donostia - En silencio, de uno en uno, con las sudaderas atadas para protegerse del fresco de la mañana donostiarra fueron saliendo del inmueble ocupado en el número 1 de la calle Moraza, en pleno centro de Donostia, una treintena de personas, entre las que solo se pudo ver a una mujer. La mayoría eran muy jóvenes y su semblante evidenciaba una notable preocupación.

Itsaso Agirre, de la Red de Acogida, lo subrayaba en las inmediaciones del inmueble: “Se quedan en la calle, no hay suficientes recursos públicos para alojarles. 50 personas más en la calle”, señalaba Agirre, que criticó que “nadie nos ha mostrado la orden de desalojo. Ni a nosotras ni a los chavales”.

Por contra, un vecino, que vive “pared con pared” con el edificio ocupado, mostraba su alivio. “Ha sido un foco de suciedad. Aunque no todos sean iguales, que no los son, algunos han hecho que la convivencia fuera imposible. Orines por los balcones, basura acumulada, moscas y broncas”.

Antes de las 8.00 horas de ayer en la calle Moraza, en el tramo que discurre entre Prim y el paseo Árbol de Gernika, el operativo policial era visible. Más de una docena de vehículos y un amplio despliegue de agentes de Guardia Municipal y Ertzaintza (la Policía Nacional también estuvo presente), intervinieron en la operación.

En Dbus ya habían recibido la orden de no circular por la zona, no había tráfico y el silencio era lo que prevalecía. Silencio que únicamente rompió uno de los jóvenes, el primero que salió del inmueble, que se enfrentó a la policía y que, a la postre, fue el único detenido. Una voz, de las pocas que se escuchaban, indicaba por radio que era el que “más problemas” daba.

Una treintena de personas se hallaban en el momento del desalojo en Moraza, y no eran más, (días antes había en torno a 50) ya que un rumor previo que se extendió el fin de semana y que anunciaba que el lunes se llevaría a cabo el operativo hizo que parte de los habituales de este bloque situado en la zona noble de Donostia (la inmensa mayoría de origen extranjero) decidieran abandonarlo antes de que les echaran.

De uno en uno fueron saliendo. A algunos los agentes les indicaban cómo superar el cordón policial para que abandonaran la zona. A otros los llevaron esposados a una furgoneta que abandonó la calle Prim con 8 jóvenes a los que la Policía Nacional trasladó a Extranjería para comprobar cuál era su situación legal.

En el cielo plomizo un dron realizaba labores de vigilancia, subía y bajaba y parecía mirar en el interior del bloque. Mientras, sus habitantes salían con lo que podían llevar, algunos con lo que más querían: sus mascotas. Y al final, cuando nadie quedaba dentro, la policía fue sacando algunos enseres, como tres o cuatro bicicletas.

Poco a poco Moraza 1 fue quedándose vacío y sobre las 10.15, casi dos horas después de que se iniciara, el operativo policial se desmontó, dejando paso a los trabajadores de FCC que, con su buzo blanco, comenzaron la ingente tarea de limpieza previa al sellado de los accesos.

Así, de momento, se pone fin a una compleja convivencia que, como señalaba el vecino consultado, fue para muchos una verdadera odisea. “La Policía venía frecuentemente, pero espero que ya se acabe con esto”. Él, reconoce, mantuvo buena relación con los poco moradores iniciales, una relación que fue deteriorándose con el tiempo. “Hasta ellos se fueron cuando llegaron otras personas con las que no querían vivir por cómo eran”, apunta.

Mientras el vecino contaba su experiencia, los jóvenes seguían saliendo. Algunos, pocos, con sus bolsas, otros, los más, con las manos en los bolsillos o con sus papeles bien agarrados. Un pequeño grupo se quedó a pocos metros del inmueble viendo cómo se vaciaba y recibiendo consuelo de los voluntarios de la Red de Acogida.

Se iban juntando y chocaban sus manos, después de haber permanecido un rato largo cerca del portal, donde agentes de la Guardia Municipal, con mascarillas, iban controlando pertenencias y documentación

Pero para que ayer se procediera al desalojo previamente se tuvo que dar la solicitud obligada por parte de la propiedad, que llegó de un único dueño de los al menos tres que tienen pisos en el bloque.

Por su parte, el Consistorio de forma subsidiaria (el coste lo deberán asumir los dueños del inmueble) lleva a cabo las labores de limpieza, desinfección y aislamiento del inmueble, ya iniciadas.

La Junta de Gobierno decidió la semana pasada declarar la emergencia de esta intervención. En el argumentario que justificaba la decisión se indicaba que la ocupación del edificio “estaba generando los últimos meses episodios de inseguridad ciudadana”, en el interior y en las inmedicaciones, con “peleas entre los ocupantes, insultos y acosos a los vecinos y lanzamientos de objetos voluminosos desde las ventanas”.

Se recordaba, además, que se ha detenido a alguno de sus ocupantes por distintos delitos, “alguno de especial gravedad”, como es el caso de la violación denunciada recientemente, y se subrayaba la necesidad de intervenir en la limpieza y el sellado “para evitar que se repitan hechos de esas características”.

Algunas personas que se acercaron subrayaron que “se han vivido momentos complicados. A muchos no se les podía decir nada, porque no te entendíán ni hablaban castellano ni tampoco francés, solo árabe”

Esta es una cara de la moneda. La otra es sobre la que llama la atención Itsaso Agirre. Desde ayer, casi medio centenar de jóvenes están en la calle sin tener un lugar en el que vivir. “Llevan tres días hechos polvo”, afirma.

“No se les da ninguna respuesta, nadie va a hacer nada. Se sumarán 50 personas a las que viven en la calle”, lamenta. Algunos, los que se adelantaron, han permanecido un par de noches en el Aterpe pero esta es una solución muy provisional. La realidad, apuntó, es que “no hay recursos”.

Quienes se acercaron a brindar su apoyo a estos jóvenes poco más podían hacer que abrazarles y “escucharles”. Les conocen desde hace tiempo y han sido testigos de que, llegada su mayoría de edad, tenían que abandonar las viviendas tuteladas en las que residían. Ayer solo tenían una preocupación: “Me preguntan, Itsaso, ¿dónde vamos a dormir? y no podemos responderles nada”. La impotencia se les leía en la cara.