AHÍ va!!! ¡Que me he manchado la camiseta con vino! ¡Qué rabia me da eso!”, se lamenta Javier Escobar, una de las caras clásicas los mediodías en el poteo de la bilbaina calle Ledesma. Javier forma parte de una cuadrilla de lo más variopinta que no necesita mandarse un WhatsApp para quedar a tomar un vino, dos o tres... Un bodeguero, un kiosquero jubilado, un transportista marítimo, un hostelero... Luis, Aurelio, Javier, Iñigo y José Luis no necesitan más que acercarse por Ledesma a partir de las 2.00 de la tarde para que sus vidas se encuentren en el camino. “A medida que la gente va llegando, va creciendo la cuadrilla. Sabemos más o menos por dónde estamos y no nos equivocamos nunca”, apuntan.
Reconocen que cada uno es de una madre y un padre diferente, pero esa combinación hace que esta cuadrilla conserve esa esencia que con los años se ha ido perdiendo en la capital vizcaina. “El poteo ha bajado muchísimo. Ahora, el dinero no llega para todo y hay que repartir”, explica Iñigo Cubero, responsable del bar Txanpi, de Ledesma, donde es obligatorio hacer una parada para degustar sus sabrosos y nutritivos champis. Según cuenta Cubero, el cliente que potea por Ledesma cambia en función del horario. Al mediodía, además de las pocas cuadrillas de toda la vida que todavía sobreviven, esta zona peatonal es el punto de encuentro de turistas, de visitantes de las comarcas que hacen compras en El Corte Inglés y de trabajadores de oficinas. Por la tarde el ambiente es diferente. “Se llena de gente mucho más joven que se sientan horas y horas en las terrazas”, describen. Javier todavía recuerda cuando Ledesma era una vía con tráfico. “Se aparcaba en los dos lados y por el centro pasaban los coches. Lo miras ahora y parece imposible”, dice.
También Aurelio conoció la transformación de esta calle, así como el cambio que ha experimentado la arteria principal de Bilbao. Durante cuarenta años regentó el kiosco de prensa de Gran Vía 1. Ahora, tras su jubilación, el puesto está en manos de su hija. Por delante de sus ojos ha visto pasar la vida de una urbe que se adapta a los nuevos tiempos. “A ver si con esta foto que sale mañana subimos aún más la venta de DEIA”, comenta entre risas . “Yo me lo paso muy bien con esta cuadrilla”, añade.
Otro clásico en los mediodías de Ledesma es el bodeguero Olabarri. “Resido en Mungia y trabajo en Haro”, dice, pero su poteo en esta calle es como una medicina para él. “Cuando no vengo es como que me falta algo”, confiesa, al tiempo que anima a degustar un buen vino. “Es bueno para el corazón y si es de la marca Olabarri, mejor”, lanza, alzando una copa de tinto.
De lo que se trata es de aprovechar el tiempo entre amigos hablando de todo. Bueno, de casi todo. “De política no hablamos...”, comenta Javier, pero ayer fue inevitable no tocar el tema de la fugaz marcha de Màxim Huerta, primer ministro de Cultura del Gobierno de Sánchez. “También hablamos de chicas, ¿eh? Y las miramos... ¿Qué pasa? ¿Que las mujeres no habláis de chicos?”, plantean.
Claro que sí. “Disfrutemos del momento. Que son dos días”.