Marcelino García Toral, la viva imagen de la felicidad en La Cartuja, donde sufrió como siempre para acabar disfrutando como nunca tras ganar la Supercopa al Barcelona en la prórroga, puso anoche el listón muy alto. Prácticamente inalcanzable para cualquier otro entrenador al lograr su primer título como entrenador del Athletic al frente de los leones. Y con Real Madrid y Barcelona como colosos derrotados en un torneo celebrado menos de dos semanas después de su apresurado aterrizaje en Bilbao. Casi insuperable. Más aún teniendo en cuenta que los dos transatlánticos han mordido el polvo ante unos relanzados futbolistas que han recuperado su mejor versión a la velocidad de la luz para llevarse una Supercopa para el recuerdo por su complejidad y mayúsculo éxito final. Pocas conquistas pueden tener un mayor impacto en tan breve espacio de tiempo. Y Marcelino puede presumir de ser el ideólogo de un plan que volvió a salir el domingo a la perfección.

Después de superar al Madrid por 1-2 con unos primeros 45 minutos de soberbia actuación colectiva, el conjunto rojiblanco, no contento con alcanzar la gran final, desafió en La Cartuja a un Barça que tampoco pudo imponerse a la homérica tropa de Marcelino. En el momento señalado, con un título en juego, el Athletic no falló y supo sobreponerse a las adversidades en forma de goles, pues fue capaz de igualar por partida doble los dos tantos firmados por el francés Antoine Griezmann en los noventa minutos reglamentarios para dar el golpe final en la prórroga con un gol de bandera de Iñaki Williams. El técnico de Villaviciosa, sufridor confeso en el banquillo a la par que hiperactivo, celebró la conquista como demandaba la ocasión. Camino de dejar de ser Marcelino para convertirse en Martxelino una vez olvidado un pasado que se ha encargado de borrar de un plumazo, lo cierto es que el asturiano puede congratularse de haber caído de pie en un club y en una plantilla a la que no ha tardado ni un suspiro en coger el punto.

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Celebración de los jugadores del Athletic de la Supercopa

La conexión entre jugadores y cuerpo técnico no puede resultar más fluida tras unas productivas primeras tomas de contacto que han desembocado en un nuevo trofeo para las vitrinas del museo rojiblanco. En ellas lucirá a partir de ahora la Supercopa de 2021, aquella que ganó Marcelino sin apenas haberse instalado en Bilbao. ¿Para qué? Ni eso ha necesitado el asturiano, exultante en La Cartuja, para sacar el máximo provecho al trabajo previo realizado por el cuerpo técnico de Gaizka Garitano e introducir sutiles, pero determinantes variantes que han vuelto a hacer del Athletic un equipo campeón. "No soy un mago", se había encargado de repetir en varias ocasiones el de Villaviciosa ante los medios de comunicación. Y no lo es, pero lo parece tras dar la vuelta a un arranque de curso del todo gris e irregular.

EL ENÉSIMO ÉXITO

Eso, sin embargo, es historia, pues el escenario actual es totalmente distinto. Con su paso por el Sevilla en el curso 2011-12 como único recuerdo amargo, dado que fue destituido a mitad de temporada por los malos resultados, Marcelino volvió a ejercer el domingo como verdugo del Barça tras superar al cuadro culé en la final de Copa de 2019 para relanzar así una ya de por sí brillante trayectoria en los banquillos. Después de clasificar al Racing de Santander para jugar competición europea en 2008 por primera vez en la historia del club cántabro, ascender a Primera División a Recreativo (2005-06), Zaragoza (2008-09) y Villarreal (2012-13), equipo al que dejó en Champions cuatro años después, y ganar la citada Copa con el Valencia, Marcelino ya ha hecho historia en el Athletic culminando anoche, de manera brillante, su particular cuento de hadas.