La imposibilidad de trabajar en condiciones para preparar su estreno con el Athletic, libera a Marcelino García de mayores responsabilidades en la derrota con el Barcelona. Sencillamente, le toca asumir la elección de los tiempos por parte de quienes han hecho coincidir el relevo en el banquillo con el peor tramo del calendario de competición, e ir poniendo los pilares de su proyecto a contracorriente, sin apenas margen real para hacerlo. Es el escenario que le aguarda en enero. Solo las fechas previas a la Supercopa, tras haber visitado mañana al Atlético de Madrid, le conceden un leve respiro; luego, si supera la primera cita copera, afrontará cuatro partidos más antes de que el mes concluya. El contexto no ayuda, con muy pocos entrenamientos que no sean de recuperación y las típicas sesiones sin intensidad de víspera de partido.

Tampoco acompaña la identidad de los rivales. El miércoles en San Mamés hubo ocasión de comprobar lo inoportuno que puede resultar medirse a uno de los conjuntos más fuertes en pleno traspaso de poderes. Aunque Marcelino tiró de prudencia en el diseño del once, dando continuidad al grueso de los titulares de Gaizka Garitano, quiso también que estos obedeciesen consignas novedosas. Empezando por la colocación de las piezas sobre el tapete y siguiendo por el planteamiento, por ejemplo a qué altura del terreno se activa la faceta defensiva.

Así, al contrario de lo presenciado en los últimos duelos con los azulgranas, el Athletic no practicó una presión alta, salvo en momentos muy concretos, optando en general por ceder metros, tantos que consumió muchos minutos enculado al borde del área propia. El resultado de esta disposición fue que el Barcelona creó peligro con una frecuencia inquietante. No era lo que solía ocurrir, de hecho ahí están los marcadores más recientes con los catalanes para demostrarlo.

Por decirlo todo, en su larga trayectoria Marcelino no se ha distinguido por articular una propuesta eficaz frente al Barcelona. Él mismo contó que antes de la final de Copa de 2019, dirigiendo al Valencia, nunca le había ganado. En su fuero interno quizá la conquista de dicho título compense los diecinueve partidos anteriores donde el desenlace no le sonrío. En cualquier caso, no parece que se trate de una casualidad.

La realidad es que Marcelino acumuló motivos para la decepción, como la mayoría de los aficionados. Sostiene que la construcción de un modelo de juego comienza en la defensa y el Athletic fue un coladero. Bien está consolarse con los primeros minutos, a algo hay que agarrarse para enviar un mensaje en clave positiva, pero no se recordaba que la portería sufriese un bombardeo tan intenso en noventa minutos.

Durante los meses de desconcierto que preceden a la llegada del técnico asturiano, el gran lamento en el seno del Athletic, compartido por Garitano y los jugadores, hacía referencia al elevado costo de los errores individuales, auténtico lastre que invalidaba la estadística que destacaba al equipo como uno de los que menos remates concedía de la categoría. Unai Simón tenía que intervenir poco y aunque con eso no alcanzaba para sumar puntos, el balance en la contención, peor al de las dos primeras campañas de Garitano, podía considerarse aceptable. Como se ha apuntado, el problema eran los despistes, a menudo uno o dos nada más, pero todos letales.

El Barcelona efectuó una docena de intentos y cada uno de ellos pudo acabar con el balón en la red. Simón desbarató la mitad, dos fueron repelidos por la madera, a Messi se le escapó fuera uno por centímetros y tres subieron al marcador. En fin, una escabechina que dejó en evidencia al Athletic, excesivamente contemplativo, dubitativo, sin recursos para leer los movimientos del oponente, muchos culminados con el protagonismo de quienes entraban de segunda línea, en especial Messi, indetectable hasta la exasperación. Total, que el Barcelona vivió la noche más plácida desde el verano, dio rienda suelta a su calidad porque enfrente no se enteraron de la fiesta y no se introdujo corrección alguna. Los rojiblancos no han concedido tanto ni juntando media docena de citas con Garitano.

los cambios

Otro de los temas en que detenerse es el relativo a los cambios. Una baza que facilita la tarea del entrenador y bien aprovechada sirve para mejorar el rendimiento colectivo. Ahora son cinco las sustituciones reglamentadas y no, no es obligatorio agotar el cupo, como señaló Marcelino, quien para justificar que solo hiciera cuatro, una pronto por lesión de Yuri, declaró que maniobrar en el tramo final, en los diez últimos minutos, no es algo que le reporte beneficios. Se supone que quiso decir que poca conclusión cabe extraer a esas alturas de la aportación de un futbolista. Bueno, Morcillo ingresó en el 80, pero su argumento posee sentido como regla general.

Lo que no explicó es qué le impulsó a esperar al 65, cuando el partido ya estaba imposible (1-3), para agitar el banquillo. Tampoco explicó si no tuvo en cuenta que mañana se celebra jornada y que su tropa emitía lógicos síntomas de cansancio, que el Barcelona desgasta una barbaridad, máxime en la derrota. Y lo que deslizó de que necesita adaptarse a la nueva normativa, cinco y no tres cambios, más vale dejarlo pasar, que bastante tiene con lo que tiene.