Polémica estéril - A la impotencia del vil asesinato de Samuel Luiz siguió, y todavía no ha parado, la impotencia de asistir a un espectáculo indigno que, para nuestra desgracia, quizá contenga un retrato a escala de nuestro tiempo y nuestro lugar en el mundo. Como señalé ayer, la primera perversión fue enzarzarse en si fue o no un crimen homófobo. No había ninguna necesidad. De entrada, una paliza mortal a un joven propinada por un grupo de matones sádicos de su edad es en sí un acto denunciable a puro grito. Por lo demás, fuera cual fuera la excusa de los asesinos, queda bastante claro que, como poco, la condición de homosexual de Samuel incidió en el ensañamiento de sus victimarios, que acompañaron los golpes con expresiones como “puto maricón” o “maricón de mierda”. Claro que la homofobia estaba ahí.

Hipocresía - No hacía falta, por tanto, exagerar la nota. Se hizo, mucho me temo, por ese mal tan repetido que ya es (perdón por la metáfora de carril) una pandemia: así como se nos da fatal evitar que ocurran estas cosas, hemos alcanzado cotas de perfección a la hora de condenarlas. Se venía otra oportunidad para mostrar la más colorista de las enérgicas protestas a golpe de proclama ingeniosa y codazos en las redes para ganar el concurso de retuits y Me gusta. Algunos se pasaron tanto de frenada en el empeño, que llegaron a insultar despiadadamente al padre de la víctima porque, en medio de su inconsolable dolor, había dicho que no quería que su hijo fuera un símbolo de nada.

¿La Educación? - Eso, junto a la estupidez de Monedero acusando al alcalde Almeida de haber puesto fácil el crimen por no haber colocado la bandera arco iris en el ayuntamiento, hacia presagiar lo peor. Cuando la noticia debió ser la respuesta multitudinaria a las centenares de concentraciones de protesta convocadas en todo el estado, lo que vimos en muchos titulares fueron las cargas policiales. Y como banda sonora, el grito que da oxígeno a los ultramontanos: “¡Ayuso, fascista, estás en nuestra lista!”. Definitivamente, el dedo tapaba la luna y las tertulias de ayer fueron fagocitadas por semejante caramelo. Todo, mientras empezamos el viaje para olvidar a Samuel hasta la siguiente víctima de los cada vez más crecidos odiadores homófobos, miembros de una generación específicamente instruida en los valores del respeto, la tolerancia, la igualdad y la libertad de opción. A nadie le dice nada que dos de los insultos favoritos en sus cuadrillas sigan siendo marica o maricón. Pero seguirán insistiendo en que la solución es la educación. Ya lo verán.