Los zapatos de tacón son una de las prendas de vestir más antiguas que tenemos en nuestro armario, ya que este tipo de calzado surgió a partir del siglo XV aproximadamente, como herramienta para facilitar el montar a caballo, para ayudar a transitar las calles lodosas y también como diferenciador del estatus social, puesto que la persona que más alto llevaba el tacón, más poder poseía.

Durante el Renacimiento los tacones transformaron la moda y aunque en su origen los llevaron primero los hombres, actualmente se asocian a las mujeres. La característica principal de este complemento es que nos agrega unos centímetros de altura, alargando visualmente la figura. Hay quien siente una subida de autoestima al llevarlos, así como cierto sentimiento de empoderamiento.

Personas con patologías concretas pueden incluso beneficiarse de su uso, siempre y cuando los tacones sean inferiores a tres centímetros, tal y como demuestran algunos estudios biomecánicos. Personas con un gemelo o aquiles corto, un pie cavo o quienes padecen fascitis plantar, una inflamación del tejido fibroso en la parte inferior del pie, pueden ver mejorada su postura lumbar gracias al uso limitado de este complemento.

Por el contrario, cuando los zapatos superan los tres centímetros de tacón pueden derivar en problemas físicos posturales, aumentando el riesgo de forma directamente proporcional a la altura. Al utilizar zapatos de tacón alto incrementamos el peso sobre la parte delantera del pie y modificamos la postura normal, empujando el cuerpo hacia delante y forzando así una desviación en las vértebras lumbares.

También pueden generar un aumento del desgaste articular ya que cuanto más alto es el tacón, más presión genera tanto en la rodilla como en los tobillos. La probabilidad de sufrir esguinces de ligamentos o torceduras de tobillos también aumenta con el uso de este calzado, además del riesgo de padecer hipertrofia de los gemelos, osteoartritis de rodilla, metatarsalgia, juanetes y otras deformidades anatómicas. Otras de las consecuencias por el uso excesivo de tacones son la fatiga muscular y las distensiones, además de que se pierde flexibilidad debido a la postura de permanecer de puntillas durante horas.

Si la punta del tacón es muy estrecha, provoca la aparición de callos, ampollas y uñas encarnadas. Por este motivo, si es inevitable llevar este calzado, podemos optar por tacones más anchos y con plataformas más elevadas para reducir el daño. Los zapatos que tienen pulsera en el tobillo y tiras en los empeines también son mucho más fáciles de llevar, porque el pie se sujeta mejor al andar.

En cuanto a la altura, la podóloga Encarna Zoreda García afirma: "Lo ideal es alternar el calzado porque es igual de malo utilizar mucho tacón como usar un zapato muy plano. Utilizar siempre una misma altura implica que podemos producir acortamientos musculares, en gemelo sobre todo"

Los tacones también son un elemento característico de discriminación por razón de sexo, especialmente en el ámbito laboral. Estos motivos ponen de manifiesto un problema enquistado por el que han surgido diversas protestas como la de Julia Roberts, que se presentó descalza durante el festival de Cannes de 2015, el hashtag #KuToo de la activista japonesa Yumi Ishikawa en 2019 y casos menos virales aunque igual de relevantes, como la reciente denuncia de Sara M. en España, contra la funeraria Servisa de Huelva.

Afortunadamente, en muchos países ya se dice adiós al código de vestimenta humillante y sexista, encontrando la sensibilidad de las autoridades, como el Comité Parlamentario de Igualdad para las Mujeres en Londres, que defiende que en las empresas británicas que obligan a sus empleadas a llevar tacones altos y maquillaje están violando la La Ley de Igualdad británica de 2010, que prohíbe este tipo de discriminación de género.

Aunque el refrán popular asegura que para presumir, sufrir, esto no debería ser así. La cuestión no es demonizar o desterrar este tipo de zapatos, sino educar en su uso y no caer en el abuso. Como todo en la vida, el éxito está en el equilibrio.