Hace un año el hospital de Txagorritxu de Gasteiz se convirtió en el primer centro sanitario de España con un importante foco de coronavirus, que "entró por la puerta grande" y arrasó "como un tsunami", recuerdan profesionales que trabajaron en esos primeros días sin mascarilla y lloraron por los enfermos fallecidos en soledad.

El viernes 28 de febrero de 2020, el Departamento de Salud de Gobierno vasco confirmó los dos primeros casos de coronavirus en Euskadi: una mujer guipuzcoana que había viajado a Milán y una sanitaria del servicio de Medicina Interna del hospital de Txagorritxu en Gasteiz. Para los médicos y enfermeras de este centro “fue el peor de los escenarios que podían imaginar”.

De hecho, 48 horas después, la situación empeoró con la detección de otros dos sanitarios contagiados. El virus se coló en los dos centros con los que cuenta el Hospital Universitario de Araba (HUA), Txagorritxu y Santiago, ubicados en distintos barrios de Gasteiz.

“Eso quiere decir que automáticamente todos los médicos del servicio de medicina interna se convirtieron en contactos estrechos y por tanto, nos fuimos a casa. Fuimos los primeros que hicimos cuarentena en Araba y en Euskadi”, explica Julia Barroso, jefa de Medicina Interna de Txagorritxu, que califica la llegada de la covid-19 como un “tsunami que nos vino, arrasó y destrozó”.

“Al estar todos en cuarentena en casa, compañeros de los servicios médicos que estaban aquí, que eran cardiólogos, de Cuidados Paliativos, de Respiratorio, de Endocrino, de Servicios Médicos se tuvieron que poner a ver a los pacientes que se habían quedado huérfanos de médicos”.

Residentes y médicos internistas llegaron desde otros hospitales para ayudar a Gasteiz, la ciudad que se había convertido en el primer gran foco de coronavirus del Estado. “Gracias a ellos se pudo atender a todos esos pacientes. Ellos fueron los primeros que vieron a pacientes covid”, destaca Barroso.

Barroso recuerda en una entrevista aquel fin de semana como “un momento de irrealidad, porque el servicio de Medicina Interna era el que se estaba preparando para la atención de pacientes covid. Se estaban preparando protocolos, nos estábamos preparando para ver cómo nos teníamos que poner los equipos de protección y antes de que se pudiera hacer eso, el virus entró por la puerta grande.”

Ante la llegada incesante de pacientes, el hospital tuvo que ser reestructurado. Decenas de albañiles, fontaneros, electricistas trabajaron a contrarreloj para instalar kilómetros de cables, tuberías, etcétera.

Incluso, la Unidad de Asistencia de Cardiología se transformó en una UCI en un fin de semana. “La capilla se convirtió en la zona donde están las habitaciones de los médicos de guardia, salas de oficina también transformaron para que los médicos descansasen. Además se prepararon dos áreas de consultas externas por si fuera necesario utilizarlas como habitaciones”, detalla la jefa de sección de medicina interna.

Idoia Beistegui, adjunta de la Dirección de Enfermería de la organización sanitaria (OSI) de Araba, y Asun Rico, supervisora del Servicio de Medicina Preventiva de esta misma OSI, alaban el trabajo desarrollado por las enfermeras y auxiliares y les agradecen el esfuerzo realizado durante todo este año de pandemia, especialmente durante los primeros meses.

“Al principio nadie llevábamos mascarilla porque no se veía la necesidad. Todos los circuitos, todos los protocolos cambiaban, pero cambiaban igual en el mismo día. Lo que a la mañana era A, igual a media tarde era B. Eso generaba mucho desconcierto, porque había mucho desconocimiento”, reconoce Beistegui.

A las dificultades organizativas se sumó el aspecto emocional y es que si por algo se caracteriza el coronavirus es por la soledad en la que sumerge al paciente, incluso en sus últimos momentos de vida.

“Cuando pasaba por las unidades, recuerdo cómo enfermeras y auxiliares te decían que lloraban por los familiares de las personas que no habían podido estar. Es muy duro, yo he visto llorar a muchas enfermeras, a muchas auxiliares, porque en un mismo turno se morían hasta cinco personas en alguna unidad y eso era terrible”, lamenta Rico.

A pesar de las largas jornadas de trabajo, sacaron fuerzas, hicieron piña y convirtieron el compañerismo en el mejor de sus aliados. “Eso fue maravilloso, la respuesta de la gente. Teníamos compañeras que se prejubilaban el año pasado y alargaron un año más la jubilación para estar todo ese tiempo trabajando. Esto ha sacado lo bueno de mucha gente”, destaca Beistegui.

Tampoco olvidan los aplausos de las ocho de la tarde y los gestos de solidaridad de aquellos días. “Me acuerdo que vino un señor mayor y me dio todo el dinero que había sacado del bolsillo. Me dijo 'toma que me han dicho que andáis mal de recursos, para vosotros'. Porque la covid no te deja abrazar a la gente, pero le habría abrazado y besado hasta el infinito. Me pareció un detalle maravilloso”, recuerda emocionada Beistegui.

A día de hoy la situación ha cambiado mucho. La organización del hospital no tiene nada que ver con lo que se vivió en los primeros meses de pandemia.

“Ahora estamos saliendo de la tercera ola y estamos contenidos. Habrá unos 30 pacientes en el HUA y unos 9 en la UCI. ¿Qué va a pasar? Siempre lo digo, dependerá de la responsabilidad de la ciudadanía y de lo que hagamos, por supuesto también de la vacunación, pero no podemos bajar la guardia, porque el virus está, y va a seguir con nosotros”, advierte Barroso.