Donostia - El cerdo vasco estuvo al borde la extinción hasta que el baserritarra Pierre Oteiza se propuso recuperarlo hace ya más de tres décadas. Corría el año 1981 y este productor de Aldude constató que solo quedaban 25 hembras y cinco machos, tras la decadencia sufrida tiempo atrás. En 1921, la variedad vasca poseía su propio libro genealógico bajo el nombre de cerdo pío negro del País Vasco. A partir de los años 50, la ganadería y los mercados fomentan la cría de razas más rentables y provocan su práctica desaparición. La introducción de variedades más prolíficas y con capacidad de engordar en menos tiempo arrinconaron al cerdo vasco, cuya carne es más sabrosa.

Por tanto, no había tiempo que perder y se puso manos a la obra para multiplicar los ejemplares de euskal txerri, una de las razas de cutos más antiguas de Europa. Con paciencia, el trabajo de Oteiza ha terminado por cuajar, de forma que en la actualidad hay decenas de productores que crían estos puercos, cuyos jamones se exportan a países como Japón o Corea.

En Gipuzkoa, el pionero que siguió los pasos de Oteiza fue Peio Urdapilleta, cuyo caserío se encuentra en Bidania. El destino de Urdapilleta con el euskal txerri se cruzó mientras estudiaba peritos, cuando descubrió que su apellido significaba piara de cerdos. En ese momento, comenzó una historia que le ha llevado a recuperar esa raza autóctona en Gipuzkoa por “amor al animal, al apellido familiar” y a las raíces de las que proviene. En 1997 comenzó a trabajar conjuntamente con Oteiza y, hoy en día, Urdapilleta sacrifica alrededor de 300 animales al año. Gracias a su esfuerzo, otros criadores y artesanos se han lanzado a esta aventura. Actualmente existe una federación con nueve productores en Gipuzkoa y Bizkaia y se espera que se unan otros cuatro de Nafarroa. - A. Anuncibay