EN la narración del Bilbao del siglo XXI esta protegido por dos paréntesis, el puente de San Antón y el de la Ribera. Ahí se ubica aquel que llaman el Soho a la bilbaina, aquel barrio de Manhattan que fue conocido como Hell’s Hundred Acres ( o Los cien acres del infierno, dicho sea para quienes no conocen la lengua de Shakespeare) antes de su estratosférica transformación, merced a que las antiguas fábricas fueron convertidas en lofts y estudios. Les hablo del muelle de Marzana, un espacio singular y de vanguardia que ha desarrollado una vida propia no ya solo en el Bilbao moderno sino incluso en Bilbao La Vieja, el área geográfica que habita.

Hoy en día es elegido para vivir la ría en primera fila, con toda la pujanza de sus aguas al paso por Bilbao, en un dédalo de terrazas que han florecido en los últimos tiempos. También se usa como balcón para observar el trajín del mercado de La Ribera, a la otra orilla. En los días claros se ve la silueta del mercado reflejada sobre la ría. Y lo mismo transitan la senda del muelle ciclistas que runners, artistas callejeros o amantes, qué sé yo, de los mercadillos de segunda mano. Lo diferencial de este espacio, aún desconocido para una parte de la ciudad que rehusa las exploraciones, es que aquella es una tierra donde ningún día es igual que otro. La vida late trepidante en la calle.

Unas escaleras metálicas dan a las casas bajas una estampa neoyorquina, con un aire de bohemia. Si el paseante avanza cabizbajo verá colocadas, en el suelo del muelle, diversas placas grabadas en color bronce, insertadas en unas isletas de pavimento especial en las que se recogen citas relacionadas con la historia de la villa de Bilbao: un fragmento de la Carta Puebla de Bilbao (1300); una cita del licenciado Poza, allá en el siglo XVI, escrita en euskera; diversos textos de Shakespeare en referencia a los hierros de Bilbao o una poesía de Gabriel Aresti entre otros.

Entremos al muelle Marzana por las escaleras que dan acceso desde el puente San Antón. Allí se encientra el visitante con la placa homenaje a Rafael Padilla, instalada en el muelle de Marzana. Rafael fue un esclavo cubano que encontró la libertad en los muelles de Bilbao hacia 1880 y que acabaría convirtiéndose en el primer artista negro de la escena francesa con el nombre de Chocolat. La historia merece contarse.

A Rafael Padilla se le conoció como El Rubio en Bilbao, que ya es ganas de choteo y guasa, digo yo. Cuenta la historia que tras ser comprado por un marchante portugués en La Habana, llegó a Bizkaia con 8 años a trabajar en la granja de la familia Del Castaño Capetillo. Cuatro años después se escapó y llegó a los muelles de Bilbao donde malvivió como minero hasta que se topó con Tony Grice, célebre clown inglés que actuaba en la villa. Éste le propuso trabajar con él como ayudante y tras debutar en Bilbao en la Semana Grande de 1886, partieron juntos a Londres. Ese mismo año,llegaron a París y tras ser contratado por Le Nouveau-Cirque, se separan; Rafael logra su primer gran papel en La Nocce de Chocolat. Poco después, conoció al clown inglés Fottit, con quien formaría el dúo cómico más famoso de la Belle Époque, el payaso cara blanca y el negro recibe-golpes, llegando a protagonizar los primeros cortos de los hermanos Lumière. El éxito duró 20 años hasta que en 1910, tras la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, se suprimió el número y Rafael cayó en el olvido. Ya no le recordaban en Bilbao ni en tierra alguna.

Cerca de la placa se sitúa el estudio de Ignacio Goitia, un pintor de aire dandy que parece surgido de otra época. Enmarcado entre dos poderosas patillas blancas, Ignacio Goitia viste con una elegancia de antiguo. Chalecos de tweed, escoceses, y zapatos de hebilla. Cosas así. Su estudio está rodeado de grafitis a izquierda y derecha y en él crea una obra que recrea mundos imposibles jugando y mezclando la arquitectura con la naturaleza. Ignacio escoge para sus cuadros, de proyección internacional (en Miami, sin ir más lejos, tiene un don...) y elige para sus pinturas espacios que conoce de sus viajes a Londres, París, Roma, el valle de Loira, Berlín, San Francisco o Nueva YorK. Todo un personaje en un barrio donde se ubica el Marzana Art District, una galería centrada en la promoción de nuevas propuestas artísticas emergentes, sin olvidar a los artistas ya consolidados.

Orígenes

El muelle Marzana, de reminiscencias marítimas, está por debajo del nivel del mar. No en vano, el archiconocido quinto escalón de la escalinata principal del exterior del Ayuntamiento de Bilbao marca la medida del nivel. ¿Lo imaginan? Y aprovechandoesta travesía viajemos en el tiempo a los orígenes. El muelle de Marzana debe su nombre a una casa torre, propiedad de dicho linaje procedente del valle de Atxondo. Hasta el siglo XVIII no estaba muy urbanizado y se diría que las edificaciones eran exentas, con escalinatas y rampas.

Aunque las primeras noticias de obras en este muelle se remontan a 1706, no es hasta mediados del siglo XIX cuando se inicia una transformación profunda, con la construcción en esa zona de edificaciones en hilera como las que vemos hoy en día. Tras la segunda guerra carlista este proceso urbanizador estuvo acompañado por un proyecto general de construcción de muelles que incluía tanto al de Marzana como al de Urazurrutia.

Va cargándose el espacio de historias y la fatiga del recorrido recomienda un refrigerio mientras uno escucha o contempla al artista callejero. La cerveza artesanal y los cócteles de la zona son adictivos y en la cocina, pese a la variedad múltiple, La Mina es el rey. El restaurante de Álvaro Garrido, que lucen una estrella en su pechera, es uno de los grandes secretos del muelle. Cuenta la leyenda que comenzó en 2006 estando solo en la cocina y con platos de Ikea y desde ese punto de partida ha subido a los cielos de la gastornomía. Allí Álvaro abre sus fogones a una sala con apenas seis mesas y ocho taburetes que se alinean tras una diminuta barra de alta cocina, algo insólito en las cocinas estrelladas. Relajarse a su son es un buen fin de paseo.