Te hacen la cama, pero en el buen sentido. La cama y la habitación entera. Son las camareras de piso, que borran las pruebas del delito, si lo ha habido, estiran las sábanas como en los mejores liftings y aquí no ha pasado nada. “Tienen que ser muy discretas, valen más por lo que callan”, asegura Bene Caballero con conocimiento de causa. Primero como camarera, luego como gobernanta, lleva la friolera de 42 años trabajando en el Hotel Ercilla, donde ha visto de todo, desde un elefante del circo hasta una muñeca hinchable. “En fiestas ya ha venido alguna y se la han dejado. Ya había cumplido su cometido. Y luego la han reclamado, ¿eh?”, comenta entre risas esta bilbaina, que actualmente es housekeeping manager. ¿Mandeee? “Aparte de a las subgobernantas y camareras de planta, coordino a las señoras de la limpieza que realizan las zonas comunes, a los chicos que suben y bajan la ropa... Cerca de sesenta personas, turnos, vacaciones, bajas, un quebradero de cabeza, pero bien”, explica tras atender varias llamadas al móvil, reflejo del ajetreo que se respira a media mañana en recepción.

Vayamos al lío. Las paredes de estas impolutas habitaciones han tenido que ser testigos de más de una juerga en tantas ediciones de Aste Nagusia. “Ahora menos, pero sí se montaban”, dice. Y el día después las camareras de planta, en vez de los posos del café, leían los rastros como buenas videntes. “Solamente con entrar en la habitación ya saben lo que ha pasado, pero vean lo que vean, porque se ven muchas cosas, son discretas”, reitera Bene, quien comenta que algunos clientes “se desfogan malamente” y no cuidan la habitación.

“Como me van a venir a hacerlo... Ya no es cuestión de que lo hagan, sino de cómo dejan la habitación, porque no sería agradable para nadie encontrarse cosas que se encuentran fuera de las papeleras”. Y, ojito al dato, las apariencias engañan. “El que menos te pienses te defrauda mucho”, desvela.

Todo eso y mucho más silencian las camareras de piso, que se llegan a encontrar en las habitaciones hasta consoladores. “Pero, además, ya no de los pequeñitos. La primera vez te choca un montón. Dices: Por Dios, pero ¿qué puede pasar? Hay desfogue”, dice entre risas. “Hay que celebrar la fiesta por todo lo alto”.

"Son más invisibles"

Visto lo visto, estas trabajadoras -y trabajadores, porque ya se han incorporado compañeros- se merecen más que un premio. Sin embargo, no reciben aplausos ni les graban con el móvil desfilando por la Gran Vía como a los barrenderos. “A las camareras les tendrían que hacer un homenaje porque es un trabajo muy muy duro y no se las valora lo suficiente para todo lo que hacen”, reivindica Bene, que las considera más que fundamentales en el engranaje de un hotel. “Es lo que más vale porque si las habitaciones no están bien, no las vendes, vienen las críticas negativas, te cambias de hotel...”.

Pese a ello, dice, pasan desapercibidas y ya no reciben las propinas de antaño, que “se estilan más en otros departamentos, como recepción o los camareros de barra”. Las camareras de piso “son más invisibles. Tendrían que salir a la luz, tendrían que reconocerlas”, propone Bene, que saluda cariñosamente a una de ellas en mitad de un pasillo.

Del ‘Currupipi’ de Jesulín a un loro

Juguetitos o juguetones sexuales aparte, lo más sorprendente que ha visto esta gobernanta ha sido algún que otro animal. “Jesulín de Ubrique nos trajo su tigre cuando era cachorro”, cuenta sin acertar a recordar el nombre del famoso Currupipi. Mascotas se alojan muchas. Y no solo perros. “Hace poco hemos tenido un loro con jaula. Fue de lo más chocante. Durante el día decía: Hola, hola”.

En fin, que están curadas de espanto. Y preparadas para atender a todo tipo de supersticiones. “Los toreros ponen sus altares en sus habitaciones y no puede entrar nadie desde que se van a la plaza hasta que vuelven”, explica Bene, que confiesa, a lo bajini, que un pequeño fallo lo tiene cualquiera. “Por error una vez se entró a una habitación y estábamos: Que no pase nada, por Dios”, relata entre risas. Señal de que no hubo que lamentar males mayores. Antiguamente, hace memoria, “el Ercilla tenía sus toallas de un color amarillo y había que cambiárselas”.

Bene ha conocido a muchos famosos, desde Florinda Chico y Alfredo Landa a “Concha Velasco, que era un cielo y muy agradable con las camareras”, o Carlos Larrañaga, que era “muy respetuoso, un pincel”. Puestos a pedir, le gustaría que se alojase en el hotel Richard Gere, quien no escatima en hacer regalos a Julia Roberts mientras las camareras de hotel no reciben “ni un detalle”. Ahí queda por si a alguien se le enciende la lucecita. Y no olviden que como les dé por hablar, además de Troya, arde Marijaia.