He vuelto a las andadas. Y no con muy buen pie. Infiltrarse para espiar en Aste Nagusia no es moco de pavo. Necesitas un atuendo ad hoc para pasar desapercibido en el que quepas después de pasarte las vacaciones rodando como un bicho bola del bufé pensión completa a la tumbona y viceversa. Las posibilidades, toda vez que la goma de la falda de arrantzale no da de sí hasta el infinito, eran escasas: disfraz de pez globo descarriado del Desfile de la Ballena o disfraz de oso panda. Opté por el segundo, por ser más discreto, y ¡tate!, me di de bruces con otro plantígrado en el txupin. Al quitarme a toda prisa las pieles sintéticas se me cayó el pinganillo al fango de huevo y harina del Arriaga. No solo no lo encontré, sino que metí diez dedos en la masa y saqué diez gambas a la gabardina. Esto me trajo algunos inconvenientes.
Al señalar a Marijaia con el índice rebozado un par de cuadrillas me confundieron con ET y no pararon de darme la brasa hasta que nos sacamos unos selfis. Es lo que tiene ser bajita y con arrugas. Ahora debo ser carne de Instagram. Caracterizada de pez globo, sin embargo, me he podido sumergir en el Casco Viejo sin levantar sospechas. Me llamaron la atención los muñequitos de los carteles que han colocado en los portales para que el personal no orine.
El que micciona de pie se sujeta los riñones echado hacia atrás cual embarazada y la que está agachada salpica unos goterones como si hubiera roto aguas. “¡Aquí vive gente!”, recuerdan bajo los dibujitos. Desertores forzosos aparte, yo diría más bien “sobrevive”.
También reparé en unos artistas callejeros que a media tarde anunciaban un “espectáculo de alto impacto” y pedían al público que se aproximara. “Somos sudamericanos, pero hoy robamos de noche”, bromeó el del micrófono para animar a los reticentes. No tuvo ni pizca de gracia, pero sus palabras me causaron, como prometía, “alto impacto”. Eso sí, para mal. Luego avisté una pareja de turistas con pelo, camisas y pantalones blanco nuclear que parecían haber sido cortados de una terraza de Marbella y pegados en una tasca de Somera y me fijé en el cartel del escaparate de una bacaladería que rezaba: “Tenemos tajadas de concurso”.
No quisiera quitarles la ilusión, pero el primer premio va a estar más que disputado porque fuera del local detecté a varios individuos con unas tajadas de campeonato. El bacalao, por cierto, estaba a 24,95 euros el kilo. Para cinco cubatas en las txosnas.