Excéntrico en vida y más extravagante aún en su muerte. Poco más de un año ha transcurrido desde que el diseñador más famoso de todos los tiempos dejara este mundo. Karl Lagerfeld falleció el pasado 19 de febrero de 2019 rodeado de la misma actitud e iconografía versallesca que le acompañaron durante sus 85 primaveras. Un sepelio plagado de celebrities, muchas gafas de sol, y un indescriptible nerviosismo en el ambiente. Entre sus más allegados, por supuesto. ¿El motivo? Económico. Durante meses se comentó que la única heredera universal de sus 200 millones de euros sería su gatita Choupette, quizá el minino más atontado del mundo. Pero los ánimos se calmaron cuando el famoso diario francés Le Parisien publicó tiempo después que el káiser de la moda había dejado un testamento de su puño y letra, firmado ante un notario de Mónaco, aunque poco ha durado la alegría entre su cuadrilla de gorrones.

Al parecer, y aquí arranca la fantasía, a dicho manuscrito solo puede tener acceso su abogado de toda la vida: Lucien Frydlender, un señor letrado de 87 años que lleva desaparecido desde que cerró su bufete parisino en septiembre del año pasado. Y claro, fuentes malhabladas del círculo del diseñador ya aseguran que Frydlender se ha esfumado con el dinero a un paraíso fiscal, pero su esposa (anonadada) afirma que se encuentra en casa "gravemente enfermo". Sea como fuere, lo que está claro es que son muchos para repartir: dos amantes, una gobernanta (que suena como a capítulo de Heidi y Clara), una asistenta personal, un ahijado cachas, varios amigos, el citado abogado ausente, y por supuesto la gata Choupette Lagerfeld, que cuenta con su propio perfil en Instagram (y 264.000 seguidores).

Porque lo que está claro es que tras esas gafas oscuras e icónico look en blanco y negro (especialmente en los últimos años de vida, tras haber perdido 40 kilos), el diseñador sentía total devoción por el peludo animal, similar en popularidad y excentricismo a Tinkerbell, el gracioso chihuahua que acompañó a Paris Hilton durante años, pero con más clase. Esa que no ha mostrado hasta el momento la colección de herederos que espera pillar cacho entre los 200 millones de euros. Frydlender, por cierto, sigue desaparecido.