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Ramón Labayen, abertzale, euskaltzale y 'perro verde'

Ramón Labayen, abertzale, euskaltzale y 'perro verde'Ainara García

Siempre ha suscitado en mí mayor curiosidad, y me ha interesado más, la forma en la que Ramón Labayen acostumbraba a ejercer sus compromisos políticos que el contenido ideológico de estos. Los principios políticos básicos sobre los que Ramón ha venido tejiendo su compromiso y su quehacer políticos han sido, a todas luces y para todos, evidentes. Reducido a su esencia, Ramón Labayen ha sido, en su ideario político, dos cosas básicamente, tal como se ha insistido nuevamente, una y otra vez, estos días: un abertzale y un euskaltzale.

Pero eso define muy relativamente, con poca precisión, al Ramón Labayen político que hemos conocido. Para tener una idea razonablemente ajustada de aquel Ramón Labayen, político vocacional, más incluso que profesional, que un día fue alcalde de San Sebastián y otro, consejero de Cultura del primer Gobierno vasco y que, en todo tiempo, incluido el tiempo confuso que fue la escisión del PNV en Gipuzkoa y San Sebastián, fue militante del PNV, es necesario ir más allá de su ideario.

Hay que recordarle, no menos, en sus formas y estilo de actuar. Ramón Labayen tenía un estilo muy propio a la hora de diseñar e implementar sus objetivos y líneas de actuación políticos. En medio de un tiempo como el que le tocó ejercer la política, lleno de precariedades, de dudas y de discusiones de toda índole y en todos los campos -entre ellos los temas culturales y/o de los medios de comunicación-, Ramón Labayen acertó a enderezar la proa en temas no menores y hacer que el barco no encallara, como más de uno deseaba y vaticinaba. Lo hizo así cuando le tocó presidir el Ayuntamiento donostiarra, y lo hizo así cuando formó parte del primer Gobierno vasco constituido en el año 1980.

Esa forma peculiar de actuar en la política, tan personal y propia, Ramón Labayen la exhibía, no menos, a la hora de entenderse y colaborar con el resto de los miembros de la institución de la que formaba parte. Fueran los suyos o fueran, también, los grupos de oposición que le tocaban en suerte, por ejemplo, en el Ayuntamiento de San Sebastián. O a la hora, incluso, de relacionarse y entenderse con su propio partido político, el PNV, en su caso realmente bicéfalo. Él acertaba a bandearse, de una forma realmente personal, le tocara con quien le tocara bandearse, y hacer así que los temas avanzaran. Si era el caso, a trompicones.

Esa forma de actuar no estaba exenta de problemas, evidentemente. Y generaba incomodidades en sus aledaños. Pero era él, Ramón Labayen, y había que aceptarlo o rechazarlo, tal cual era.

¡Qué elementales y obvias parecen las cosas 40 años después! La recuperación del hotel María Cristina para la ciudad de Donostia y de Gipuzkoa en su totalidad, por ejemplo. O EITB. O HABE. Tantas cosas.

Yo conocí a Ramón Labayen, sobre todo, en sus quehaceres de consejero de Cultura del primer Gobierno vasco. Algo así como que llegamos a la vez, al mismo Gobierno, si bien a quehaceres y obligaciones distintos. Y nos tocó relacionarnos en diversas ocasiones, y compartir preocupaciones, no pocas. No olvidaré fácilmente, por ejemplo, aquellas numerosas ruedas de prensa, de sello tan personal, que él dio en su calidad de portavoz de Gobierno, y en las que me tocó estar sentado a su lado. Y otras muchas cosas que no hace al caso recordar.

Yo recuerdo a Ramón Labayen como una persona de esas que, de entrada, suelen calificarse de no fáciles. Una persona con criterios propios, tanto en los contenidos como en las formas de llevar a efecto los mismos. Sujeto a disciplinas colectivas, pero nunca de forma ciega y acrítica, ni en tanto que miembro de un Gobierno vasco ni como miembro afiliado del PNV, con o sin responsabilidades políticas profesionales. Le recuerdo como un inconformista constante, abierto a una opinión libre y a la propuesta propia, se tratara de lo que se tratara. Le recuerdo así, además, hasta el final. Yo recuerdo a ese Labayen y es a ese Labayen al que quiero seguir recordando como el Labayen con el que mejores conversaciones y charlas, lamentablemente pocas, he mantenido en los últimos años.

Soy de los que creen que una de las razones de fondo, si no la que más, de la crisis desmovilizadora que aqueja a la política de nuestros días es que adolece de personas de criterios, talante y comportamientos personales autónomos no ciegamente sometidos, en el detalle y en todo momento, a las llamadas pautas oficiales de cada instante.

Escuchaba recientemente a teóricos de la competitividad defender la necesidad de que las organizaciones -ellos se referían a las empresariales- cuenten en sus estructuras con "perros verdes" si desean ser realmente competitivas. Personas que no necesariamente piensan lo que todos, sino que son capaces de plantear visiones y actuaciones "diferentes", si es el caso "a contracorriente". Creo que esto no es, en absoluto, una necesidad exclusiva de las organizaciones empresariales. Lo es, por igual, de las organizaciones sociales, de las culturales, de las políticas o de las religiosas. No gustan ateos ni herejes en ningún lado, ni en las iglesias ni fuera de ellas, pero eso, a mi juicio, es síntoma, sobre todo, de que se está perdiendo la fe, no de lo contrario, como pudiera parecer superficialmente a algunos.

La puesta en marcha del Gobierno vasco y su desarrollo posterior, tal como me tocó conocer, hubiera sido simplemente un imposible si ello hubiera dependido de gentes a la espera de criterios y consignas que les llegaran de no se qué parte. Como hubiera sido imposible si se hubiera esperado que fueran fruto de los rígidos mecanismos y pautas administrativos actuales. Hubo un tiempo en el que, no sé en qué parte por necesidad y en qué parte por mérito, unas gentes se lanzaron a poner en marcha algo para lo que tenían unos conocimientos más que discutibles, pero una voluntad y un espíritu autónomos y libres capaces de asumir riesgos y, de tal forma, superar muchas y aparentemente insuperables dificultades. La pequeña historia del día a día de la construcción de la autonomía en general, de la radiotelevisión, de HABE y de tantas otras cosas está por ser contada. Y seguramente no se contará. Pero si alguien lo contara vería cómo aparecen, aquí y allá, perros verdes, como Ramón Labayen, que serían los que, a la postre, explicarían más que cualquier otra cosa ese hecho indiscutible, como es el de que se trata de una historia globalmente "de éxito"

Repito: no es, en todo caso, el Ramón Labayen de aquellos años a quien yo más recordaré. Me quedo con ese Ramón Labayen a quien hasta el último día he visto disconforme con esto y lo otro, crítico con lo que, hoy también, le parecía mal planteado, y autónomo, libre en sus opiniones, se refiriera a quien o a lo que se refiriera. No me imagino otro Ramón Labayen. Y con él, tal cual, me gustaría reencontrarme, si es el caso, algún día.