L pasado 11 de septiembre Estados Unidos rememoraba el mayor ataque terrorista de su historia. 20 años del 11-S, una fecha que marcó la historia reciente del país y también la del resto del mundo. Este 7 de diciembre los norteamericanos volverán a recordar los 80 años de otro ataque sufrido en su historia, el de Pearl Harbor. Un ataque por sorpresa que no sólo arrastró a la guerra a los Estados Unidos, sino que marcó un antes y después en el devenir de la Segunda Guerra Mundial.

Aquel lejano 1941, Pearl Harbor no fue una simple declaración de guerra, sino la culminación de un largo camino que Japón llevaba recorriendo desde hacía más de un siglo. En julio de 1853, el comodoro Perry abría la bahía de Tokio a cañonazos al mercado norteamericano. Japón dejaba de estar aislado del mundo y pronto comprendió la necesidad de sumarse al progreso occidental para no ser presa de las potencias coloniales, como le ocurría a China. Comenzaba una brutal transformación de la sociedad japonesa, que saltaba del feudalismo tradicional a una industrialización feroz en pocas generaciones.

En 1905 Japón presentaba formalmente su candidatura a potencia en el tablero de poder mundial. El imperio ruso trataba de expandirse por las regiones de China a las que Japón mostraba gran interés. La guerra era inevitable y Japón golpeó primero. Atacó sin avisar a los rusos en su colonia de Port Arthur, buscando debilitar las fuerzas rusas, para asestar en la famosa batalla naval de Tsushima el golpe final a los rusos, destruyendo su flota naval. Japón entraba con esta victoria en el selecto club de las potencias mundiales.

A partir de entonces el control del Pacífico se complicaba. En 1920 Estados Unidos y Gran Bretaña firmaron varios acuerdos en la Conferencia de Washington, en la que, junto a Japón, acordaron limitar sus flotas navales, logrando un equilibrio de fuerzas que evitase la guerra. Además, se acordó el respeto a la integridad territorial de China, el mayor motivo de causa de disputa entre las distintas potencias. La paz duraría hasta 1931, cuando los japoneses comenzaron a adentrarse en territorio chino. El sueño de los militaristas japoneses de un imperio japonés que dominase Asia comenzaba con la invasión de China. La guerra parecía inevitable en el sudeste asiático.

En septiembre de 1939 un nuevo suceso sacudió el panorama internacional. Hitler invadió Polonia, y Gran Bretaña y Francia le declararon la guerra. Hitler respondió derrotando a Francia y haciendo huir a Gran Bretaña. Para los militaristas japoneses aquello era su gran oportunidad. Con las grandes potencias coloniales derrotadas sus deseadas colonias serían presa fácil. Y con la alianza con Hitler y Mussolini, Japón tenía las espaldas cubiertas. Pero al otro lado del Pacífico, Estados Unidos veía con preocupación lo que ocurría, ya que no estaba dispuesto a dejar crecer un imperio japonés al otro lado de sus costas.

Un final esperado

A pesar de los intentos de Roosevelt de evitar la guerra a través de negociaciones, para 1941 estaba claro que la guerra entre japoneses y norteamericanos era segura. Ante esto, los japoneses optaron en repetir la estrategia que habían seguido contra los rusos en 1905. Realizar primero un ataque sorpresa, para debilitar al enemigo lo máximo posible, y esperar el momento oportuno para lograr una victoria naval espectacular que lo aniquilase por completo. Pero los Estados Unidos no eran el viejo imperio ruso. Esta vez no habría ninguna batalla de Tsushima.

El 26 de noviembre de 1941 los japoneses pusieron en marcha su plan de ataque. Zarpó de las islas Curiles una gran flota naval de 31 barcos formada por portaaviones, cruceros, acorazados e inclusos submarinos, en un riguroso silencio radiofónico y evitando las rutas comerciales. Su objetivo era la base naval que los norteamericanos tenían en la isla de Oahu, en Hawái, donde se encontraba la flota naval norteamericana. El ataque a la base de Pearl Harbor debía herir de muerte la fuerza marítima norteamericana, hundiendo la moral del país, empujándolo a negociar la paz o debilitándolo lo suficiente para una futura victoria naval aplastante. Una guerra larga jugaría a favor de los norteamericanos. Los japoneses no iban a permitirlo. Pearl Harbor iba a ser su gran baza en aquella partida.

