LA nueva Supercopa ideada por Luis Rubiales, presidente de la Federación Española de Fútbol, y vendida por una millonada a Arabia Saudí, fue la tumba de Ernesto Valverde como entrenador del Barcelona. Dos años y medio después de comprometerse con el conjunto azulgrana, tiempo suficiente para conquistar dos ligas y una Copa, y pese a que antes de su despido el equipo ocupaba el primer puesto en la liga y había alcanzado como líder de su grupo los octavos de final de la Champions, fue reemplazado por Quique Setién hace dos semanas. De la mano del técnico cántabro han llegado a la ciudad condal un puñado de caras nuevas, entre ellas las de los vizcainos Eder Sarabia, su segundo, y Jon Pascua, entrenador de porteros; una idea futbolística basada en la posesión; y dudas, muchas dudas.

Setién dejó sus paseos entre vacas para aceptar un reto mayúsculo, el más importante de su carrera, sin lugar a dudas. Se estrenó frente al Granada en el Camp Nou y lo que apuntaba a un agradable bautismo a punto estuvo de atragantársele. En un partido en el que el Barça recuperó parte de la esencia que durante años tuvo con Pep Guardiola y el difunto Tito Vilanova, hacer de la posesión del balón una máxima inamovible, los futbolistas azulgranas completaron 921 pases de los 1005 que intentaron, pero solo dispararon en seis ocasiones a la portería contraria y no marcaron el único gol del partido hasta que el Granada se quedó con diez.

El triunfo maquilló la puesta en largo de Setién en el banquillo y el cruce de dieciseisavos de final frente al Ibiza asomaba como un mero trámite ante la más que evidente diferencia entre ambos clubes a todos los niveles. Sin embargo, el Barça a punto estuvo de pagar cara la arriesgada apuesta de su técnico, que salió de inicio con un único central: Clement Lenglet, que estuvo custodiado en la zaga por dos laterales como Sergi Roberto y Junior Firpo entre cuyas mejores virtudes no figura precisamente la de defender. Griezmann, autor de dos goles, el segundo en el minuto 94, selló la sufrida remontada culé en una nueva demostración de que solo con la posesión no se ganan los partidos.

Y así llegó la primera derrota de la era Setién. El Valencia, que hace de las rápidas transiciones ofensivas y la sobriedad defensiva su forma de vida, le hincó el diente al Barça (2-0 en Mestalla), que tuvo el balón el 74% del tiempo, pero que una vez más careció de profundidad.

La derrota tuvo consecuencias, además de la pérdida del liderato, y distintos medios apuntaron unas pocas horas después que algunos futbolistas no entendían su rol en el equipo tras la llegada del técnico cántabro. El Barça, eso sí, se desquitó rápidamente el jueves ante un Leganés que nunca estuvo en condiciones de disputarle la eliminatoria copera y que salió goleado del Camp Nou (5-0). Pese al triunfo y la manita, la imagen de las citas pretéritas ha levantado dudas en torno a la idea de juego de Quique Setién. Que sigan al menos hasta después del duelo de cuartos con el Athletic.