E vez en cuando hay que asomar a los niños al mundo para que sepan lo que pasa. No son autistas. Ven que esto no es normal, oyen que hay un virus y no siempre nos paramos a explicarles todo como deberíamos. Así que intentamos que en la televisión de vez en cuando se vean las noticias. El resultado es una escena que vivimos el domingo al anochecer. Abrimos las ventanas a las 20.00 horas para que aplaudiesen y oyesen que hay más gente por ahí encerrada, que esto de meterse 17 días en casa no es una locura más de su madre y su padre. Lur empezó a agitar las manos alborotado. Oyó, jaleó y no tardó en sumarse. Pero la reacción de Malen nos pilló por sorpresa.

No intentó aplaudir, ni siquiera preguntó por qué esa gente estaba aplaudiendo. Se agarró a los barrotes de la ventana, metió la cabeza entre dos de ellos y empezó a gritar a pleno pulmón: "¡Estamos todos en crisis! ¡ESTAMOS TODOS EN CRIIIISIIIS!". De la misma su madre cerró la ventana y empezó el enésimo cabreo de la semana. Que qué es eso de gritar así, que la gente está aplaudiendo para animar a los médicos y a las personas que cuidan a los enfermos€ Y ella se enfadó mucho más, que por qué no le dejábamos contar a la gente que hay una crisis, que estamos todos igual. Nos quedamos flotando entre el cabreo y la risa, pero la cosa es que nos duró cuatro segundos el desahogo social de los aplausos.

Pensándolo más tarde, me recordó a una escena que viví cuando yo tenía entre 14 y 16 años. Estaba comiendo con mi hermana y mi madre y llegó un momento en el que yo no quería comer más. Sería sopa, porrusalda o cualquier otra tortura de esas que ponen las madres en los platos. Ahí empezaron los gritos: "¡Que comas!". "¡Que no!". "¡Que sí!". "¡Que no quiero!".

Hasta que se me iluminó la mente y empecé a gritar mucho más alto: "¡No, ama! ¡Con el cuchillo no, por favor! ¡CON EL CUCHILLO NOOO!". Mi madre se puso pálida y mi hermana no daba crédito a lo que veía, pero por dentro pensaba: ¡Qué puto crac! Mientras yo seguía gritando, mi madre se asomó a la ventana, que estaba abierta de par en par y empezó a decir: "Anertxu, tranquilo, no pasa nada. ¡No pasa nada!". Y mientras, miraba al exterior y movía las manos de arriba a bajo con los brazos extendidos, como cuando uno quiere hacer señas a los francotiradores para que no disparen.

Tras unos segundos de caos, se hizo el silencio. Me levanté y me fui a ver Los Simpson. ¡Hay que ser cabrón! Eso sí, desde entonces no he comido nunca nada que no quisiera.

Por otro lado, ayer el mal tiempo fue como una losa. Parece que este frío y las granizadas hacen un poco más triste el encierro. Para sacar algo de provecho hemos decidido intentar quitarle el pañal a Lur. Dentro de tres o cuatro días, o dentro de 25 lavadoras, podremos valorar si ha sido una buena idea. El, por lo menos, cuando no está mojado hasta los tobillos, está muy contento y se pega golpecitos en el culo entre risas. Definitivamente, es hijo mío.

Mi mujer ya anda organizando otra incursión al supermercado, así que estamos haciendo una ronda entre aitites e izekos para ver qué necesitan. Me toca mentalizarme para otra misión.