A primera vez que aparece en la memoria de la historia de Bilbao ocurrió con ocasión de las epidemias de peste de mediados y finales del siglo XVI, circunstancia, toquemos madera, de terrible analogía con la actualidad. Existía en aquella época una conciencia de que la enfermedad podía ser transmitida por ropas y tejidos; de hecho, se sabía que la epidemia iniciada en el año 1597 había tenido como origen la llegada de un barco con este tipo de carga a Santander y Castro Urdiales. Así que no es de extrañar que entre las medidas cautelares que se tomaron para evitar el contagio se incluyese un doble lavado de las prendas textiles de las casas de los apestados: primero en una caldera de agua hirviendo y luego en agua fría. La ropa que no pudiese sufrir este tratamiento era quemada.

He aquí los manantiales de los que brota esta historia. Pero aquella peste amenazante interrumpió sus trágicas apariciones y los médicos bilbainos no volvieron a ocuparse de este tema hasta el siglo XIX, cuando el cólera, otra plaga que podía tener relación con la vestimenta, azotó a la Villa.

Así como en el caso de la peste se sospechaba algo del papel de las ropas, aunque no se conociera la responsabilidad de las pulgas en la transmisión de la enfermedad, en lo que se refiere al cólera no fue tan clara esta conciencia y sólo apareció después del descubrimiento realizado en 1854 por el médico británico John Snow, quien demostró el papel del agua en la transmisión del cólera y lo puso en evidencia mediante su famoso experimento, al lograr frenar la gran incidencia de casos de cólera en un barrio londinense cuando concluyó que su origen se centraba en la bomba de suministro de agua y sugirió a los oficiales que la inutilizaran, de modo que los vecinos no pudieran consumir ese agua contaminada. Robert Koch, en el año 1884, descubrió el germen causante de la enfermedad y las formas de contagio, a raíz de lo que se comenzó a valorar la importancia del lavado y desinfección de las prendas que hubieran mantenido contacto con las deyecciones de los enfermos coléricos.

Visto así entró en juego el impulso del miedo, primero ante una epidemia de cólera a las puertas de Bilbao en 1885 y, sobre todo, de la epidemia de cólera que se abatió sobre estos barrios en el año 1893, lo que forzó la construcción urgente de una completa red de lavaderos públicos que se levantaron y se derruyeron casi a la misma velocidad en un Bilbao que necesitaba espacios libres para su expansión.

En aquellos tiempos se produjo una encarnizada lucha de intereses, es cierto. Pero a comienzos del siglo XX Bilbao vivía una auténtica preocupación por las cuestiones higiénicas y sanitarias. Estaban recientes en la memoria, aún, las epidemias de cólera de 1886 y de 1893. Esto llevó al Ayuntamiento a plantearse una serie de actuaciones entre las cuales figuraba, una vez más, la creación de lavaderos públicos.

El desarrollo alcanzado por la construcción y las artes industriales, la calidad de la mano de obra y el nivel de los técnicos que trabajaban en Bilbao al principio del siglo XX propiciaron la aparición del Modernismo. Los concursos de fachadas convocados por el ayuntamiento en 1902 y 1906 para mejorar el nivel artístico de las nuevas edificaciones también contribuyeron al surgimiento de este nuevo estilo.

Fue entonces, en 1905, cuando Ricardo Bastida recibió el encargo de proyectar y llevar a cabo las obras de los lavaderos de Alameda San Mamés y de Castaños. Este segundo fue uno de los primeros trabajos del arquitecto, finalizado en el año 1910. Recordemos que Ricardo Bastida fue discípulo de Domenech y Montaner en Barcelona, y en esta obra se aprecia su influencia de forma notable. El estilo modernista catalán es evidente en la fachada, donde se revalorizan las técnicas artesanales de la construcción (piedra labrada, cerámica, estucos, hierro forjado€). Cabe destacar el cuidado por el detalle constructivo, en especial en la hábil combinación del ladrillo y el azulejo.

El edificio, como ya está dicho, fue originariamente un lavadero público, un edificio característico en todos los barrios y municipios en el tiempo en el que no había agua corriente en las casas. Pero la historia reserva a este espacio otra utilidad: el lavadero también era el lugar en el que las mujeres reivindicaban sus demandas sociales. Posteriormente, tras la Guerra Civil, cambió su uso por el de Mercado de Abastos en 1943 y finalmente derivó hacia un uso de centro cívico y cultural. En sus cambios de uso ha seguido conservando sus fachadas originales, no así la estructura física y espacial del edificio.

La remodelación de IMB Arquitectos, para convertir el edificio en centro cívico, contempla una ampliación en altura, condicionada por la premisa de respetar la imagen, la cornisa y el volumen del edificio existente. Se preserva de esta forma la memoria histórica del antiguo lavadero, cuyas fachadas han sido objeto de una restauración científica. El volumen añadido, retranqueado en sus dos fachadas, se basa en la idea de la ligereza y la neutralidad, tanto en la composición de los huecos de fachada, como en la textura de los materiales y establece una sutil referencia material y compositiva en relación a las franjas horizontales de ladrillo de la planta primera del edificio actual.

La traza de las fachadas dibuja una envolvente poligonal quebrada, sin referencias de paralelismo respecto a las envolventes actuales, de modo que se preserva la identidad de las dos construcciones. El espacio interior se reforma integralmente en todas las plantas, incluida la cimentación y la estructura de pilares, vigas y forjados y el esquema de planta libre permite compartimentar el espacio disponible con total libertad.

Para la gente más desorientada en los mapas de Bilbao, digamos que el centro cívico da a la calle Múgica y Butrón que desemboca en la plaza que ejerce de atrio de la estación del funicular de Artxanda de Bilbao, uno de los medios de transporte público más singulares de Bilbao que fue construido por la empresa suiza Von Ron a iniciativa del donostiarra Evaristo San Martín. Su primer viaje lo hizo el 7 de octubre de 1915, operado por una empresa privada. Por aquel entonces el lavadero ya lucía en todo su esplendor.