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Historias vascas

Eladio Esparza y el navarrismo foralcatólico, una ideología identitaria integral

El navarrismo foralcatólico representa la defensa de Navarra como proyecto político diferenciado, firmemente encardinado en España a través del pacto foral de 1841 y contrario a la unión con el resto de territorios vascos

Fotografía de Eladio Esparza.Cedida

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Tras analizar en obras anteriores la intensidad y los protagonistas de la cruel limpieza política acaecida en Navarra y la cuestión de la desmemoria y el olvido de los vencedores en relación con la misma, en mi último libro (Ideología identitaria de los vencedores. Eladio Esparza, Diario de Navarra y el navarrismo foralcatólico, Pamiela, 2025) abordo la cuestión de las ideas que conformaron la identidad de los golpistas navarros a partir del que considero que fue su teórico principal. Para quienes fuimos educados en la Navarra franquista es obvio que el navarrismo foralcatólico fue la ideología identitaria de los vencedores, una adaptación a Navarra del nacionalcatolicismo franquista, constituyendo sus contenidos el caudal ideológico fundamental, identitariamente hablando, de las derechas navarras incluso hoy en día.

Eladio Esparza (1889-1961), a mi juicio el teórico primordial del navarrismo foralcatólico a través de sus columnas de opinión en Diario de Navarra, nació en Lesaka. Vascoparlante que apenas escribió en euskara, fue subdirector de Diario de Navarra entre 1930 y 1952. Muy amigo del director de dicho periódico, Raimundo García, Garcilaso, también colaboró asiduamente en el mismo entre 1910 y 1923 y entre 1929 y 1930. No obstante, en Esparza se da una circunstancia añadida. Entre 1915 y 1929 pasó por una etapa en la que mostró su afinidad con el nacionalismo vasco, un nacionalismo tibio, que le abrió las puertas a colaborar como columnista en el diario Euzkadi en 1917 y entre 1925 y 1929 y a ser el primer director del periódico peneuvista navarro La Voz de Navarra entre 1923 y 1925. Un converso, por lo tanto, que cambió de bando, en la misma línea que otros, entre ellos su casi paisano, el etxalartarra Manuel Aznar Zubigaray, abuelo de José María Aznar.

El navarrismo foralcatólico no solo representa la defensa de Navarra como proyecto político diferenciado, firmemente encardinado en España a través del pacto foral de 1841 y contrario a la unión con el resto de territorios vascos. Además, se articula como un precipitado doctrinal con elementos incorporados a partir de 1931 en algunos casos y de 1936 en algunos otros. 

Claves del pensamiento

Entre ellos estaban los siguientes. En primer lugar, el boicot de la derecha conservadora y tradicionalista al proceso estatutario de 1931-1932, tanto en su vertiente de estatuto vasconavarro único como en la de estatuto singular para Navarra, y la defensa del marco políticoinstitucional cuarentayunista, por ser este último el marco que más convenía a las élites autóctonas por otorgarles cuotas importantes de poder institucional en unas pocas manos y sin control alguno. En segundo lugar, el rechazo de la tentación reintegracionista, es decir, el regreso al estatus políticoinstitucional de Navarra anterior a la Ley de 25 de octubre de 1839 (una reivindicación clásica del tradicionalismo, pero que solo fue asumida con plenitud por el nacionalismo vasco napartarra y que, para las derechas navarristas, podía conducir al separatismo).

En tercer lugar, la sobrevaloración de la foralidad cuarentayunista como la única foralidad discernible y como la seña de identidad obvia de Navarra, así como de los conceptos a ella vinculados como el de pacto foral y el de hispanidad. En cuarto lugar, la escasa consideración del euskera, rebajando su carácter identitario para Navarra. Esos aspectos llevaban a su máxima expresión la previa reacción españolista de los conservadores y de un sector importante del tradicionalismo, el praderista, en contra del proceso reintegracionista de 1917-1919.

Asimismo, entre los aspectos no directamente políticoinstitucionales ni idiomáticos que postulaba el navarrismo foralcatólico, conformándose como una ideología integral, estaban la resistencia en todas las cuestiones al régimen republicano y la asunción de la guerra ideológica a favor de los valores religiosos, morales, educativos y patrióticos españoles tradicionales de siempre. Esos aspectos se importaban de los elementos discursivos de índole nacionalcatólica y tradicionalista pergeñados por los ideólogos de Acción Española y de Renovación Española, del monarquismo alfonsino, con quienes Garcilaso y Eladio Esparza, director y subdirector respectivamente de Diario de Navarra, tenían mucha relación. Por otra parte, mediante Garcilaso y Esparza, Diario de Navarra se configuró como un cruce de caminos de las diferentes familias de las derechas navarras, generando contenidos programáticos asumibles para todas ellas, y siendo el principal promotor de la unión de las mismas, sentando las bases de su arrollador triunfo con el 70% de los votos y el copo de los siete diputados navarros a Cortes en 1933 y 1936. 

