A pandemia del covid-19 ha descubierto una nueva palabra a la que le falta que le dé oficialidad la RAE. El término desescalada ha cogido una trascendencia dialéctica que ha servido de referente para diseñar la gestión de las fases decretadas por el Gobierno de Pedro Sánchez en esta crisis sanitaria que ha sacudido a todo el planeta. Se entiende que el vocablo, a la espera de que la RAE lo llegue a definir en un sentido o en otro, proyecta un significado positivo, porque servirá para que se finiquite el estado de alarma y se entre en lo que se ha denominado nueva normalidad, una expresión que también necesita aclararse por la incoherencia que pueda entrañar. Vamos, que se trata de buscar una relación de la desescalada con el Athletic, que la ha debido interpretar en una dirección bien dispar. Esta repentina palabra obedece a lo contrario que busca el conjunto rojiblanco, que no es otro que escalar posiciones en su declarado objetivo de aspirar a una séptima plaza, que, visto lo visto ayer en Ipurua, emerge como un delirio y la reflexión apunta a empezar a pulir el proyecto del próximo curso.

El Athletic , que ahora ocupa el Villarreal a la espera del resultado que coseche esta noche el Valencia frente al Real Madrid, pero las sensaciones que transmite no dan pie al optimismo. Los leones solo han sumado dos puntos en tantos encuentros disputados en este regreso tan atípico y la esperada escalada parece que se le atraganta, cuando, además, se suman más rivales por el camino, como son el Villarreal y el sorprendente Granada, al que visita en la jornada final de esta liga tan extraña. El conjunto rojiblanco no perdió en Ipurua, donde solo ha hincado en una ocasión (en la campaña 2015-16) desde que el Eibar compite en la máxima categoría, pero solo fue capaz de empatar, un resultado que no le ayuda para revalorizarse en la pelea por esa preciada séptima plaza, la última que da derecho a jugar en la Europa League, competición que le vendría de perlas a la Junta Directiva de Aitor Elizegi para cuadrar las cuentas, mermadas por la maldita pandemia.

El Athletic fue lo que quiso que fuera Garitano, la apuesta reforzada de la dirección deportiva por el pago de los servicios prestados, léase el resurgir en la pasada liga y la clasificación a la histórica final de Copa frente a la Real Sociedad, para la cual habrá que aguardar aún un cierto tiempo. El derioztarra no engaña en su idea y es fiel a la misma contra viento y marea. El perfil que ofrecía el derbi ante el equipo del que ha sido capitán y entrenador le venía de perlas para refugiarse en su argumentario. Prescindió de Unai López en la medular y se inclinó por la sociedad formada por Dani García y Mikel Vesga, muy recurrida en los partidos anteriores a la pandemia, con lo que el mensaje no podía ser más claro. La presencia de Vesga en el once inicial respondió a uno de los dos cambios que introdujo respecto al equipo que compareció el domingo frente al Atlético de Madrid. El otro lo protagonizó Gaizka Larrazabal, uno de los olvidados por el técnico, que prefirió dar un pequeño descanso a Iñaki Williams. Larrazabal solo había jugado un partido como titular y lo hizo en Butarque, otro campo en el que el Athletic partidos de digestión pesada.

Larrazabal no dejó contento a Garitano, que también acentuó su declaración de intenciones, cuando, a vuelta de vestuarios, prescindió de Iker Muniain en la media punta para castigarlo al costado izquierdo, donde su aportación suele bajar enteros. El Athletic renunció al buen fútbol, del que precisamente no abunda, para enfrascarse en una guerra de guerrillas ante un Eibar al que le va la vida y del que se sabía que iba a poner toda la carne en el asador. Asier Villalibre salió a tiempo para evitar la derrota, pero que no sirve de consuelo a un Athletic que ayer se empeñó en sacar un versión que le distancia de Europa.

12

Los empates firmados por el Athletic en las 29 jornadas disputadas hasta la fecha, uno menos que el Atlético de Madrid, y los mismos que el Valladolid y el Celta, conjuntos que luchan por la permanencia.