ÓMO duele ver pasar un sábado con buen tiempo, como el que nos regaló el día de ayer, y no poder sacarle astillas. En el cielo azul brillaba el sol, los pajaritos cantaban, la primavera nos dejaba sus flores y su polen, que graciosamente me hacía estornudar, y nosotros como lerdos en casa sin poder escapar y correr como cervatillos por donde fuera. Yo estoy deseando salir para cualquier cosa: para ir al dentista, para hacer la declaración de la renta, un funeral, una buena colonoscopia€ Me da igual. Quiero salir de casa y ver a más personas, aunque me caigan mal.

El sábado se hizo difícil, sobre todo porque a las ocho de la mañana, cuando se despertó Lur, le dio por dar patadas y gritar. ¿El motivo? Ninguno. ¿Acaso le hace falta algún motivo? Nosotros no lo sabíamos, pero esa pataleta matinal era el primer acto de una obra dramática que nuestro hijo nos quería regalar en mi décimo quinto día de encierro. Al cierre de esta edición todavía no se ha bajado el telón.

Estoy barajando seriamente salir esta noche de casa, con la complicidad de la oscuridad, para raptar un niño cualquiera del vecindario. O dos, por si acaso. Me voy a asomar a la ventana de su habitación y le voy a tentar para que se acerque. Lo haré con algo irresistible, con algo de un valor incalculable. Con un rollo de papel higiénico, por ejemplo. Cuando se acerque a la ventana le diré: "Abre, cariño, abre, que te doy el papelito". Y cuando la abra€ ¡zas! Lo voy a coger por el pescuezo y lo voy a sacar por la ventana, como cuando sacas un caracolillo de su caparazón para comértelo. No le voy a dar ni tiempo a gritar. Le voy a meter el rollo de papel en la boca y me lo traigo corriendo a casa. ¿Para qué? Para que entretenga al pesado de mi hijo. Prefiero tener un niño más en casa si sirve para que se olvide de mí y de mi mujer, aunque sea solo dos horas al día. No pido mucho. Solo dos horas. O una, si es en silencio.

El enano es un sol, la verdad. Es mimoso y muy cariñoso. Pero este encierro le está haciendo cambiar. Ayer fue el día en que su lado oscuro fue más evidente. Lo tiene todo para jugar: mil juguetes, mascotas, tiene a su hermana, sus padres estamos jugando mucho con él€ Pero ya nada es suficiente. Es incapaz de gestionar cinco minutos de aburrimiento, tiene que empalmar un juego con otro y una actividad con otra. No siente la menor necesidad de descansar y es agotador para los que le rodeamos. Pobrecito. Y se enfada. Porque él solo quiere jugar y no le seguimos el ritmo.

Y así llegan el tercer, el cuarto y el quinto cabreo del día. Uno tras otro. Y no siempre se puede solucionar con una onza de chocolate. He de confesar que yo también calmo mi frustración con chocolate. Y no con una onza. Voy a tableta por frustración. El día que vuelva a la redacción, que ese día también llegará, tendré que ir saludando: "¡Hola! Soy el tipo que se ha comido a Aner Gondra". Pero bueno, el de la línea es otro drama al margen.

Ayer, en mi refugio de las tretas de Lur, me tocó echar un cable a los compañeros de la sección de Economía. ¡Madre de Dios! Si normalmente es algo aburrido, en estos tiempos en los que todo se viene abajo, resultó todavía mucho más oscuro y dramático. Va a ser duro salir de esto.