La ‘Nueva Covadonga’

Otros aspectos muy importantes, por su posibilidad de articulación comunitaria, para dar paso a la comunidad de los vencedores, eran la apología de los combatientes a favor del golpe de Estado de julio de 1936, en especial de los fallecidos, y de la aportación crucial de Navarra al golpe de Estado por medio de una riada de combatientes, que se identificó en su totalidad como voluntarios alistados desde el primer momento (algo falso, porque fueron más los soldados de quinta que la suma de voluntarios carlistas y falangistas), y en el carácter de Navarra como la Nueva Covadonga por su carácter de foco de resistencia contra la República desde 1931, lo que enlazaba con la lucha de los carlistas contra el Estado liberal en el siglo XIX. La victoria en la guerra civil y el recuerdo de los caídos del bando franquista se constituyó como el punto de partida de la comunidad de los vencedores, considerados como los elegidos y protagonistas de una misión histórica, como encarnación que eran de la patria española y católica, concebida de forma férreamente unitarista y contraria a cualquier separatismo, ajustada a los valores tradicionales de siempre, del nacionalcatolicismo: la nación española, el orden social, el corporativismo, la familia, la religión, la educación católica. 

Esparza fue el teórico principal de todos esos contenidos identitarios del navarrismo foralcatólico. En el proceso estatutario de 1931-1932, tuvo un protagonismo absoluto en la oposición al Estatuto Vasconavarro, enmendando la plana a juristas de tanto prestigio de la derecha navarra como Rafael Aizpún Santafé o como Joaquín Beunza Redín. Andando el tiempo, sus argumentos contra el Estatuto Vasconavarro han sido los mismos que, desde los años setenta, las derechas navarras en sus diversas formulaciones, y sobre todo UPN y PP en las últimas décadas, así como Diario de Navarra, han repetido constantemente en contra de la integración de Navarra en Euskadi. Asimismo, sus posturas sobre la primacía de la foralidad sobre cualquier versión del estatutismo republicano y contra el reintegracionismo (que incidían en la defensa del cuarentayunismo foralmente soberano, pactista y preconstitucional, remarcando el carácter suprahistórico de los derechos de Navarra, superior a cualquier concesión del Estado Constitucional, y firmemente unido a la nación española mediante el pacto foral que conservaría restos de la soberanía cedida por Navarra en 1512-1515 y en 1839-1841) nutrieron el ideario de los asesores de la Diputación durante el franquismo. Y también lo alimentaron durante la Transición. En el debate de la LORAFNA, UPN también se hizo eco de las tesis de Esparza. 

En relación con el euskara, Esparza asumió un vasquismo espiritualista de índole negativista, de máximos e irreal, como alternativa al vasquismo político del nacionalismo, para desactivar el potencial identitario de dicho idioma, no apoyando ninguna medida para su oficialización. Eso sintoniza con la política de las derechas navarras en el franquismo y en las últimas décadas de relegar el euskera a elemento identitario de segundo orden, obstaculizando su desarrollo. 

Y la acción represiva

Por otra parte, entre 1936 y 1940 Esparza se plegó totalmente al afán comunitarista, a los intereses y a la acción represiva del bando sublevado. Su apoyo al golpe de Estado y a la movilización y al castigo al desafecto fue total. Su labor en la depuración de la enseñanza fue muy activa como miembro de la Junta Superior de Educación que él animó a formar. Destacó como gestor de emociones y organizador de eventos catárticos como la misa de campaña de 25 de julio y la procesión del 23 de agosto, y en relación con el culto a los combatientes muertos en el frente, bajo su condición de delegado de Prensa y Propaganda de los requetés durante el verano de 1936. También fue muy militante su papel como gobernador civil de Álava en 1937-1938 y su apoyo a la guerra cultural del tradicionalismo. 

Más allá de 1939, hasta que su actividad como columnista finalizó por enfermedad en 1952, Esparza siguió insistiendo en temas como la fidelidad al espíritu del 19 de julio y su exaltación de la victoria de Franco, Mola y Sanjurjo; la simpatía hacia el carlismo y el tradicionalismo filosófico; el cultivo de las emociones en cuanto a los combatientes caídos (de hecho, las pinturas de Stolz en el Monumento a los Caídos recrean simbólicamente el metarrelato requeté de la historia de Navarra diseñado por él en su Pequeña historia del Reino de Navarra); el apoyo al marco de 1941; la germanofilia y la visión radicalmente anticomunista, etc. Por último, Esparza mostró una absoluta sumisión a los intentos del Estado franquista de controlar las instituciones forales. El columnista lesakarra, al igual que ningún miembro de la derecha navarra (en una clara muestra de su foralismo interesado y sumiso al régimen franquista) nunca se quejó de la evidente intromisión del Movimiento en las elecciones a diputados forales que posibilitaba la Ley de 17 de julio de 1945 de Bases de Régimen Local.