Bilbao - Quizá si fuéramos capaces de ponernos al otro lado, caeríamos en la cuenta de lo mal que sientan determinadas palabras, actitudes o tonos. Sin caer en el servilismo ni el agasajo excesivo, es perfectamente posible obrar con sana cortesía. Y generalmente, el resultado merece mucho el intento.
J. V.: Estamos, me temo, ante otra de las asignaturas pendientes. La delicadeza no se prodiga.
-I. Q.: Cada día menos, desgraciadamente. Yo diría más: en algunos entornos hasta se llega a considerar ridículo obrar con tacto, y no digamos ser una persona cortés. Hoy en día vende mejor lo que se hace de forma impulsiva que lo que se hace de forma reflexiva, y el tacto suele alejarse de la primera forma y acercarse a la segunda.
J. V.: Es algo fundamental para desenvolvernos en la vida. En multitud de profesiones -entre ellas, la tuya y la mía- es imprescindible.
-I. Q.: Eso pienso yo, pero no siempre lo ves. De tus colegas apenas tengo quejas, una o dos sueltas, porque siempre me habéis tratado muy bien, pero donde echo de menos eso del tacto es en más de un comercio o mostrador de recepción. En los trabajos de cara al público de verdad que lo noto. Seguramente tiene que ver con las cargas de trabajo y con que son trabajos que generan un estrés crónico que suele conllevar el tratar mal al destinatario de tu labor, pero eso no es una excusa para no tratar con cortesía a un semejante.
J. V.: Tratar como nos gustaría ser tratados. Esa puede ser una buena pauta de comportamiento.
-I. Q.: Hombre, es la que pedimos todos, pero no lo cumplimos siempre. Creo que todos en algunas ocasiones no hemos sido todo lo corteses y finos en nuestras intervenciones, pero no debemos desmayar en el empeño de conseguirlo cada vez en más ocasiones. Una buena manera de empezar a conseguirlo es hacer examen de conciencia y pedir perdón cada vez que nos equivoquemos. Esto de pedir perdón es un elemento corrector de primer orden.
J. V.: ¿Por qué, sin embargo, muchos de los que tienen un cutis muy fino al trato de los demás son los que no se paran en barras a la hora de ofender a los otros?
-I. Q.: Pues porque no obran con justicia. Casi todas las personas conocemos, o así lo creemos al menos, nuestros derechos, pero no ocurre lo mismo con nuestros deberes, y así ignoramos que los espacios públicos son para todos y que hay que aprender a convivir en ellos para lo que el respeto es la herramienta de trabajo más efectiva. Siempre suelo utilizar el ejemplo de la carretera, que es uno de los lugares donde yo creo que se ve menos tacto porque circulamos en un medio privado en el que somos los reyes, pero por un espacio público que es de todos.
J. V.: La defensa de algunas de estas personas rudas es decir que no tienen la culpa de los problemas de los demás y que cada cual cargue con su mochila.
-I. Q.: Yo no digo que no, pero el problema surge cuando esa persona ruda se cuelga de la mochila de la persona que circula a su lado para que la desplace, o coloca como quien no quiere la cosa la mitad de su carga en esa mochila ajena.
J. V.: Diría que muchos ni son conscientes de su brusquedad o de lo poco apropiado que es decir ciertas cosas a según qué gente.
-I. Q.: No te creas, muchas de esas personas rudas a las que haces alusión tienen un guion preparado y trabajado para ganar por la mano cuando no les corresponde. Son personas que no me gustan porque mienten y lo hacen deliberadamente a sabiendas de que obran injustamente.
J. V.: En todo caso, el tacto no está reñido con la firmeza. Vamos, que lo cortés no quita lo valiente ni viceversa.
-I. Q.: Eso ya es otra cosa. Precisamente, a esas personas que obran con rudeza hay que exponerles con la firmeza a la que te obliguen que hay otros puntos de vista diferentes al suyo y que merecen atención. No suele ser fácil porque según quién te topes no duda en utilizar la descalificación, y hasta la amenaza para conseguir lo que quiere. Ahí debes ser lo suficientemente inteligente para no ceder sin complicar las cosas. Y creo que lo de un ave maría por la paz no es buena estrategia en estos casos, porque cada vez que una persona de estas consigue lo que quiere, aprende una mala manera de imponer sus criterios.
J. V.: No es infrecuente ver que hay personas que pecan por exceso: tratan a los demás como si fueran bebés o cortos de entendederas. Ocurre, por ejemplo, en alguna consulta médica con mayores.
-I. Q.: Hay de todo. Ya he oído a personas mayores quejarse del trato recibido por excesivamente cercano o directo. En cualquier caso, preferiría pecar por exceso en ese sentido que en el contrario porque es más fácil que alguien te pida que seas más directo o menos protector que lo contrario. Las buenas formas no suelen amedrentar.
J. V.: Visto desde el otro lado, tampoco podemos pedir que nos hagan reverencias y genuflexiones. Eso tampoco es delicadeza.
-I. Q.: No, pero es algo que no me atrevería calificar porque en algunos casos, cada vez menos, forma parte de la educación de muchas personas. Según a quien se dirigen y según en qué ámbito han aprendido a ser muy respetuosos.
J. V.: A veces nos falla el tacto porque no estamos en nuestro mejor día...
-I. Q.: Claro, más que a veces. Ya te lo he comentado en una pregunta anterior. Estar con sobrecarga de trabajo, con plazos a los que no llegas y con un dolor de cabeza intenso es una buena combinación para rezar porque no te toquen la puerta del despacho ni te llamen por teléfono. Solemos templarnos con la edad pero tampoco siempre.