La cosa está reñida. Por diámetro de txapela, el Gargantúa se lleva la palma, pero cabezones y cabezonas los hay a patadas. Desde el que se empeña en surcar la marea humana en plenos fuegos artificiales para pillarse un bocata hasta la que hace lo propio en las txosnas cuando el espacio interpersonal es una utopía. “Yo he llegado a tardar 50 minutos para cruzar de la txosna de una punta a la otra para ver a un amigo”, cuenta sonriente Onintze Gómez, cabezota confesa por partida doble porque es obstinada, como su ama, y encima sale a diario en kalejira con la chaveta del Muchacho vizcaino sobre los hombros. “Soy bajita y los gigantes pesan mucho. He probado alguna vez, pero los levanto muy poco”, reconoce.
Animada por un amigo de su grupo de danzas, esta profesora bilbaina se calzó un cabezudo por primera vez hace cuatro o cinco años. Fue pionera en su familia. “Luego se animaron mis dos hermanas”, dice. Y eso que de pequeñas los temían más que a un nublado. “Tenían un pánico...”, recuerda esta joven, que saluda y choca los cinco a los más pequeños y atiza con un churro de piscina a los que se lo buscan.
“Corres detrás de los niños e intentas darles y a algún adulto que pasa también. Luego son los que peor lo llevan, los que te dicen: A mí no me pegues. ¡Pues quítate de en medio, hombre!”, se justifica, porque hay quien tiene tendencia a cruzar la Gran Vía justo por delante de la ballena o las Siete Calles entre los gigantes.
'Churrazo' para "los que se quejan"
El churrazo premium, pues, para “los que se quejan”. “Siempre hay gente a la que le das y te pega o te empuja. A ver, no te acerques, ya sabes lo que es”, censura. Es como quien se mete con sandalias de influencer en las txosnas y sale en modo pies negros. Se lo ha buscado. Aunque alguna vez, sin querer, se le ha ido la mano. “Le vas a dar, se para de repente y le das incluso con el brazo”, se explica.
Zurrar al personal ayuda a liberar tensiones y, después de dos o tres horas de kalejira, “acabas cansado”. Pero sarna con gusto no pica. “Me gusta mogollón porque ves esa sonrisa de todos los niños y eres tú quien los hace disfrutar. Es muy bonito”, dice.
También tiene sus riesgos. “Yo me he tropezado con los bolardos de la calle un montón de veces y con algún niño también porque ves de frente un poco lejos, pero lo que tienes cerca...”. No pasa nada. Algunos se tambalean sin cabezudo puesto.
Mucho calor y moratones
De niña Onintze contemplaba los gigantes y cabezudos tan fresca desde la barrera, pero ahora se ha pasado al lado oscuro y dentro del cráneo del Muchacho vizcaino, de fibra de vidrio, suda la gota gorda. “Es todo cerrado, el cuello va pegado al cuerpo y se crea una condensación. Cuando hace mucho calor, lo pasamos mal”, asegura.
Entre los dientes y los labios del personaje que le ha tocado en suerte, de los nueve que hay, apenas entra aire. “El año pasado hubo un día que hizo cuarenta y pico grados y ¡uf! Te lo quitas y, cuando te recuperas, vuelves”, recuerda esta veinteañera, a la que le han llegado a salir moratones en la frente y el cuerpo por el peso que tiene que cargar sobre su torso. No sabe cuántos kilos son en total. Servidora tampoco, pero, por decirles algo, calculo, a ojo de mal cubero, que como un par de sandías de tamaño incierto.
De león a león, ‘atizó’ a Gurpegi
Los años que se metió en la piel del león del Athletic, Onintze estuvo más refrigerada. “El león se lleva superbien porque la boca es grande”, dice. El problema en este caso es que hay que soportar también el peso de la fama. “Con la del Athletic todo el mundo te pide fotos, que le pongas la cabeza... No puedes casi ni avanzar. Es el más famoso de los cabezudos”, se rinde a la evidencia.
En una de aquellas kalejiras se vio las caras con otro león. “Me encontré con Gurpegi, pero estaba con la familia. Le di un poquito y ya está”, cuenta y aclara que “el churro de la piscina hace más ruido que daño, aunque si das fuerte, a alguno le queda marca”.
Los síntomas de enfundarse un cabezudo pueden confundirse con los de salir de fiesta porque “no ves bien, te tienes que sujetar la cabeza porque se mueve...”. De hecho, ambas facetas son compatibles. “Hay años en que me he quedado más, el último día aprovechas porque dices: Ya dormiré después, pero sí es compatible y todos lo hemos comprobado”, da fe.
Lo bueno es que nadie te ve las ojeras. “Dices: Ay, estoy cansado, es el calor, es la cabeza...”. Excusas no les faltan. “Luego la siesta de la tarde no falla”, apunta esta joven, que “no ha ido a la kalejira de empalmada, pero durmiendo una hora sí”. Total, los gigantes atraen más miradas. Todos echan la vista hacia arriba. ¿Será para verles a ellos o si va a llover?