Un estudio de la OMS concluye que pasar 40 días fuera de zonas con alta radiactividad alarga la vida media 2 años. Asimismo, el Instituto Belrad de Minsk para la seguridad de la radiactividad, afirma que estas estancias permiten que los niños reduzcan su nivel de radiactividad entre un 30 y un 40%. 

Idoia destaca que venir en verano les permite sanear su salud: “Se nota que la radioactividad les afecta, y con el calor del verano es más peligroso aún. Algunos vienen con tiroides o problemas de crecimiento, entre otros problemas, y aquí van al dentista, al médico… además respiran aire mucho más sano y vuelven a su país con mejor salud y fuerza”.

La mayor parte de los menores de acogida no padecen una enfermedad claramente manifestada, pero su sistema inmunológico está debilitado. Por ello, pasar este periodo alejados de la radiactividad y tomando una alimentación saludable les permite aumentar sus defensas y afrontar mejor los duros inviernos en su país. 

Idoia y Marian coinciden en lo reconfortante que resulta mejorar la vida de estos jóvenes: “Es muy gratificante poder mejorar su salud. Además, cuando vienen aquí ven que existen otras cosas en la vida, que se pueden conseguir más cosas. Intentamos darles otra visión”, señala Idoia.

Asimismo, Idoia indica que la diputación de Gipuzkoa ha permitido que los programas de “saneamiento” estén parados: “Los menores venían en estos programas, no hemos tenido otra opción que los niños vengan como refugiados, hasta que termine el conflicto”. Por ello, reivindica una mayor implicación a las instituciones, a las que pide que ayuden a que el programa de navidad pueda salir adelante: “Los 11 niños que se han quedado allí también merecen venir, después de todo lo que están viviendo, se merecen unos días de descanso”.

Aparte de la mejora en su salud, a lo largo de los años los niños aprenden castellano, euskera o incluso ambos idiomas en algunos casos. Esto hace que muchos lleguen a la universidad con la intención de estudiar algún grado relacionado con los idiomas. “Venir aquí les abre esa vía, solo por eso, además de la mejora en su salud, ya merece la pena”, destaca Idoia, quien define como inexplicable el saber que gracias a ellos tengan otro punto de vista de la vida.

Marian, que lleva 22 años acogiendo niños, siente que hay que implicarse más que nunca: “Yo ya no entiendo mi vida sin ayudarles. Ofrecemos todo lo que podemos, que es nuestra casa y nuestro cariño. No es algo difícil y para ellos es muy importante, es por su salud”.

Ambas asociaciones coinciden en la importancia de estos programas, y animan a todo aquel que quiera ayudar a participar: “Cuando esta guerra acabe harán falta más familias de acogida”.

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Estas familias acogen a unos niños con los que a lo largo de los años desarrollan un vínculo especial, tanto que cuando cumplen la mayoría de edad, en la mayoría de los casos el contacto sigue siendo permanente.

Idoia y Marian confían en que pronto el programa se desarrolle con normalidad y reencontrarse con los niños, que solo quieren vivir en paz y lejos de la guerra.