A pandemia nos ha teñido de rojo gran parte del país. Y, como en los semáforos, estamos pasando rápidamente del naranja al color escarlata que anuncia confinamientos. No están las cosas para bromas. Por eso, deberíamos tomarnos totalmente en serio las disposiciones del Gobierno vasco, aunque nos duelan.

Se nos hará difícil no reunirnos para recordar a quienes faltan en nuestras familias este 1 de noviembre o también tener que celebrar las Navidades por videoconferencia, pero no nos queda otra, por responsabilidad personal y colectiva. La consejera Sagarduy está siendo espléndidamente clara al intentar atajar la crisis sanitaria con medidas que, seguramente, deberán endurecerse por salud pública. Ojalá no, pero, si así fuera, es necesario tener confianza en nuestro gobierno, que no nos va a fastidiar por fastidiar.

Cumplir con las normas se está convirtiendo en un caballo de batalla que separa a la gente bien educada de la maleducada e insolidaria que, como en tantas otras ocasiones, le echan cara y pretenden que solamente lo cumplamos el resto. Los datos son inquietantes por los ingresos hospitalarios y fallecimientos, creciendo alarmantemente en todo nuestro país, con una treintena de personas fallecidas en la última semana en Nafarroa y con Iparralde ya en confinamiento total hasta diciembre al menos. Vamos a dejarnos de tonterías negacionistas o boutades parecidas y aplicarnos el sentido común, cumpliendo lo que nos piden, por respeto al resto, por responsabilidad y buen hacer ciudadano.

Cuestionar hoy lo que tan claramente se está recomendando desde la comunidad científica y médica solo se puede explicar desde un individualismo muy pobre o, en el caso de algunas fuerzas políticas, desde su nula legitimidad para generar confrontación política cuando está en juego nuestra vida y sistema socioeconómico.

Es verdad que viendo al ministro de Sanidad, Salvador Illa, a políticos del PP (Casado, Ayuso€) y de C's (Arrimadas€) o militares llenos de medallas en la fiesta de El Español, donde se incumplieron las normas emitidas por el gobierno de Sánchez contra el virus, se quitan las ganas de cumplirlas, pero vamos a darle la vuelta y pensar que peor para esa gente que se desprestigia sola. En mi opinión, ese tipo de actuaciones, deberían conllevar el consiguiente rechazo social y el desprecio a quienes deberían dar ejemplo.

Seguro que las medidas tomadas por el Gobierno vasco habrían podido ser mejores en algún momento (o también peores). Pero, tal como están evolucionando los contagios, es momento de atarse los machos. Cuidado, que nadie piense que esta expresión de la tauromaquia tiene que ver con atributos masculinos: muy al contrario, se refiere a los flecos del traje de luces y, especialmente, a los de la pantorrilla, que son los últimos que se aprietan antes de salir al ruedo.

Además de con las normas decididas esta semana por el gobierno de nuestro lehendakari, me apunto a vivir estos tiempos sintiendo y viviendo con esperanza, como le oí el otro día al psiquiatra Rojas Marcos.

Los atentados del jueves en Francia nos ponen en aviso rojo frente al terrorismo denominado islamista. Si ir a misa o ayudar al estudiantado a discernir de manera crítica supone que te degüellen, en Europa debemos plantearnos de una manera seria y tajante si queremos renunciar o no a nuestro sistema de valores y derechos democráticos, ya que la permisividad y el buenismo se demuestran como enormes errores para atajarlo.