NOS solían llamarle Palacio Allende Salazar, dándole al edificio el aire majestuoso y señorial que sin duda gastó en sus días de gloria y otros le llamaban Casa Jaspe, rebajándole la notoriedad que lucía la familia de tal apellido en el siglo XVIII, tiempo en el que se levantó tal maravilla, piedra a piedra. Decir por aquel entonces Allende Salazar era casi un salvoconducto a las grandes familias de un Bilbao pujante que buscaba su sitio en el mundo.

Las viejas familias, sí. Y su poder. Los Allende Salazar era uno de esos apellidos de peso. Tenían casa en Gernika, lo que fue el Palacio de Alegría (o de Montefuerte), una excelente casona barroca del XVIII que en la actualidad aloja la sede del Museo Euskal Herria. Este magnífico palacio barroco, construido en 1733, destaca por su fachada con piedra de sillería, balconadas enrejadas y escudo de la familia Allende Salazar. Además, el palacio cuenta con hermosos jardines, uno de estilo francés y romántico y otro en estilo inglés.

Llegaron a Bilbao cuando en la villa se contaban únicamente 707 casas, allá en el siglo XVIII. Cuentan las crónicas que en 1764 parece ser que solo existían dos casas a ambos lados de la calle Víctor: la Casa de Jaspe de Antonio Allende Salazar y Gortazar edificado en 1762, cuyo escudo se halla haciendo chaflán, un escudo de armas de los Allende Salazar y los Gortazar. En la esquina contraria, Bidebarrieta con el Víctor (el origen de citar la calle así, con pronombre, tiene una doble versión: la de quienes recuerdan que en 1816, se colocó un Víctor en homenaje al nuevo cardenal bilbaino Francisco Antonio de Gardoqui o la de quienes señalan que toma el nombre de un francés, por este nombre conocido, que montó un hotel en el siglo XIX, con la misma denominación en esta calle. Según cuentan, era club de reunión, refugio, o mentidero de conspiradores y revolucionarios durante el periodo en el que pugnaban realistas y constitucionales, se ubicaba la segunda. Tiene unos medallones en su fachada, desapareció el escudo en azulejo en el ángulo de la misma casa, en él estaban las armas de los López Dóriga y otros enlazados de la casa palacio de Larrínaga.

He aquí los orígenes de ese escudo sobre el pecho de piedra que buena parte de ustedes se detienen a observar cuando entran en el Casco Viejo por la calle Correo o cuando acceden a Rafael Matías Tejidos, uno de los establecimientos de comercio de textil más grandes de Europa.

Volvamos un momento a los viejos tiempos. El escudo hipnótico, en perfecto estado de conservación, refleja la impronta de los Allende Salazar y los Gortazar . Son dos linajes enraizados en el territorio y que, simbólicamente, aparecen fundidos en los blasones de sus casas en Bilbao y Gemika. Son un claro ejemplo de toda una sociedad que emerge alrededor de vínculos de familias poderosas para construir, desde su posición de preponderancia, un mundo peculiar que concreta a este Bilbao, de entre los siglos XVII y XIX, del que constituyen parte fundamental. Por el escudo, que une las armas de los Allende Salazar y los Gortazar, cabe suponer que la edificación responde al momento en que algunos representantes de la familia accedieron a los cargos más representativos del Consulado y el Señorío.

Adaptado a las alineaciones de las calles que forman la esquina en la que se asienta, presenta el edificio un levante de tres plantas más la planta baja, asentadas sobre un solar que parece haberse generado de la adición de dos de menor tamaño anteriores. La construcción, en sillería la planta baja y en mampostería revocada las restantes, no se diferencia de los otros palacios coetáneos.

Destacan, en todo caso, además de la buena conservación del edificio, los comedidos detalles constructivos, dignos de ser admirados, que se reparten en sus balcones: herrerías, pomos de latón y soportes de forja. Es llamativa la escocia con que se remata, elegantemente, el alero, elemento arquitectónico extraño en la arquitectura bilbaina.

Era un Bilbao que, en otro orden de cosas, vivía en la agitación por la consolidación de su papel comercial en el sistema económico del país, puesto en cuestión por la progresiva presencia del Puerto de Santander y por las mejoras de los accesos desde el interior a la capital montañesa.

En la solución de aquel problema, consistente en la construcción y mejora de los caminos y comunicaciones con la Meseta y su entorno, aparece, precisamente, un Diego Pedro de Allende Salazar sustituyendo, en 1782, al fallecido director de Caminos en el tramo de Bilbao a Orduña.

La Villa supo reaccionar a tiempo y, a pesar de las dificultades que se cernirían sobre ella en el siglo siguiente, aquella sociedad, de la que es testigo el edificio al que nos hemos referido, supo encarrilar con las mejoras de los caminos y la navegabilidad de la Ría, un futuro que, más adelante, se mostraría firme y satisfactorio.

La Casa de Jaspe, les decía al comienzo de la crónica nostálgica, ¿se acuerdan? No parece necesario señalarles que el exterior de la planta baja está cubierto con jaspe rojo de Ereño. ¿Se habrán fijado, no? Desde 1957 ocupa ese espacio Rafael Matías Tejidos, uno de los símbolos de la elegancia en Bilbao. Por aquel entonces se situaba allí la joyería Delgado, otra referencia del lujo en la ciudad. Lo adquirieron en propiedad en 1976 y hubo de afrontar una reforma integral tras las terribles inundaciones de 1983. Lo llevan en el corazón desde entonces. Allí disponen de un punto de venta abierto al público donde particulares y profesionales pueden acudir a ver y comprar nuestros tejidos. En los 2.000 m2 del edificio se alojan también parte del almacén, el centro de expedición de mercancía y su oficina.

Rafael Matías impulsó, en 1969, la creación de la pionera Asociación de Comerciantes del Casco Viejo, que presidió entre 1974 y 1978. En 1999 salió al mercado la primera colección de tejidos exclusivos de la firma, algo que hoy representa el 70% de las telas que hoy se ofrecen a la clientela. Por mucho atractivo que tenga un edificio tan singular, Rafael Matías Tejidos se ha visto obligado a impulsar un línea de venta on line. A los pies de tan insigne edificio oímos cantar a Pascual Molongua. Todo cambia.