LA cuadrilla no se elige", proclamó Amaia en el contexto de una ronda de poteo el día del Abordaje Pirata donostiarra. La conversación involucraba a cuatro jóvenes mujeres: una húngara, esta argentina, y dos oriundas del pueblo guipuzcoano de Zumarraga. Habíamos agotado ya el recurrente y (por momentos) fascinante tema "montañeros" y éste era, al menos para Amaia, su continuación natural.
La cuadrilla ha ocupado durante el último año el segundo o tercer puesto en mi top five de tópicos vascos favoritos. Antes de llegar a Bilbao había aprendido sobre su centralidad en la difusión de ideas y el reclutamiento político durante la época del franquismo. El clásico estudio de Alfonso Pérez-Agote, Las Raíces Sociales del Nacionalismo Vasco, había sido muy instructivo en este sentido. Una vez aquí, no obstante, observé, y experimenté "en carne propia" otras múltiples dimensiones de esta vasquísima "institución social".
Sociológicamente, la cuadrilla puede ser pensada como una "red social" caracterizada por "lazos sociales fuertes". Al estilo de lo que ocurre con los vínculos familiares en la mayoría de las sociedades, los lazos de cuadrilla "transmiten" de una manera casi ininterrumpida importantes flujos de afecto, contención, recursos, información? Por otro lado, al igual que la familia, la cuadrilla se activa y moviliza casi instantáneamente ante situaciones de necesidad. En palabras de la misma Amaia: "Me encuentro con mi cuadrilla dos veces al año, pero sé que si algo me ocurriera, ellas estarían allí". La cuadrilla, ante todo, otorga a sus miembros un marco de confianza, y una sensación de seguridad. En mi opinión de socióloga trotamundos que ha transitado sendos y muy disímiles círculos de amistad, nada de esto es inusual.
La peculiaridad de la cuadrilla vasca reside, sin embargo, en otro aspecto: su semejanza con el clan. Al igual que los clanes, las cuadrillas poseen límites bien definidos. Muchas veces, estos confines permanecen tácitos, latentes, y sólo emergen ante una flagrante transgresión. En aquel poteo donostiarra Amaia describió vívidamente el juicio sumario al que fue sometida cuando incurrió en el (gravísimo) desvío normativo de "quedar", reiteradas veces, con una amiga extra-cuadrilla. En otros casos, en cambio, esas demarcaciones son más manifiestas. Las cuadrillas algorteñas, por ejemplo, poseen nombre propio y, algunas, ¡hasta apellido! Algo similar sucede con las cuadrillas lekeitiarras, que tienen el Día de Gansos (y sus camisas azules con sus nombres escritos con tiza blanca) como su momento (y su distintivo) de mayor visibilidad.
El férreo control social ejercido por la cuadrilla hace que sea difícil salir pero, quizás, más aún entrar -como extranjera, puedo atestiguarlo-. Este control genera, además, altísimos niveles internos de homogeneidad: ideológica, estética, vital? Valen, a modo de ejemplo, los cortes de pelo y la vestimenta de muchas cuadrillas juveniles y, de acuerdo a relatos de amigos bilbainos de mediana edad, la presión ejercida por la cuadrilla para compartir vacaciones, escoger el lugar de residencia e, incluso, ¡sincronizar la maternidad! Estos indicadores de poder y autoridad grupal han sido históricamente característicos de pequeñas comunidades (rurales o suburbanas); es extraordinario y cautivador, sin embargo, que subsistan en el ámbito de la ciudad.
Como el clan y la familia, la cuadrilla no se elige. Y si alguno de sus miembros se atreve a abandonar su (¿confortable, aunque opresivo?) nido -como en el caso de Amaia, quien desde hace una década reside fuera de Zumarraga-, siempre están esos maravillosos rituales festivos que los animan, o los compelen, a regresar. En esos períodos de borracheras, risas y efervescencia social, la cuadrilla renueva sus votos, fortalece sus lazos, y prolonga, al menos por otro año, esa necesaria (aunque muchas veces ficticia) sensación de continuidad.