AY hombres que agrandan la misión que les dio la cuna. Es complicado adivinar si ése es el caso de José Ignacio Arrieta, habida cuenta que formaba parte de una conocida y numerosa familia vasca -eran nueve hermanos-, entre ellos el actual presidente del Consejo de Relaciones Laborales (CRL), Tomás Arrieta, y el que fuera máximo responsable del grupo siderúrgico vasco Sidenor, Sabino Arrieta...-, pero lo que resulta innegable es que José Ignacio dejó huella a lo largo de su dilatada vida, toda una sucesión de actividades intensas, marcada siempre por una vis social que le hace inolvidable. Tanto que quienes juzgan su influencia aseguran que la Euskadi económica y social de hoy le debe mucho a aquel hombre.

Hijo de un bancario del Banco de Bilbao, José Ignacio Arrieta fue uno de los muchos profesionales vascos que pasaron al servicio de la Administración vasca en aquellos años, ahora lejanos y difíciles, en los que se creó, prácticamente de la nada, un Gobierno vasco y una administración autonómica tras la caída de la dictadura franquista. Arrieta fue el primer director general del Ente Vasco de Energía (EVE) desde 1982 hasta que, en 1985, fue nombrado consejero de Industria del Gobierno vasco hasta 1987 -durante la primera legislatura del Gobierno de José Antonio Ardanza-.

Eran los duros tiempos de la reconversión industrial vasca, días en los que a duras penas brotaban las célebres “sangre, sudor y lágrimas” de Winston Churchill para paliar los efectos de una crisis muy dura y el asiento de las bases de una política industrial vasca, con la puesta en marcha del PRE, el entonces famoso Plan de Relanzamiento Excepcional, en 1985, que combinaba ajustes con inversión porque, tal y como acostumbraba a decir el propio José Ignacio, “no se puede dejar de invertir. Eso es lo que traerá progreso y riqueza”.

El protagonista de esta historia hizo su propia inversión al crear una familia con tres hijos. Para entonces ya había cargado sus alforjas académicas al licenciarse en Ciencias Económicas por la Universidad de Deusto y en Derecho por la Universidad de Valladolid. Al salir a la arena ya era un hombre bien cargado de conocimientos.

En la posterior legislatura -de 1987 a 1991- estuvo al frente del Departamento de Trabajo y Seguridad Social, periodo en el que ayudó a poner en marcha instrumentos hoy tan conocidos por lo que han supuesto para mantener la cohesión social en Euskadi como el Plan Integral de Lucha Contra la Pobreza, las Ayudas de Emergencia Social (AES) y el Ingreso Mínimo de Inserción (IMI).

En febrero de 1989 puso la primera piedra de un plan para combatir la pobreza en Euskadi: el subsidio mínimo familiar. Eran 30.000 antiguas pesetas, unos 180 euros actuales, todo un esfuerzo para las exiguas capacidades de la época.

Su trayectoria profesional fue intensa y prolífica y comenzó en la empresa de máquina-herramienta Ceferino Bilbao S.A. (1967-1969), para pasar después a Bankunión (1969-1982), donde llegó a ser director regional y director general adjunto. Fue también presidente de Sidenor Investigación y Desarrollo, consejero de Echevarría, de Aceros de Llodio, de Pedro Orbegozo, de Eurotools, del EVE, de Naturcorp, de Naturgas Energía, de Editorial Iparraguirre, editora de DEIA; y del Consejo Territorial Norte de Mapfre.

A la hora de su adiós era presidente de honor del grupo MBN Comunicación, empresa que fundó en 1991 y de la que fue presidente. También era consejero de Petronor, socio de honor de Innobasque y fundador y expresidente de AVIC (Asociación Vasca de Empresas de Ingeniería y Consultoría). Era la bomba.

Fue el impulsor de lo que hoy es la RGI y su papel en el Gobierno vasco en la lucha contra la pobreza resultó impagable

Quienes juzgan su influencia aseguran que la Euskadi económica y social de hoy le debe mucho a aquel hombre