PRIMERO hubo un despliegue que provocó una pregunta que derivó en una broma. Cuando a primera hora de la mañana iban llegando a los aledaños del Palacio Euskalduna furgonetas de la Ertzaintza un socio compromisario que se acercaba a la mesa de acreditaciones de la Asamblea General del Athletic lanzó la cuestión. “¿Para qué tanto revuelo? Igual se cuestiona algo pero no llegará la sangre al río”, decía. Le contestaron que estaba anunciado para la media tarde un mitin de Vox. Y el hombre, con los ojos abiertos de par en par, lanzó la puya guasona: “Habrá que apurar, no sea que coincidamos a la salida”. La tarde de los desmanes se encargaría de quitarle gracia al asunto.

Para entonces, la Junta Directiva del Athletic encabezada por el presidente del club, Aitor Elizegi, ya tenía diseñado su plan: un puñado de apelaciones al corazón del Athletic y el goteo de los números que, siempre tan fríos, acabarían convirtiéndose en protagonistas del día, dejando la mañana revuelta. Por algo las matemáticas tienen tan mala fama: lo enmarañan todo.

En las primeras horas se iban saludando los asistentes y se respiraba una atmósfera un punto tensa, propia de los prolegómenos de velada grande en el Madison Square Garden. “¿Qué será eso de cambiar los estatutos?”, se preguntaba inquieto un socio. Josu Urrutia iba saludándose a diestro y siniestro con buena parte de quienes le acompañaron en su anterior mandato. Por un lado llegaba Genar Andrinua y unos metros más allá se veía a Silvia Muriel junto a Ritxi Mendiguren. Jokin Garatea, Borja López, Javier Aldazabal Jon Muñoz, Juan Arana, el mismísimo Alberto Uribe-Echevarria, Mario Fernández eran nombres propios del ayer presentes. No estaba claro si les empujaba la curiosidad, el interés o la nostalgia. Tanto da.

El viejo Athletic, ese al que apeló Aitor Elizegi y que a todos nos hermana pese a las diferencias, no podía estar mejor representado con las figuras de José Ángel Iribar y Manolo Delgado, dos glorias más allá de los despachos, a los que los compromisarios y compromisarias miraban -admiraban, diría yo...- con el respeto que los griegos adoraban a sus dioses. Un nudo en la garganta se trenzó cuando entre el recuerdo a los caídos apareció en pantalla el rostro de Koldo Agirre. En la misma pantalla que durante toda la larga mañana actuó, como telón de fondo, una fotografía del viejo arco de San Mamés instalado en Lezama con unos jóvenes cachorros ejercitándose a sus pies.

Antes de que todo se desarrollase Anton Taramona ya intuía algo. “A ver cómo se desarrolla todo”. ¿Olía algo del guirigay y la estrechez de las votaciones? En el eterno turno de los discursos y las aportaciones, Xabier Sagredo, presidente de la BBK, oteaba el horizonte. Cerca se situaba Joseba Aurrekoetxea y unos metros más alla, sentado en la sombra, Rafa Alkorta saludaba a quienes le reconocían. A su lado pasaron el presidente de la Cámara de Comercio, José Ángel Corres, y su hermano José Miguel. Antes la sociedad bilbaina se había desplegado con la asistencia de Marcos Muro, María Jesús Galarza, madre de Tomás Ondarra, quien mantuvo un intercambio de pareceres con el propio Urrutia en los prolegómenos; Ion Ruigómez, director de Itsasmuseum Bilbao; Jone Goirizelaia, quien hablaba, en la tensa espera, con el propio Aitor; Mikel Aireta-Araunabeña, Itziar Uriarte, José Pereda, ataviado con vestimenta rojiblanca -hubo camisetas a tutiplén en las butacas, a la espera de la tarde en San Mamés, donde todo se encapotó con el triste 1-1...-; José Mari Amorrortu o Mikel San José, quien se acercó a vivir las votaciones de cerca.

Hasta la confusa hora de los recuentos, todo había fluido como acostumbra: una retahíla de cifras y otra de reclamaciones, denuncias y/o aplausos. La masa comprometida iba y venía (al alivio del baño, a por aire fresco, a por agua...), se revolvía en la butaca -son horas, quieras que no...- y aplaudía los suyos, callándose ante los otros. Suele ocurrir cuando se produce un cambio de gobierno en el timón: las tripulaciones se miran de reojo. No debiera suceder en el Athletic pero sucede. Lástima. Cuando Fernando San José hubo de vivir el trágala del ahora no, ahora sí de la aprobación de las cuentas, con una votación tan ajustada (una errónea interpretación de los estatutos estaba en el quid de la cuestión) y cambio del desenlace in extremis, con el suspense propio de Hitchcock, se armó el revuelo de los corrillos. “Que no haya guerra civil en el Athletic”, pedían algunos.