Su pijama todavía está sin lavar bajo la almohada, esa es la cruda realidad”. Dos años y medio después de que Iurgi falleciera tras impactar contra un vehículo mientras andaba en bici en el barrio Zubero de Aulesti, su cuarto y sus juguetes siguen intactos. “Yo aún espero que llegue. No lo asumes”, confiesa Agurtzane Uriarte, su madre. El pequeño, de 11 años, era su único hijo y su ausencia lo impregna todo: la casa, el coche... “Solíamos ir jugando, a ver quién gana hoy: Mojón, mojón... Ahora alguna vez uno de los dos dice: Mojón y los siguientes, los dos en llanto. El silencio es brutal. El vacío que eso supone es tremendo. No se puede explicar. La gente te dice: Bueno, tenéis que vivir. ¿Para qué?”, se pregunta Agurtzane y solo halla una respuesta. “Yo, hoy por hoy, solo me levanto con un objetivo: saber qué pasó, llegar a la verdad para empezar a vivir nuestro duelo”, afirma, inmersa, junto a su marido, Iosu Beraza, en una “lucha legal” para reabrir el caso, archivado provisionalmente al considerar que fue “un fatal accidente sin culpables”.

El 21 de mayo de 2020 Iurgi cogió la bicicleta por primera vez después del confinamiento para dar una vuelta por una “carretera vecinal, sin tráfico, a doscientos metros de casa”. Eran en torno a las ocho y media de la tarde. Hacía un día espléndido. “Acababa de llegar el padre, que es transportista. Aita, ¿me dejas? Vale, Iurgitxu, pero rapidito, que vamos a cenar”. Un cuarto de hora después Agurtzane, entretenida con las flores en el exterior de su caserío, oyó “el chirriar de un coche. Jesús, quién irá ahí” y, acto seguido, “los gritos de socorro del conductor: Lagundu, Iurgi, lagundu. Traía al niño en volandas sobre el hombro. Es una imagen imborrable. Salimos disparados. Nos lo entregó en brazos, roto de cuello para arriba, con un impacto tan grande que fue muerte cerebral casi en el acto. Sufrir, cero. Es el único consuelo que nos queda”.

En shock, Agurtzane ni siquiera se enteró de que su hijo había sufrido un siniestro. “Pensaba que se había caído y se lo había encontrado. El padre, lleno de sangre, le estaba haciendo la reanimación porque casi entraba en parada. Vino la patrulla, se llenó esto enseguida de ambulancias, empezaron a meterle todo tipo de inyecciones... Al final lo trasladaron al hospital de Cruces”, donde falleció al día siguiente tras donar sus órganos. “Lo teníamos hablado y él siempre decía que quería: Ama, yo si alguna vez... Bueno, bueno, calla. No está en ley que se te vaya antes un hijo, sobre todo, de la noche a la mañana. Fue una decisión muy dura, pero ¿cómo voy a decir yo que no si era su deseo? Estamos encantados de haberlo hecho, pero eso no quita la agonía de la pérdida. Era un hijo muy deseado y era nuestro motor. Nuestra vida se ha parado con la suya”, dice, rota de dolor, su madre.

Agurtzane tardó varios días en tomar consciencia de que Iurgi había chocado frontalmente contra un vehículo. “Imagínate el descoloque. Estás en el limbo, no encajas. En tu mente solo está la falta. Estás esperando a que entre por la puerta. Es un mal sueño, te quieres despertar. También es verdad que estás medio dopada. Aún estamos en tratamiento, pero entonces mucho más. Tienes que dar parte al seguro, organizar cien mil cosas, tomar decisiones, que tampoco tienes cuerpo...”, lamenta.

El abuelo de Iurgi no tardó en seguir la estela de su nieto, “la estrella más brillante”, según las palabras que han grabado sus padres en el monolito erigido en su memoria en la curva donde su vida frenó en seco. “Al de cuarenta días mi padre cerró los ojos. Decía: Yo me quiero juntar con mi niño y se lo llevó también”. 

Agurtzane y Iosu a día de hoy no consiguen levantar cabeza. “Estamos fatal, somatizamos todo el dolor. Las medicaciones que tomamos son fuertes y si no las tomas, tampoco eres capaz de levantarte. Mi marido está bastante fastidiado, con apneas, cólicos de riñón... No estamos centrados. Nuestra cabeza solo está en un sitio. Son muchos recuerdos. Hacíamos toda la vida, veinticuatro horas, con el enano”. Con 56 y 58 años, Agurtzane y Iosu ni siquiera tienen la posibilidad de volver a ser padres. “Nadie puede sustituirlo nunca, pero es que en la edad en la que nos ha pillado tampoco podemos plantearnos tener otro hijo. Es que es brutal”, recalca.

Dos años y medio después de que la risa de su “hermoso cascabel” se apagara para siempre, sus padres no han reunido las fuerzas para volver a trabajar, aunque Agurtzane, monitora en el jantoki de la escuela donde estudiaba su hijo, hizo una intentona el curso pasado. “Me incorporé, pero al de unos meses tuve que dejarlo. Notaba el vacío. En el hueco donde se sentaba sigue estando su hueco por mucho que se siente otro niño, oyes comentarios que te hacen mucho daño... Hoy por hoy no tengo valor. Salir y ver a la gente como que no ha pasado nada se me hace muy duro”, reconoce.

Vivir “en un pueblecito de 700 habitantes” no ha ayudado. “No puedo entender, visto dónde vivimos, cómo puede el conductor seguir andando casi un año con el mismo vehículo. Para nosotros eso era desgarrador porque yo no veo el vehículo normal, yo sigo viendo el vehículo con la luna rota impactándose en mi hijo. Que no haya una autoridad que le diga: Chico, retírate un poco. No se ponen en la piel de uno”.

Después de despedir a Iurgi en la intimidad, sus padres acudieron al lugar de los hechos. “No nos cuadraban las cosas, las frenadas... En el atestado pone que, en la celeridad de socorrer al niño, se movió todo el escenario. Podemos entender hasta cierto punto que moviera al niño, pero en un sitio donde hay cero tráfico por qué movió también el coche y la bici”, se preguntan. “Lo único que quiero saber es dónde recogió a Iurgi después del impacto para estar yo ahí sentada, aunque sea cinco minutos. Para algunos no tendrá importancia. Para mí tiene mucha”, reclama Agurtzane con la angustia de quien espera “respuestas” que nunca llegan. “No ha habido una instrucción como Dios manda; que no estamos hablando de la rotura de un parachoques, que estamos hablando de la muerte de un niño”, subraya.

Para resolver sus dudas e intentar reabrir el caso, los padres de Iurgi encargaron una primera reconstrucción y una empresa especializada se ofreció posteriormente a realizar otra. “Después de perder al niño que tengamos que estar investigando nosotros para saber qué sucedió y cómo es una verdadera agonía. No aceptan nuestras reconstrucciones porque dicen que son de parte, pero nada más lejos porque lo único que queremos es llegar a la realidad. Si fue un accidente fue un accidente, pero si fue una imprudencia, se tiene que investigar. Que nadie nos dé una explicación es terrible”, reitera sin tirar la toalla judicial, al tiempo que se hace eco de la incomprensión. “Te dicen: ¿Para qué te vas a mover si te va a faltar el niño igual?, pero esto es un sinvivir. Sin respuestas no podemos descansar”. Agurtzane no quiere ni pensar en tener que vivir siempre con este tormento. “No voy a parar hasta saber la verdad. Luego ya no me veo ni con ganas de tirar para adelante. Me encantaría morirme y juntarme con mi hijo”