La novena misión del Aita Mari es inminente. Tanto, que ayer domingo se desplazó al puerto base castellonense de Burriana el director de Migración y Asilo del Gobierno vasco, Xabier Legarreta, que quiso transmitir personalmente a la tripulación su apoyo en esta nueva aventura humanitaria en el Mediterráneo. A bordo del Aita Mari viajan en esta ocasión trece personas, ocho marineros y cinco voluntarios, entre los que figura personal sanitario (un médico y una enfermera), dos expertos acuáticos y la fotoperiodista Ximena Borrazas. Todos vienen realizando ejercicios de seguridad a bordo desde el pasado día 10 para tener claro cómo actuar ante cualquier imprevisto, desde un incendio –lo peor que le puede pasar a un barco–, a maniobras en el mar y estiba de provisiones.

Ejercicios que son fundamentales en este compás de espera previo en el que no se han escatimado esfuerzos en la puesta a punto del barco. Hoy está prevista una última inspección del viejo atunero tras un verano en el que se ha realizado una varada especial –puesta en seco de la embarcación para su reparación– que ha ido mucho más allá del levantamiento y la mano de pintura habitual de ediciones anteriores. Entre otras operaciones, se ha sacado el eje de cola del barco –el último tramo de la línea de la cual se soporta la hélice– y se ha vuelto montar. También se ha saneado el casco.

Es preciso por todo ello validar certificaciones antes de recibir el despacho. Una tramitación que se espera solventar a lo largo de esta próxima semana, lo que permitirá a la tripulación poner rumbo al Mediterráneo central, donde aguarda un nuevo escenario, tras la victoria de la ultraderechista Giorgia Meloni en Italia. “Con respecto al giro político de Italia, abogamos porque se cumplan las leyes, al margen de los discursos del gobierno de turno”, defiende la ONG, que se siente respaldada por el Gobierno Vasco, como demuestra el desplazamiento de Legarreta ayer al puerto base de Burriana.

El gobierno más derechista

La tripulación del Aita Mari sabe lo que es vivir sometida en el Mediterráneo central a una operación de desgaste. No hay más que recordar lo que ocurrió en la última misión: nada menos que nueve días a bordo con 112 migrantes rescatados en cuatro operaciones escalonadas. Una situación insostenible, con peleas, ayunos e incluso náufragos que se lanzaban al mar por la desesperación de ver pasar las horas y los días, sin poder poner pie en tierra firme. Cualquier alternativa con tal de no volver al infierno de Libia.

La tripulación del buque de la ONG Salvamento Marítimo Humanitario ha aprendido mucho de esta dura experiencia. “Las dificultades del rescate son una lotería. Puede ser tranquilo, o puede ser masivo. Nos hemos preparado para todos los escenarios”, relata Mikel San Sebastián, que habitualmente hace las labores de comunicación de la ONG y que en esta ocasión se ha querido sumar como un miembro más de la tripulación.

Estos últimos días vienen trabajando precisamente el aspecto psicológico. “Es importante mantener la calma a bordo para evitar riñas, malestares y desconfianza. Hemos trabajado la dinámica de grupo. Saber cómo actuar adecuadamente desde el punto de vista psicológicamente para transmitir calma”, que falta hace.

Al fin y al cabo, según revela, el compás de espera de un puerto seguro con un centenar de personas rescatadas a bordo no deja de ser una guerra psicológica y una operación de desgaste dirigida hacia las ONG.