El 7 de diciembre, domingo, llegó la flota japonesa a su objetivo, la isla de Oahu. Allí descansaba el grueso de la flota naval norteamericana, ajena a lo que se le venía encima. Nada más amanecer, la primera oleada de ataque despegaba de los portaviones. Una escuadra de 185 aparatos, entre ellos aviones torpederos, bombarderos y cazas zero se preparaba para desatar el caos. Los torpederos debían atacar los buques, tratando de hundirlos, mientras que los bombarderos debían atacar las instalaciones y las infraestructuras de la isla. Los cazas zero actuarían de escolta, por si los norteamericanos lograban hacer despegar aviones para frenar el ataque.

A las 7:40 el capitán Fuchida, líder de la flota aérea, exclamó por radio la famosa expresión en clave Tora, Tora, Tora. Habían cogido por sorpresa a los norteamericanos. Llegaba la hora de la verdad, comenzaba el ataque. La escuadra de aviones se dividió en función de sus objetivos. Cada avión sabía a dónde debía dirigirse. La mayoría de ellos fueron a por el objetivo principal del ataque: los 96 buques de la flota naval norteamericana. Entre ellos, los acorazados y los portaviones eran los principales objetivos.

En aquel momento los marineros y pilotos de la base acababan de despertar y se preparaban las misas de la mañana ya que era domingo. De repente Pearl Harbor se convirtió en un infierno. Las bombas de los bombarderos destruían las infraestructuras y los aviones de los aeródromos, mientras que los torpederos atacaban sin piedad a los buques y a los marineros que se encontraban en ellos. Acorazados como el Tennesse, el Maryland o el WestVirginia sufrían violentas explosiones mientras sus marineros trataban de repeler los ataques y contener los incendios. Pearl Harbor se transformaba en un infierno de muerte y destrucción. El primer ataque dejó unos dos mil muertos y grandes columnas de humo por todas partes. Pero aún había más...

Mientras la primera oleada de aviones nipones daba marcha atrás para regresar a los portaviones, una segunda oleada comenzaba un nuevo ataque. Esta vez fueron 167 los aviones que atacaron lo que quedaba de la base. Ahora su objetivo era doble: acabar con los aviones de los aeródromos, para evitar un contraataque de los cazas y bombarderos norteamericanos sobre la flota japonesa en su camino de regreso, y completar la destrucción de los acorazados norteamericanos, especialmente de los portaaviones. Tuvieron éxito en el primer objetivo, pero no en el segundo.

Tras el ataque, el resultado final parecía una gran victoria japonesa. Los japoneses habían perdido 29 aviones y algún submarino, junto a 129 pilotos que causaron baja. En cambio, los norteamericanos sufrieron la muerte de 2.403 hombres, la destrucción de gran parte de las infraestructuras de la base, perdiendo además completamente dos acorazados, quedando otros dos acorazados y tres cruceros muy dañados, los cuales debieron ser reconstruidos en los siguientes meses. Pero, a pesar de las cifras y la destrucción que generó al ataque, la efectividad del ataque japonés no estaba muy clara.

El planificador del ataque, el almirante Yamamoto sabía que el ataque había sido un fracaso por un pequeño detalle, no habían logrado hundir los portaaviones. Los tres portaaviones norteamericanos se salvaron del ataque. Dos se encontraban en los Estados Unidos y el que se dirigía a Pearl Harbor había sufrido un retraso debido a una tormenta. Yamamoto intuyó que los portaaviones serían la clave para el futuro de la guerra. Los próximos meses le darían la razón. La era de los acorazados había terminado, el futuro de las guerras en el mar lo decidirían los portaviones.

Pero, además de no lograr los objetivos puramente militares, el ataque también fracasó en su objetivo de minar la moral norteamericana. La indignación que supuso el ataque le dio a Roosevelt el apoyo de la población norteamericana, que hasta entonces no había tenido, para que Estados Unidos entrase en la Segunda Guerra Mundial. A partir de aquel momento, un nuevo contendiente entraba en la guerra, un contendiente que resultaría clave en los próximos años, no sólo para hacer fracasar la expansión japonesa, también para evitar que Europa cayese en manos del fascismo. 80 años después Pearl Harbor sigue siendo uno de los capítulos más negros de la historia reciente norteamericana y uno de los episodios clave de la Segunda Guerra Mundial. Un día que, como Roosevelt afirmó al día siguiente en el Congreso, “perdurará en la infamia”.

El ataque no fue una simple declaración de guerra, sino el final de un camino que Japón llevaba recorriendo desde hacía más de un siglo

A pesar de los intentos de Roosevelt para evitar la confrontación, estaba claro que llegaría la guerra entre EE.UU. y Japón