Bilbao vive estos días una de sus semanas más intensas del año. Música, gastronomía, comparsas, conciertos y kalejira se mezclan en un ambiente festivo que atrae a miles de personas, tanto locales como visitantes. Pero, junto con la alegría, la convivencia y el color, reaparece un problema que año tras año ensombrece las fiestas: la gestión de los baños públicos y los hábitos de quienes, por comodidad o desidia, prefieren utilizar esquinas, portales, contenedores o incluso la ría como urinarios improvisados.

A pesar de los esfuerzos municipales de habilitar aseos portátiles en distintos puntos de la villa, el resultado está lejos de ser satisfactorio. En la Plaza Nueva, por ejemplo, se han instalado urinarios exclusivos para hombres que, en teoría, facilitan una evacuación rápida y sin esperas. Sin embargo, no pocos fiesteros eligen seguir “a la vieja usanza”: contra una pared, en un soportal o directamente en la calle.

Diversas razones

Las razones que ofrecen quienes evitan los baños oficiales son diversas. “Huelen fatal están que dan asco”, comentaba una mujer con su amiga mientras se tapaba la nariz. Otros argumentan que las colas, sobre todo en las horas punta de conciertos y txosnas, hacen que se pierda un tiempo excesivo. “No voy a esperar 20 minutos para ir al baño”, reconocía un joven.

El problema, claro, no es solo individual. Vecinos del Casco Viejo denuncian año tras año que cada mañana, al salir de casa, se encuentran con fachadas empapadas, olores nauseabundos y restos de suciedad en sus portales. El contraste resulta evidente: mientras las comparsas ofrecen actividades gratuitas, conciertos y comida popular para todos los públicos, la otra cara de la fiesta se convierte en un quebradero de cabeza para las instituciones y un motivo de queja para los vecinos.

Las brigadas de limpieza del Ayuntamiento redoblan esfuerzos durante la semana grande. De madrugada, camiones cisterna recorren los alrededores de El Arenal para baldear calles y plazas, pero la sensación de suciedad persiste. “Se limpia, claro que se limpia, pero a las dos horas vuelve a oler igual”, aseguraba con enfado una vecina de la calle Askao.

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El dilema está en el aire: ¿es cuestión de falta de infraestructura o de falta de civismo? La realidad es que ambos factores se retroalimentan. Por un lado, los baños portátiles resultan insuficientes y, a menudo, se encuentran en condiciones poco higiénicas. Por otro, la falta de de conciencia cívica de parte de los fiesteros perpetúa una costumbre que degrada la convivencia y la imagen de la ciudad.

Aste Nagusia seguirá siendo un referente de cultura, diversión y encuentro. Pero si Bilbao aspira a que su semana grande sea recordada por sus fuegos artificiales, sus conciertos y su ambiente festivo, y no por sus olores y manchas de las esquinas, será necesario dar un paso más: reforzar los servicios, endurecer las sanciones y, sobre todo, apelar a la responsabilidad colectiva. Porque la fiesta puede ser desmadre, sí, pero nunca debería ser sinónimo de suciedad.