REAL MADRID: Courtois; Carvajal, Militao (Min. 57, Nacho), Ramos, Mendy; Valverde, Kroos, Modric; Rodrygo (Min. 62, Bale), Benzema y Vinicius (Min. 72, Jovic).
ATHLETIC: Simón; Lekue, Yeray, Núñez, Iñigo, Yuri; Dani García, Vesga; Raúl García, Kodro (Min. 73, Villalibre) y Williams (Min. 86, Beñat).
Árbitro: Adrián Cordero Vega (Comité Cántabro). Amonestó únicamente a Sergio Ramos, del Real Madrid, en el minuto 87 del encuentro.
Incidencias: 71.306 espectadores en el Santiago Bernabéu, en torno a medio millar de ellos aficionados del Athletic, para presenciar el encuentro de la décimo octava jornada de LaLiga Santander, competición que para hasta la llegada del nuevo año.
Punto de enorme mérito el conquistado anoche en un escenario donde las alegrías son excepcionales. Con una propuesta expresamente diseñada para la ocasión, el Athletic logró que el Santiago Bernabéu no le cayese encima, como suele ser norma cada temporada. Por supuesto, fue imprescindible la colaboración de la fortuna, reflejada en tres remates contra los postes de la portería de Unai Simón, aunque en general el rendimiento defensivo resultó más que notable y terminó por sacar de quicio a un Real Madrid que apuró la recta final con tres delanteros centros: Benzema, Jovic y Sergio Ramos. Con alguna llegada aprovechable contó el Athletic, si bien fue su laboriosidad sin balón lo que le permitió volver entero a Bilbao. Entero y con la satisfacción de no haberse dejado intimidar por la pujanza de un anfitrión siempre temible.
Gaizka Garitano agitó su formación habitual y habrá que decir que acertó. Escogió una zaga de tres centrales, con Lekue y Yuri apostados en las bandas, un cuarteto en la zona ancha y Williams, en punta a la caza de lo que llegase, que no fue mucho, pero sí lo suficiente para que el rival tampoco pudiese vivir tranquilo. En realidad, en el apartado de situaciones de peligro real quizá solo pueda figurar un remate raso de Williams que Courtois sacó a córner porque sí hubo otros dos intentos de entidad, uno de Kodro que acabó en la red y el otro de Villalibre en el tiempo añadido, aunque ambos anulados por sendos fueras de juego. Un balance en ataque que no admite comparación con el del anfitrión, pero esto estaba asumido de antemano.
Es imposible no pasar apuros en el estadio madridista durante un partido entero. Las oportunidades del Madrid fueron cayendo por pura inercia, pues suya fue la iniciativa y lógicamente la posesión, con un porcentaje cercano al 70%. Si los merengues mandan y manejan la pelota, es normal que acaricien el gol en un puñado de lances. Anoche también ocurrió así, sin embargo salvo en un par de fases de la primera parte cabe afirmar que el Athletic no sufrió en exceso. Y esa impresión se fue asentando según corría el cronómetro. La concentración fue quizás la gran virtud del bloque que montó Garitano. Y un detalle que avala esta afirmación sería el bajo número de faltas cometidas. Y no fue por eludir la disputa o no fajarse en el cuerpo a cuerpo, sencillamente sucedió que los rojiblancos salieron vencedores en los duelos individuales gracias al tesón y al equilibrio táctico.
El Athletic trabajó como suelen hacerlo esos equipos italianos que confían a muerte en su solvencia para contener el empuje y anular la imaginación de un enemigo de primer orden. El asunto consiste en admitir que el de enfrente es superior y juramentarse para conseguir que no lo plasme. Un ejercicio de humildad que llevado hasta sus últimas consecuencias a veces cuaja. Anoche lo hizo. Había que correr mucho y andar listo, además de no perder el hilo del guion preparado en Lezama. No cabe duda de que la vigilancia de Benzema era clave y el hombre pasó mucho más desapercibido de lo que acostumbra. Lo del trío de centrales sirvió, por ejemplo, para eso, pero también para que Yuri y un Lekue muy atrevido, apoyasen a la gente de arriba. Dani García y Vesga, a la misma altura, se ubicaron por delante de la defensa, mientras que Raúl García y Kodro realizaban la primera presión a la espalda de Williams.
El equipo se arregló bien para desarrollar las dos facetas del juego, defender y atacar. Más problemático fue lo de las transiciones, ahí asomaron pérdidas evitables, alguna de riesgo cierto, pero la disposición colectiva subsanó las deficiencias y por si acaso ahí estuvo Iñigo Martínez para imponer su ley. Fue evidente que el Athletic tenía la consigna de ganar metros con envíos dirigidos principalmente a Raúl García, una fórmula que contribuyó a complicarle la vida al Madrid. Al oficio del ayer capitán se sumaron incontables segundos balones ganados. Ya se sabe que esta clase de labor no es muy del gusto de los chicos de Zidane, más amigos de recibir a ras de césped y al pie.
los sustos Para decirlo todo, se debe nombrar a Simón, autor de intervenciones decisivas ante Vinicius, Kroos y Benzema. También Núñez sacó un balón de la línea, en el único error de Iñigo, y luego está ese par de largueros, uno tras inverosímil desvío del portero y el segundo tras mala salida suya en un córner, y el poste que repelió un cabezazo de Jovic, muy al final ya, la clásica jugada que arruina todo el esfuerzo invertido en el Bernabéu. Con Jovic dentro, el Madrid, desconcertado, renunció a elaborar. Se esmeró en ello desde el inicio, sobre todo Modric, pero el croata se fue difuminando, posiblemente cansado de ver cómo de caro se puso progresar, hallar vías de penetración o fisuras en una estructura que quizá pecó de ceder metros en la segunda mitad. El cansancio hacía mella e instintivamente los jugadores tendieron a defender por acumulación en torno a su área.
No siempre, puesto que tras cada visita a Courtois, el Athletic presionó muy alto para introducir otro elemento particularmente molesto para el Madrid y no le fue mal, la verdad. Después de casi hora y media con el estómago encogido, es el peaje inherente a esta cita, fue hasta emocionante comprobar que con el 90 rebasado aún había arrestos para buscar la campanada completa. Para entonces la grada llevaba un rato largo pitando, a los suyos, a los contrarios y al árbitro, y es que no le gustó nada que el Athletic fuese capaz de frustrar a sus ídolos.