IDO prestada a la inspiración del ingenio del uruguayo Eduardo Galeano aquella reflexión en tonos verdes, si es que se me permite decirlo así. “En sus diez mandamientos, Dios olvidó mencionar a la naturaleza. Entre las órdenes que nos envió desde el monte Sinaí, el Señor hubiera podido agregar, pongamos por caso: Honrarás a la naturaleza de la que formas parte. Pero no se le ocurrió”. Es un pensamiento que encaja en la travesía a la que se le invita ahora a quien lea esta ascensión al monte Arraiz, el hermano pobre del casi mítico Artxanda, el monte de Bilbao dicho sea con permiso de tantos cuantos le rodean y le dan el inmortal sobrenombre de Botxo.

¿Por qué le llamo así?, se preguntará alguien que se detenga en esta subida. ¿Por qué ese adjetivo de hermano pobre si considero que es un paisaje tan cargado de riquezas como para dedicarle este paseo por las páginas del periódico? El monte Arraiz es tierra dura, enclavada en el macizo de Ganekogorta. En términos alpinistas es apenas una tachuela. Se trata de un cordal que desde la cumbre del Erreztaleku se prolonga hacia el norte, dirección Bilbao.

No faltan voces que han denominado al Arraiz como monte previo, lo que no parece descabellado: en efecto, tiene todos los ingredientes de una montaña, pero en dimensiones reducidas y aptas para cualquier paseante. Si como buena parte de quienes ascienden a las tres cumbres hermanas (como si fuese una cresta de gallo se consideran cumbres Arraiz de 361 metros, Central de 352 y Arraiz Norte de 345 m), aseguran que las vistas son fabulosas fijémonos en ellas. La cumbre es un fantástico mirador en todas direcciones: además de Bilbao prácticamente al completo, con todo el curso de la ría hasta el Abra, aparece a la vista toda la cordillera de Artxanda-Ganguren y los montes que se extienden al norte, el valle del Kadagua con la sierra de Sasiburu muy próxima y más allá el Argalario y los montes de Galdames; a nuestra espalda (sureste), el Pagasarri al completo y el Ganeko. Ya lo ven, toda una postal grandiosa que no se puede perder de vista. Cercano a uno de esos miradores aparece la cumbre de un castillo. Leamos parte de su historia.

Durante los siglos XIX y XX se suceden diversos conflictos bélicos que tuvieron su incidencia en Bilbao. En la Primera Guerra Carlista (1833-1839) los liberales controlaban la villa de Bilbao y el pretendiente don Carlos decidió emprender el sitio de la ciudad en junio de 1835 con el objeto de hacerse con una ciudad de importancia para ganar en prestigio internacional. Este factor era clave para conseguir apoyos, también en forma de préstamos, para su causa. Bilbao se resistió, infligiendo numerosas bajas al enemigo. La principal de ellas fue el propio general Tomás de Zumalakarregi, quien alcanzado por una bala en una pierna perdió la vida a causa de dicha herida. A fines de 1836 se volvió a establecer el sitio, aunque sin éxito. Igualmente, en 1876, durante la Última Guerra Carlista (1872-1876), la Villa fue sometida a asedio, también sin éxito.

En ese entorno aparecen una serie de fuertes militares que circundan Bilbao y formaron un conjunto armónico de posiciones fortificadas cuyo fin fue, en el caso de los asaltantes, asediar la ciudad; cuando cayeron en manos liberales, protegerla. En la actualidad, las infraestructuras de guerra constituyen también una importante parte del patrimonio arqueológico bilbaino que está formado por 8 elementos, un conjunto de un enorme simbolismo para la historia reciente de la ciudad. Uno de los mejores ejemplos de este tipo, ubicado en el visitado Cinturón Verde de la urbe, es el fuerte denominado castillo del monte Arraiz. Actualmente sus ruinas se han consolidado formando parte de un área recreativa de fácil acceso.

Este fuerte permaneció en manos carlistas hasta finales de enero de 1876, siendo descrito en el momento de abandono en el diario La Época de la siguiente manera: “[…] magníficamente construido con troneras dirigidas á Bilbao y á la ría; es una obra con todas las reglas de arte, tan bien dirigida y pensada, que ya podían haber tirado los de Bilbao todo el hierro que pueden dar las veneras de Triano sin hacer ningún daño en el fuerte ni poner una granada dentro. El foso es de algunos metros de ancho, la altura del muro (abierto a pico en piedra) 30 pies, aproximadamente, el grueso como tres metros y los cuarteles separados para jefes y soldados, defendido por otro muro de céspedes, con depósito de pólvora, etc., etc., todo en muy buenas condiciones. En el centro hay una gran plaza con su puente levadizo mirando a la parte de Castrejana”.

En las zonas altas una plazoleta divide a dos establecimientos hosteleros, también un interesante punto de partida para otros posibles recorridos. Se puede rodear la terraza de la Sidrería Arraiz y tomar un camino que se inicia al costado de este establecimiento. Desde aquí se aprecia a la izquierda (oeste) una campa con un pequeño hórreo y un retoño del Árbol de Gernika, y encima, un alto herboso que según algunos datos sería el punto más elevado y, por tanto, la auténtica cima de Arraiz.

Resumamos. El Bilbobus 27 deja en Betolaza, donde también es posible acercarse a pie desde Rekalde, tras pasar la curva que rodea las escuelas de Uretamendi. Justo al lado se encuentra el cruce con la carretera que asciende hacia los conocidos establecimientos hosteleros. La pendiente es suave aunque constante. Pronto asoman a la derecha algunas mesas desde donde se divisa la Fuente del Soldado, situada sobre una especie de escalones, con un curioso relieve sobre la piedra del muro. Tras una curva y un tramo recto y casi llano en dirección a una granja, aparece a la derecha una zona de juegos infantiles y aparatos deportivos, rodeados por mesas y barbacoas. Es el recién inaugurado parque de Arraiz, una amplia zona recreativa homologable a otros parques periurbanos como El Vivero o Monte Avril. En dirección norte, junto a una fuente y una estación meteorológica, aparece la pista que nos aproxima a la cumbre. Hasta hace poco, el acceso a la cima había que hacerlo por un senderillo junto a una finca vallada que muchos recordarán como la del toro bravo, por un cartel que avisaba del peligro de acercarse al supuesto animal.