RAS una semana de respiración contenida por el lento y ajustado escrutinio electoral en Estados Unidos, las instituciones europeas se lanzaron en tropel a felicitar a Joe Biden, el nuevo presidente electo norteamericano. La presidenta de la Comisión Europea y los presidentes del Consejo y del Parlamento se unieron como una única voz para dar la bienvenida al nuevo inquilino de la Casa Blanca, en plena polémica por las acusaciones de fraude electoral lanzadas por su contrincante republicano, Donald Trump. Parece evidente que tanta velocidad en la comunicación mostraba un claro apoyo a Biden y al sistema democrático estadounidense y, también por supuesto, un alivio por dejar atrás cuatro años de relación entre EE.UU. y la UE repleta de desencuentros políticos y de enfrentamientos comerciales. Trump rompió la tradicional amistad trasatlántica poniendo en cuestión la OTAN, el intento de acuerdo comercial entre las dos potencias e incluso, puso fin a su mandato con la salida de Washington del Pacto de París para la lucha contra el cambio climático. Con estos antecedentes, cuatro años suyos hubieran significado una pesadilla y la llegada del candidato demócrata al poder, solo puede mejorar la relación.

La nueva Administración Biden tiene por delante una agenda complicada para restañar todas las heridas abiertas por Donald Trump en su relación con la UE. El ex presidente llegó incluso a calificar de "enemiga" a la Unión Europea tras la cumbre OTAN de 2018. Una frase que explica la retahíla de medidas y posiciones políticas contrarias a Europa del mandatario estadounidense: ruptura del acuerdo nuclear iraní, sin consensuarlo con sus aliados tradicionales europeos; en materia comercial, del fin de las negociaciones para un acuerdo a la imposición de aranceles a los productos europeos; choque frontal en la OTAN por la factura pagada y por el concepto de seguridad; retirada de tropas en Alemania y en Siria que afectan a la seguridad europea; salida del Pacto de París para la reducción de emisiones de CO2 y la lucha contra el cambio climático; y, por último, y no menos importante, el apoyo incondicional a los gobiernos y formaciones políticas populistas y ultraderechistas eurófobas en los Estados miembro de la UE.

Antes de producirse la votación, Von der Leyen en su discurso sobre el estado de la Unión ante el Parlamento Europeo ya dejó claro que fuera quien fuera el vencedor la Unión Europea se esforzaría al máximo para recuperar la relación de amistad y de socio tradicional con Estados Unidos. Con Biden, aunque nadie debería pensar que es la madre Teresa de Calcuta, las cosas deberían ser mucho más fáciles para el entendimiento trasatlántico. El propio presidente electo, el mismo día que EE.UU. salía del Pacto de París se comprometía a reintegrarle en 70 días, lo que le falta para su toma de posesión. Lo mejor que podemos esperar de Biden es la normalidad, la manera civilizada de discutir los problemas y una cierta previsibilidad en sus posiciones, todo ello perdido por la relación con Trump. Pero seamos realistas, con la situación económica del coronacrack impactando en EE.UU. cualquier vuelta a las negociaciones del acuerdo de libre comercio entre los dos lados del Atlántico es, hoy por hoy, una mera utopía.

Pero existe una consecuencia política interna de gran calado con la pérdida de las elecciones por parte de Donald Trump. Su apoyo descarado a los gobiernos de los Estados miembro anti UE, mediante declaraciones y con la intervención directa de su íntimo colaborador Steve Bannon financiando opciones políticas de ultraderecha nacionalista, ha tratado de poner contra las cuerdas la unidad de los 27. Gobiernos como los de Hungría y Polonia, o en tiempos de Salvini como vicepresidente en Italia, han supuesto un grave riesgo para las libertades y el Estado de Derecho en sus países, que han obligado a reaccionar a las instituciones europeas abriendo expedientes a los Estados y poniendo como condición indispensable para recibir fondos el cumplimiento de las reglas del juego democrático. Esta ofensiva protagonizada por Bannon afincado en Europa puede haber llegado a su fin, o la menos, ya no cuenta con el apoyo del hombre políticamente más poderoso del mundo, el presidente de los Estados Unidos. El mensaje a navegantes es claro: las aventuras de visionarios populistas son de corto recorrido.