UE en el año 2150 cuando se produjo el cambio significativo. Todo un logro. El pueblo lo exigía.

La comunidad internacional había materializado en 2100 lo que se venía gestando como Plan del Nuevo Siglo. Consistía en extender lo que se denominó pomposamente estándar mínimo de calidad de vida a todo el planeta. Aquello, que fue muy celebrado y supuso una cantidad de festejos nunca antes vista, implicaba que cada persona tendría garantizadas asistencia sanitaria, vacunas, educación, alimentación, agua potable, energía y techo por el mero hecho de nacer. Cada 1 de febrero, en todos los países de la Tierra, tienen lugar aún festivales y ofrendas florales ante los monumentos de los próceres que firmaron el Acuerdo Mundial por la Vida Digna. Jamás faltan conciertos, danzas y desfiles. Es el Día de Todos.

Por desgracia, en lo que no hubo modo de progresar fue en la distribución de recursos. La extensión universal del Sistema Capitalista Corregido primaba el esfuerzo individual, la propiedad privada y la adaptación al Mercado Global. Por encima del estándar mínimo de calidad de vida las desigualdades permanecían con una vigencia abrumadora. Aunque lo cierto es que tampoco existían sistemas de eficacia probada que articularan una alternativa, no ya en lo que al plano estrictamente económico se refiere; tampoco en los ámbitos filosófico, ético o político. Así que, cada Estado, al margen de sus singularidades administrativas, de sistema de gobierno o peculiaridad electoral, se ceñía al omnipresente marco del Sistema Capitalista Corregido. Tal que ahora, nada escapaba al mercado planetario. Al contrario, la locomotora de los negocios ganaba dinamismo con una población universal que, por primera vez, presentaba en su totalidad la capacidad de consumo de lo que en tiempos pretéritos se definía como Clase Media.

Quizá debido a esa misma globalización de la Clase Media, las protestas surgieron en un plano que nadie podía haber sospechado en el 2115: la Justicia. Y no frenó las algaradas la Disposición Universal del Acceso a la Defensa. Esta disposición obligó a cada país a facilitar abogados de oficio a los ciudadanos que lo requirieran para sus litigios privados o frente a la propia Administración. Y esto debía cumplirse por encima de cada peculiar modo de organización de la autoridad de los Estados. Parecía un avance más hacia la igualdad.

Pero el pueblo no lo percibió como tal. Se encontraba extendida la idea de que los poderosos y las colosales corporaciones podían pagarse ejércitos de letrados en función del pleito que las ocupara. La ciudadanía entendía que, salvo en casos excepcionales y contados, las grandes multinacionales podían detectar el mínimo resquicio normativo mediante el que obtener ventaja; o bien alargar un proceso con todo tipo de tretas legales hasta transformarlo en una agotadora guerra jurídica plagada de continuas escaramuzas en la que un solo espartano debía enfrentarse a los elefantes persas. Y nadie olvidaba que incluso en las Termópilas fueron derrotados los espartanos.

Cuando más intensas y generalizadas se organizaban las movilizaciones, por junio de 2024, la premio Nobel de Matemáticas islandesa, Egilda Eskalladotir, presentó su famoso Algoritmo de la Justicia. Lo hizo en la revista Papeles de Ciencias Exactas.

Un algoritmo, antiguamente sujeto a procesos complejos, fatigosos y lentos, es una simple suma de instrucciones y reglas definidas que deben evitar las ambigüedades. Su utilidad consiste en solucionar un problema, realizar cómputos, procesar datos y ofrecer soluciones.? Aún desconocemos si su nombre viene del latín algorithmus, que procede del griego arithmos (número), o del patronímico del científico persa Al-Juarismi.

Eskalladotir se valió del desarrollo de los ordenadores cuánticos. Desde que en 2019 la conocida BMI presentara su Q System Force, el primer ordenador cuántico para uso comercial, las investigaciones y todo lo sujeto a grandes cálculos había avanzado a marchas forzadas. La Nobel creó un algoritmo que procesaba dos inputs. Por un lado los códigos penal, civil, administrativo y mercantil, además de la Norma Básica y el Derecho Procesal de cada Estado con la jurisprudencia acumulada, y, por otro, los hechos a juzgar junto a los informes policiales y periciales que los describían.

A pesar de la ingente cantidad de información a manejar que implicaba, un máximo de siete días resultaba suficiente para que un buen computador cuántico emitiera una propuesta de sentencia.

El impacto de las primeras pruebas públicas sobre las magistraturas y la ciudadanía fue similar al del descubrimiento de la penicilina. Por fin una Justicia auténticamente ciega. Y, lo que es aun mejor, una resolución vertiginosa de los procesos legales: una semana en vez de una década. A los abogados les restaba muy poco espacio de juego. Todo lo que pudieran alegar ya lo había contemplado el algoritmo y, si era preciso, emitía un impecable informe al respecto en cuestión de minutos.

De los jueces, los jurados, o ambos según la costumbre del país en cuestión, se esperaba que modularan levemente, contemplando principalmente aspectos emocionales, la sentencia del ordenador cuántico. La comunidad internacional dictó en 2150 la obligatoriedad de aplicar en los procedimientos judiciales de todo el planeta el algoritmo de Egilda.

A nadie le sorprendieron las consecuencias conocidas. No quedó ciudad sin inaugurar su nueva escultura representando a la Justicia con la imagen de Eskalladotir con los ojos vendados, una balanza en la diestra y un ordenador portátil en la mano izquierda. Las algaradas cesaron al comprender el pueblo que ya no existían más diferencias entre las personas que aquellas que tenían su origen en el esfuerzo, la suerte o el talento personal.

Tardó en trascender que las grandes corporaciones dejaron de interesarse por los expertos en leyes. Y siempre negaron que se centraran en contratar doctores en Matemáticas, ingenieros informáticos y físicos con experiencia en computación cuántica.

Esto fue lo que sucedió en 2150.

Quizá por esa globalización de la ‘Clase Media’, las protestas surgieron en un plano que nadie podía haber sospechado en el 2115

En junio de 2024, la islandesa Egilda Eskalladotir presentó su famoso ‘Algoritmo de la Justicia’ en la revista ‘Papeles de Ciencias Exactas’