A Vicente Larrea le encanta que la gente se acerque a sus esculturas. Que las toque, que las observe de cerca, que los niños jueguen con ellas... Pero una cosa es que el arte se disfrute a pie de calle y, otra, que termine convirtiéndose poco menos que en una mesita auxiliar donde apoyar la botella de agua o el paquete de tabaco. Harto de que su obra en homenaje a Ricardo Bastida, en la plaza San José, estuviera "demasiado adornada", ha terminado pidiendo que se traslade a otra esquina, abandonando su ubicación en la trasera de la sede de la Subdelegación del Gobierno. "Donde estaba antes no se podía contemplar debidamente", explica el artista.

El propio Ayuntamiento de Bilbao encargó a Vicente Larrea un conjunto escultórico para la plaza de San José hace ya ocho años, cuando se ideó su reurbanización, ensanchando las aceras y dignificando este espacio que, tal y como apunta Larrea, no es una plaza, sino una encrucijada de calles. "El Ensanche fue diseñado en forma de retícula y la calle Elkano, al cruzar esa retícula, forma un cruce de caminos de seis esquinas", ilustra el escultor. Durante meses, el artista bilbaino estudió las esquinas, analizó cómo se verían las esculturas desde cada calle... Incluso trabajó sobre una maqueta de la plaza con tres bocetos en miniatura. Por ejemplo, la esquina de la iglesia de San José quedó descartada desde el principio por la acumulación de personas a la salida de los oficiosos religiosos más multitudinarios. Finalmente, las esculturas se situaron en esquinas alternas. La obra ahora trasladada se colocó en abril de 2005 entre Elkano e Iparragirre, justo detrás de la sede de la Subdelegación del Gobierno. Se trata de una especie de capitel corintio en bronce, de 1,71 metros de altura, en homenaje a Ricardo Bastida, arquitecto municipal durante más de 50 años y autor, entre otros, del edificio de la Alhóndiga.

Las otras dos habían sido colocadas dos años antes. La primera, inaugurada en 2003 en la esquina entre Iparragirre y Colón de Larreategi, es un homenaje a Alzola, Achúcarro y Hoffmeyer, urbanistas autores del Ensanche bilbaino. La segunda, que se instaló un año después, recuerda a Evaristo Churruca, ingeniero que creó los muelles de El Abra, con huecos que simbolizan las formas que da el agua al bañar las rocas.

Las tres esculturas se colocaron a pie de calle, sin pedestal, para que las personas las pudieran tocar, acercarse a ellas y contemplarlas desde diferentes ángulos. "Son obras para que la gente las mire, las toque, pasee alrededor y casi hasta juegue con ellas", afirmó Vicente Larrea en la inauguración de la primera. Por ejemplo, se decidió no colocar a su alrededor ningún banco, quiosco o jardinera que entorpeciera su visión.

Así se hizo en dos de ellas; sólo en la tercera ha habido problemas. La escultura en homenaje a Bastida estaba escoltada día y noche por dos vehículos de la Guardia Civil, que impedían completamente su visión. Pero además, muy a menudo era utilizada casi a modo de mesa auxiliar por parte de los agentes y en sus huecos se acumulaban los residuos en forma de latas de refrescos, paquetes de cigarrillos vacíos y envoltorios de chocolatinas.

"Estaba demasiado adornada. No se podía contemplar debidamente", recuerda Larrea. Sin polémicas, "de forma sencilla", solicitó al Ayuntamiento el cambio de ubicación de las tres esculturas -"cambiando sólo una se rompía la armonía"-, que ahora se han trasladado a la esquina contigua, en sentido contrario a las agujas del reloj. El escultor está ahora más contento. "Están muy bien. A decir verdad, las hubiera puesto así desde el principio", admite. El capitel de Bastida ya está a salvo.