József Szájer nos cita en el armario de su apartamento de eurodiputado en Bruselas. “Necesito un lugar discreto porque estoy en busca y captura por el juzgado de lo social número 9 de Budapest, a cuya cabeza está la señora Tünde Handó, la jueza más estricta de Hungría y alrededores. Y, además, mi esposa tiene un carácter que deja a Margaret Thatcher a la altura de la madre Teresa de Calcuta, que en gloria esté. Así que ustedes comprenderán. Si me pilla antes de que se le pase el pronto, Tünde me tunde”.

Szájer ha saltado a la fama porque le pillaron con el carrito del helado. Le sorprendieron esta semana descolgándose del vierteaguas de una apartamento de la zona gay de Bruselas durante una redada en la que la policía irrumpió en una orgía solo para hombres. Los agentes, al principio, fueron recibidos con aplausos al ser tomados por un grupo de stripers y les costó imponerse. Alguno de los polis hasta tuvo que insistir en que le confundían con otro. Las medidas anticoronavirus, como en cualquier buena orgía, no se cumplían: ni mascarillas, ni distancia, ni allegados, ni nada. Básicamente porque en eso consiste una orgía como mandan los cánones.

Lo mejor del asunto es que József Szájer es conocido por secundar las políticas agresivamente homófobas del primor ministro húngaro, Viktor Orbán.

¿Seguro que no quiere salir del armario? Estamos un poco incómodos aquí.

-Qué va. No, no. De eso nada. He dejado mi escaño en el Europarlamento a cuenta del escándalo que han montado los antihúngaros. Y tengo que ser discreto. ¡No sabes lo difícil que está encontrar un empleo digno en Hungría para quienes salen del armario!

Entre otros motivos por las leyes que ha redactado e impulsado usted mismo.

-¡Claro! Porque yo soy muy machote, muy religioso, muy casado, muy heterosexual, binario y, sobre todo, muy formal. Un húngaro como los de antes. Un señor de los de toda la vida: oficina, fútbol, vodka y misa. Punto redondo. Nada de películas de gladiadores. Nunca he visto una, ni volveré a verla.

Entonces ¿cómo se explica que entrara usted en un apartamento donde un gran grupo de hombres se dedicaba a relacionarse sexualmente entre ellos con indisimulado entusiasmo?

-Sin querer. Me habían puesto droga en la paprika. La policía húngara ya está sobre la pista. Yo como gulash de ternera todos los días. Ya sabe usted que se trata de un guiso tradicional aliñado con paprika. ¡Pues me pusieron droga en la paprika! De repente me empezó a gustar Queen, que me lo puse a tope, me dio por bailar a lo Ricky Martin y por convocar una quedada para ver festivales de Eurovisión de otros años. Ojo, que, insisto, yo soy de fútbol y, como mucho, carreras de motos con la cervezota y unas papas fritas. A lo machote.

Eso no explica que terminara usted en el apartamento de la fiesta y con una pastilla de éxtasis encima.

-Me pasé con la paprika. Lo reconozco. No sé de qué pastillas me hablas. A mí me han prescrito unas para la hipertensión que se parecen mucho a eso que llaman éxtasis. Pero jamás he tomado esa droga, ni la volveré a tomar. Eso son cosas de viciosos que quieren acabar con la sagrada institución de la familia y el buen orden establecido en Europa. Te diré más: eso son cosas de inmigrantes extranjeros que nos invaden y quieren imponernos sus costumbres licenciosas. Sinvergüenzas.

Ya. Pero es que afirman que era usted un habitual de este tipo de orgías. El Bacterio le llamaban, por su parecido con el doctor de Mortadelo y Filemón. Se rumorea que incluso promovía eventos del estilo en su propio apartamento de Bruselas.

-Ya te he dicho que almuerzo gulash todos los días. ¡A saber hace cuanto tiempo que esos desalmados que quieren acabar con el gran líder Orbán me contaminaron la paprika!

¿Ha hablado usted con su jefe y líder ultraconservador, Orban?

-No me atrevo. Me han dicho que no me preocupe, que él sabe perdonar y que, si me curo de lo de la paprika, tiene un buen empleo para mí.

Por lo que ha trascendido se trata de un puesto de guardabarreras del tren nocturno de mercancías que va de Budapest a Varsovia en el apeadero de Ströky Prazva, en plena nada. Abríguese.

-Dios, necesitaré toda mi ropa de invierno. Menos mal que tengo buen fondo de armario.

Y tanto. Venga, voy saliendo. ¡Eh! Hay aquí una señora con gafas de culo de vaso y un martillo de madera en la mano. ¿Le digo algo? Suéltele la barba. ¡Señoraaaaaaa!