venir. El Athletic es un club muy grande, admirado, no solo en Euskadi, sino en todo el ámbito profesional. Es admirado por su filosofía, por su forma de competir, por su gente y por ese ambiente que ya lo pude vivir en mis visitas al viejo y al nuevo San Mamés. Ahora, como entrenador local no lo puedo vivir desgraciadamente por la situación de dificultad que vivimos todos. Esperemos que con la vacuna, con nuestro saber hacer, todo esto se acabe y volvamos a disfrutar de nuestra gente.

¿Se sabe ya la letra de Orsai?

—No, no. Además soy horroroso para memorizar (risas). Lo que sí te puedo decir es que, después de quedar campeones de la Supercopa, ver aquella celebración por parte de lo que es un grupo de amigos nos hizo sentir la alegría de una forma especial. Desde ese momento solo siento admiración por este vestuario.

Porque ha estado en vestuarios multiculturales, de muchas nacionalidades, jugadores fichados a base de talonario… ¿Entrenar a un equipo de la peculiar filosofía del Athletic supone un reto para un entrenador ya consagrado como usted? ¿Se trata, quizá, de una especie de máster?

—Yo no lo vería como un máster. Genera una sensación diferente y a la vez única. Única con un grupo unido, en el que nosotros lo que tenemos que intentar es que nuestra forma de actuar sea coherente para mantener y potenciar esta unidad. Tomar medidas o actuar de manera que podamos provocar no permanecer ajenos. En otros equipos hemos convivido con futbolistas que proceden de lugares diferentes, que hablan lenguas diferentes, entonces es más difícil que entre ellos haya esa convivencia.

Le pregunto lo de máster porque el mercado de fichajes es el que es y le toca gestionar lo que tiene.

—Eso ya lo sabíamos cuando aceptamos la oferta de venir al Athletic. En otros clubes igual te dicen que tienes unos fichajes determinados y cuando llega la hora no se consumen. No hay certezas que después pueden generar discrepancias. Aquí se te facilita la labor.

¿Cómo duerme Marcelino cuando no gana un partido?

—Suelo dormir mal. Independientemente del resultado no suelo dormir bien después de los partidos. Lo de perder no lo llevo bien. De partida nos consideramos ganadores y trabajamos para ganar. Me gusta ganar y, sobre todo, que el equipo exprese en el campo ser competitivo, que lo intente todo para ganar.

Competitividad, quizá la palabra que más utiliza en sus comparecencias. ¿Es una obsesión personal suya o una frase hecha?

—Es un pensamiento al que desde que hemos llegado le hemos, digamos, dado publicidad, porque es lo que sentimos como cuerpo técnico y desde la capacidad que tenemos en hacer competitivo al equipo.

¿El entrenador puede llegar a ser amigo del futbolista?

—Diría que sí. Entendiendo la amistad como un nivel de confianza mutuo y de cercanía. Que no nos vean como algo lejano, que no se sientan examinados permanentemente. La cercanía, la sinceridad, el transmitir confianza de unos a otros provoca una sensación más relajada en la convivencia.

Se conoce al Marcelino feliz, impulsivo, al de la celebración del título de la Supercopa, al del Benito Villamarín, al del Ciutat... Pero cuando el equipo no hace bien las cosas, ¿le toca temblar al jugador por la bronca que le pueda esperar en la caseta?

—No creo, por lo menos desde que estoy en el Athletic. Antes, sí. Era más expresivo en la victoria y en la derrota. En la victoria sigo siendo similar, pero en la derrota creo que soy más pausado.

O sea, que no ha abroncado a sus jugadores, aquí en el Athletic.

—Soy más de hablar, reflexivo, más de hacer un análisis detallado de la situación que de abroncar. Según va pasando el tiempo prevalece más el contenido que la agresividad.

La pandemia le obliga a vivir prácticamente en una burbuja, pero ¿qué le dice la gente en Bilbao cuando patea la calle?

—No salgo mucho, pero tengo que mostrar mi agradecimiento a la afición del Athletic por el recibimiento, el respeto y el apoyo que nos está dando. Ojalá sea capaz de seguir manteniendo esa llama y que estén contentos con el trabajo desarrollado.

Lo suyo es un idilio con las finales. Ha ganado las dos últimas ante el Barça, la de Copa con el Valencia en 2019, y la reciente de la Supercopa con el Athletic. ¿Qué porcentaje en el éxito hay de estrategia y que porcentaje de motivación?

—La forma de encararlas. Es igual de importante la estrategia como convencer al equipo de que es capaz de competir y cómo jugar al fútbol para lograr la victoria. Y luego hay otras situaciones que nosotros no dominamos. Llegar con un estado de ánimo adecuado nos va a procurar demostrar y mantener durante más tiempo nuestro máximo potencial. Todo ello nos va a ayudar para ganar.

Su cuerpo técnico es atípico, está su hijo y el hijo de su segundo entrenador. ¿Cómo se maneja ese concepto profesional-familiar?

—Hay un máximo responsable, que soy yo, y un cuadro técnico con unas personas que llevamos años juntos. Hemos ido incorporando a otras personas de nuestra confianza para trabajar desde la profesionalidad, el apoyo, el cariño y la amistad. Tienen capacidad y están suficientemente preparados para desarrollar su función. También nos dan un apoyo muy importante en la relación con los futbolistas, porque son de su edad. Yo podría ser por edad el padre de cada uno de los futbolistas.

“Entrenar al Athletic yo no lo vería como un máster, sino que genera una sensación diferente y a la vez única”

“El entrenador y el jugador pueden ser amigos, entendiendo la amistad como un nivel de confianza mutuo”

“Antes era más expresivo en la victoria y en la derrota. En la victoria sigo siendo similar y en la derrota, más pausado”

“Cuando eres entrenador tienes ese sueño, te das cuenta de lo difícil que es jugar una final”