U reino fue la madrugada, más allá de las urgencias, los delitos con nocturnidad o los ejércitos de limpieza que se dejaban la piel en las mañas del barrer y la manguera al tiempo que a Pepe se le oía, tras una versión de I giorni dell’ arcobaleno con aires de maestro de la noche, una de sus ocurrencias. “Oiga, amigo. ¿Cómo se llama usted?” “Bienvenido”, respondía uno. “¡Coño, como mi felpudo!”, contestaba Pepe, siempre con una dosis de humor irreverente en los labios.

A Pepe le llamó la atención la fotografía en su juventud pero fue un amor a cuentagotas. A quemarropa el cuerpo le pedía música y más música, toda ella barnizada con el aire de un showman burlesco. Ahí se sentía en la gloria. Tanto poder tuvo aquella atracción que el 5 de diciembre de 1985 se lanzó a la aventura de negocio y abrió un local, Pianissimo, junto con su ama gemela o complementaria (sería difícil quedarse con uno solo de esos adjetivos...), Roberto Abad. Tanta amistad les unía, tanta pasión les hermanaba que en no pocas noches-maratón se refugiaba en la lonja propiedad de su amigo y socio Roberto para seguir dándole al repertorio, con las colillas de los cigarrillos aplastadas por testigos a la espera de la lucecita que iluminara una nueva canción o un nuevo chiste. Era su pasión.

El veneno se le había inoculado antes, en la época dorada de la música pop bilbaina, cuando florecieron grupos de la categoría Tañidores, Finifes, Quinta Reserva, Cetros, Mitos, etc. Y en uno de ellos, en los Espectros, destacó Pepe como guitarrista. Estaba acompañado de pioneros musicales de la talla de Pascual Pérez Yarza, Joserra Nuño, Edu Robles, Juan Pedro, Fernando Zubiaur y Toni Landa antes de ser mito. Pero donde Pepe cogió fama indiscutible fue como líder de aquel grupo de gafosos llamado Dioptrías, en complicidad con el ya nombrado Roberto Abad. De ahí vino el salto y pasó a convertirse en el pianista el pueblo en la madrugada.

Fue primero, como les dije, en Pianissimo, de Galerías Urquijo; luego en El Piano, de Ibáñez de Bilbao; después en el Max, de Henao; y, finalmente, en el pub Astarloa, su última residencia de artista aclamado donde la familia Losa tuvo algún reparo en contratarle hasta descubrir que era un trabajador de los huevos de oro. Amenofis le inmortalizó en la portada de un disco recopilatorio que hizo fortuna con sus actuaciones. El tabaco y sus estragos le alejó del pub Astarloa. Un mes después de dejar el local, dijo adiós a la vida. Tenía 52 años y miles de amigos.

Protagonista: Pepe, el del piano.

Gesta: Por lo civil se le conoció como José Francisco López Peón, pero en el ‘who is who’ de aquel Bilbao nocherniego de los ochenta no había quien le conociese con otro nombre que no fuese ‘Pepe, el del piano’, apodo con el que labró una trayectoria musical, larga y divertida, desde Pianissimo al pub Astarloa.