"Acabar con el poder fósil denunciando el greenwashinggreenwashin (el lavado de imagen verde) es hoy la "batalla gorda" en la que lucha Greenpeace, tras haberse enfrentado en sus 50 años de historia a la presión de grandes empresas y de gobiernos en sus acciones contra la devastación ecológica y contra los conflictos armados. Así lo ha asegurado en entrevista la directora de Greenpeace España, Eva Saldaña, que subraya que su organización se centrará sobre todo en "reinventar la economía", en hacer un seguimiento de "a dónde van los fondos de recuperación" tras la pandemia, y en desvelar ante la población el lavado verde de cara de las empresas que establecen en falso compromisos por el planeta, "especialmente en el sector del gas".

Aunque solo ocupa este puesto desde hace siete meses, Saldaña sido activista en la asociación desde el año 2002 y ha podido constatar de primera mano la "persecución invisible" de gobiernos como el español, denuncia, cuando en 2018 los activistas bloquearon un carguero de armas de Arabia Saudí.

Han pasado ya cinco décadas desde que un grupo de hombres y mujeres pacifistas, algunos a bordo del Phyllis Cormack -barco que luego se rebautizaría como Greenpeace- y otros en la retaguardia, lograra detener las pruebas nucleares que se realizaban entonces en la isla de Amchitka, en Alaska.

Desde aquella primera victoria en 1971, la asociación hoy mundialmente conocida ha llevado a cabo centenares de acciones directas no violentas para frenar la caza de ballenas, proteger la Antártida frente a los intereses comerciales, "poner fin a la era del carbón" o evitar el vertido de residuos tóxicos al mar, entre otras misiones.

Aunque la desobediencia civil ya se había empleado en otras luchas sociales como la del sufragio femenino o el movimiento contra la segregación racial en Estados Unidos, entre otras, Greenpeace tomó esta fórmula de protesta pacífica como bandera y "la magnificó en el ámbito del ecologismo", señala Saldaña.

Greenpeace llegó a España en 1978, con varias protestas de denuncia sobre la caza de ballenas en las costas de Galicia, y, en 1984, abrió una oficina de la mano de los periodistas Benigno Varillas y Manuel Rivas, unidos al biólogo Xavier Pastor y al delegado internacional de la organización, Remi Parmentier.

Hoy la asociación está en el podium de las cinco mayores ONG ecologistas en España, donde cuenta con casi un centenar de personas en plantilla, 143.000 socias y 2.000 voluntarias y maneja un presupuesto anual de unos 16 millones de euros sin el apoyo de subvenciones: se financian exclusivamente a partir de las cuotas de los socios y de donaciones puntuales de particulares.

Entre los momentos de mayor tensión que han vivido los ecologistas, Saldaña destaca el juicio en Valencia al que se sometieron los 16 activistas de Greenpeace que en 2011 habían protestado dentro de la central nuclear de Cofrentes; un proceso "muy duro" en el que la fiscalía pedía dos años y ocho meses de cárcel para ellos y para el fotoperiodista Pedro Armestre.

LA HORIZONTALIDAD

La verticalidad en la organización ecologista ha sido siempre uno de sus puntos más controvertidos a nivel interno, reconoce Saldaña, que aunque valora que ha habido acciones que han tenido éxito gracias a esa jerarquía -que ha permitido tomar "decisiones rápidas que no podrían tomarse de manera asamblearia"-, la asociación está cambiando hacia una cultura cada vez "más inclusiva, más ágil y más segura".

En la nueva ola de ecologismo que en España cogió fuerza en el año 2019 han surgido nuevos movimientos ecologistas y climáticos más jóvenes, grupos como Fridays for Future o Extinction Rebellion que, a juicio de Saldaña, "deben tener su propia identidad", y por eso reitera que Greenpeace no quiere "ni fagocitarlos ni absorberlos" pero sí aunar fuerzas y "sostenerles si lo necesitan".